Opinión | UN MILLÓN
Carlos III, el tradimoderno
La tradición jamás sale en auxilio de la modernidad; siempre es la modernidad la que acude al servicio de la tradición
No hay acuñación más rancia y tópica que el binomio "tradición y modernidad". Nunca falta en las páginas publicitarias peor escritas, a veces cerca de "marca la diferencia". La tradición jamás sale en auxilio de la modernidad; siempre es la modernidad la que acude al servicio de la tradición. ¿Por qué? Porque a la tradición se la sirve, mientras que de la modernidad se sirve uno. La modernidad es una rubia de gala y aguja que lleva del brazo la tradición cuando sale a cenar para que la vea todo el mundo. La diferencia de edad entre la tradición y la modernidad es muy notoria, algo que el poder se puede permitir.
Aún se rebuscan los anunciados gestos de modernidad en la coronación de Carlos III, el más fatuo espectáculo de magia medieval retransmitido para el mundo en los últimos años. Pueden haberse visto algunas actualizaciones, pero no hubo un pellizco de modernidad, por más que repitan los enanos del rey.
La grandiosa celebración del universo Star Wars cruzado con los metabarones de Jodorowsky y otras space-operas de Metal Hurlant se contempla con toda seriedad hasta que se ve que el público que más lo disfruta es comparable a los frikis adolescentes de la tienda de cómics y rol, salvo en que ignora la autoironía de los muchachos fantásticos. El poder eclesiástico, político, económico, militar y mediático se toma en serio esta ceremonia de Zululandia según la rigurosa solemnidad de Londres en la que el rey de una democracia capitalista contemporánea comparte con Dios durante unos minutos un probador instalado en la abadía de Westminster. Eso es solo tradición. En la contemporaneidad hasta el rey Carlos III se habría hecho un selfi con Dios, como se hace con las personas veneradas que tienen muchos fans e influencia. Dios patrocina las monarquías del mundo, pero no acude a sus "eventos" para decepción de chisteras y pamelas, de medallas y tacones, de uniformes y modelos, manteniendo esa ausencia que se interpreta como presencia invisible entre las personas que creen verlo en todas partes.
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