Opinión | CAMBIO CLIMÁTICO

La pertinaz sequía y la lucha contra la escasez

La falta de agua tiene un efecto acumulativo porque se deteriora y desertiza el territorio, se vacían los acuíferos y se reduce el grado de humedad medioambiental que afecta a los cultivos

El embalse de la Viñuela (Málaga), en 2022, afectado por la sequía.

El embalse de la Viñuela (Málaga), en 2022, afectado por la sequía. / Jorge Zapata / EFE

En 1992, la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático instituyó el Día Mundial del Clima (ya fue el 26 de marzo) para alertar sobre una situación de progresiva falta de agua que, treinta años después, se ha convertido en una cruda realidad. El recalentamiento global afecta ya de forma directa y perceptible al bienestar colectivo, a la supervivencia de muchos ecosistemas y al ciclo del agua.

En España, la situación es grave. Según AEMET, la Agencia Estatal de Meteorología, España está ya actualmente en el tercer año de una sequía “de larga duración”. Según la agencia, este periodo no es más grave que los otros tres que ya hemos padecido es lo que va de siglo, las sequías del 2017, 2012 y 2005. Sin embargo, la falta de agua tiene un efecto acumulativo porque se deteriora y desertiza el territorio (hasta en un 70% según los expertos), se vacían los acuíferos y se reduce el grado de humedad medioambiental que afecta a los cultivos. En el año en curso, después del invierno notablemente más cálido que la media, se presagia un verano más tórrido de lo normal. 

En la actualidad, la alarma se ha disparado. Los embalses españoles están 10 puntos porcentuales por debajo de la media de la última década, y la situación es de extrema gravedad en la Región de Murcia, Andalucía, Castilla-La Mancha, Cantabria, Cataluña… El último informe del observatorio nacional de la sequía del Ministerio para la Transición Ecológica destaca la falta de recursos hídricos en varios puntos del Ebro, del Guadiana y del Segura. Cuando la situación óptima sería contar con unas reservas del 60 % en los embalses, hoy apenas se alcanza el 20% en Barcelona, el 19% en Córdoba y el 14% en Almería. La situación ha obligado en muchos lugares a imponer restricciones y a adoptar medidas extraordinarias, como la activación de los pozos de sequía para acceder a recursos subterráneos.

La solución real de este problema y también la más obvia es acelerar la lucha contra el cambio climático a escala global (tampoco resolveremos nada si el movimiento no alcanza a todo el planeta), ya que el retraso en el cumplimiento de los propósitos que se adoptaron en Acuerdo de París (2015) indica que el recalentamiento será más rápido y más intensas y profundas las sequías. Pero mientras tanto habrá que tomar medidas que nos permitan incrementar la eficiencia en el consumo del agua, tanto en la destinada al abastecimiento humano cuanto en la utilizada en la agricultura y en la industria. En España, el consumo de agua se distribuye mayoritariamente entre el sector de la agricultura, que utiliza el 80%, el abastecimiento de núcleos urbanos que consume el 14% y la industria que representa el 6% del gasto total. Estas cifras varían según la fuente pero las órdenes de magnitud son de este calibre.

Como es conocido, en España existen históricamente fuertes desequilibrios hídricos entre un norte más lluvioso y un sur más seco, y entre las cuencas atlánticas más húmedas y las mediterráneas más cálidas y poco lluviosas. Pese a ello, y a pesar de que es evidente la necesidad de un reparto equitativo de los recursos disponibles, no ha habido forma de pactar y promulgar un plan hidrológico nacional. Apenas se han acometido algunos trasvases —el del Tajo-Segura es el más importante— pero hay fuertes resistencias a permitir que las cuencas con excedentes se comuniquen con las deficitarias para conseguir los necesarios equilibrios. Cuando el Estado ha intentado una planificación, se han desencadenado las célebres “guerras del agua”. La última de ellas, aparentemente mitigada, ha sido por la necesidad, por imperativo europeo, de dotar al Tajo de un caudal ecológico —mínimo— que condiciona los caudales que se trasvasan a la cuenca del Segura. Sería deseable que el agua no se convirtiera en munición electoral en estas inminentes elecciones.

El referido plan hidrológico sigue siendo una necesidad, y en él habría que encajar la producción de agua desalada, que por su precio solo tiene sentido para proporcionar abastecimiento humano. El consumo doméstico es el 80% del consumo urbano, y para mejorar su eficiencia habría que recurrir a la innovación técnica, la mejora de la red de abastecimiento y la concienciación medioambiental. También al uso de tecnología eficiente en los hogares y en el sector industrial.

A la vista del mencionado reparto del consumo por actividades, es claro que el factor decisivo del ahorro es la agricultura, cuya regulación es muy incompleta todavía. En los últimos tiempos se ha abusado del regadío, y no siempre por métodos avanzados, lo que ha sobrexplotado los acuíferos y ha degradado el medio ambiente (la muerte del Mar Menor o el deterioro de los alrededores de Doñana). La planificación racional y consensuada de los consumos entre territorios debería ser la herramienta que nos permitiese afrontar las sequías con un menor coste para todas sus víctimas, los ciudadanos. Aún estamos a tiempo de evitar la catástrofe.