Opinión | GUERRA DE UCRANIA

Putin y la farsa de la anexión

Con la adhesión de las regiones ucranianas que han celebrado referendos ilegales, el presidente ruso pretende recuperar una popularidad en declive

El presidente ruso, Vladimir Putin

El presidente ruso, Vladimir Putin / -/Kremlin/dpa

El presidente ruso buscará hoy convertirse en la estrella de un gran acto patriótico en la Plaza Roja de Moscú intentando marcar un hito desde que inició la invasión de Ucrania. Después de los referendos ilegales, sin garantías ni observadores en las dos autoproclamadas repúblicas populares -Donetsk y Lugansk- y las dos regiones -Jersón y Zaporiyia- que Moscú reivindica por razones étnicas, los representantes de estos territorios firmarán la adhesión a Rusia, a pesar de que la comunidad internacional considera inaceptable esta anexión por la fuerza. 

Con esta teatralización, Vladímir Putin trata de recuperar la popularidad perdida ante los rusos, víctimas de una ocultación de lo que realmente estaba ocurriendo en Ucrania. Los ciudadanos han descubierto a raíz de la movilización parcial de reservistas decretada por el Kremlin que la "operación especial" era en realidad una guerra cruenta e ilegal, que por añadidura está perdiendo Moscú ante una Ucrania que demuestra una innegable resistencia.

La huida masiva de hombres en edad de ser reclutados y los disturbios en diversas ciudades del vasto país reflejan las dificultades del régimen para que el pueblo convalide los excesos del sátrapa que gobierna Rusia. Igual que hizo tras la anexión ilegal de la península de Crimea en 2014, que sigue sin ser reconocida por la comunidad internacional, Putin aspira a repetir la proeza con la incorporación de cuatro nuevos territorios a la Federación Rusa. Junto a sus intenciones promocionales y publicitarias, el líder del Kremlin sitúa en el tablero nuevos elementos para su enfrentamiento con Occidente.

La próxima semana, la Duma convalidará la anexión de parte de Ucrania, con lo que cualquier injerencia extranjera en estos territorios será considerada un atentado a la soberanía rusa. Sería un argumento que esgrimiría Moscú para justificar cualquier respuesta bélica e incluso el recurso a las armas de destrucción masiva -químicas o nucleares-, improbable pero peligrosa.

Hay un evidente hilo discursivo entre las amenazas proferidas y esta estratagema. Además de estas operaciones, la respuesta de Moscú ante las dificultades que tiene el Ejército ruso en Ucrania no solo incluye el reclutamiento y despliegue de 300.000 nuevos soldados, sino que es muy probable, aunque no se dispone de pruebas definitivas, de que haya decidido sabotear el abastecimiento de gas a Europa, inutilizando los dos gasoductos Nord Stream que servían a Alemania por el Báltico.

El Nord Stream 1 llevaba semanas sin suministrar gas por cuestiones técnicas más o menos verosímiles, y el Nord Stream 2 no ha llegado a entrar en funcionamiento por la negativa alemana a utilizarlo tras la agresión a Ucrania. Los pasos dados por Rusia para incorporar por la vía ensayada en Crimea los territorios del este de Ucrania y el reto lanzado a Europa usando el chantaje energético, dificultan el objetivo de sentar en la mesa de negociación a las partes involucradas en el conflicto. El esfuerzo de Estados Unidos y la Unión Europea aportando material bélico a Ucrania y estrangulando la economía rusa para impedir la financiación de la guerra está dando resultado, pero debe combinarse con la labor diplomática de profundizar el aislamiento de Moscú. Un acuerdo con China sería en este sentido decisivo y debería buscarse con urgencia.