Opinión | GUERRA EN UCRANIA

Rusia, sin freno

Acorralado por las malas noticias que llegan del frente ucraniano, Vladímir Putin opta por una peligrosa escalada bélica que incluye la amenaza nuclear

Una refugiada de Mariúpol de 75 años bebe té mientras escucha el mensaje televisado del presidente ruso, Vladimir Putin, a la nación en Moscú, Rusia, este miércoles

Una refugiada de Mariúpol de 75 años bebe té mientras escucha el mensaje televisado del presidente ruso, Vladimir Putin, a la nación en Moscú, Rusia, este miércoles / Sergei Ilnitsky / EFE

A la vista del desarrollo adverso para sus intereses de la guerra de Ucrania, Vladímir Putin ha dado un paso decisivo en la escalada del conflicto con la movilización de 300.000 reservistas y con amenazas apenas veladas de recurrir al arsenal nuclear. Era previsible que el presidente ruso respondiera a la multiplicación de malas noticias que llegaban del frente. También al debilitamiento de su posición frente a China, cada día más incómoda con la guerra, que perjudica seriamente sus negocios con Europa. O frente a Turquía, que ve imprescindible la retirada rusa de los territorios ocupados para que callen las armas e incluso frente a la multiplicación de la disidencia interna, porque la oposición a la guerra de más de 80 concejales de Moscú y San Petersburgo es solo una pequeña muestra. Putin ha reaccionado como un líder acorralado, dispuesto a todo, que obliga a considerar el chantaje nuclear una amenaza seria a la comunidad internacional.

Las prisas por organizar referendos exprés en Lugansk, Donetsk, Jersón y Zaporiyia para convertir las cuatro provincias en territorio ruso refrenda la gravedad del riesgo nuclear. Aunque la OSCE ha advertido de que las consultas carecen de valor jurídico, si se consuma la anexión, el Kremlin podrá presentar cualquier ataque en esas provincias como una agresión a su integridad territorial y legitimar el recurso al arsenal atómico. Puede que cruzar esa línea roja no entre en los planes de una parte del establishment ruso, incluidos muchos de los oligarcas que hasta la fecha han secundado las decisiones de Putin.

Es indispensable sacar el conflicto de la lógica de la guerra, aunque la frontera no vuelva a ser la previa a la anexión de Crimea

Lo mismo puede decirse de la repercusión inmediata de la movilización de los reservistas, algo que equivale a llevar la guerra a todos los hogares y a dinamizar los movimientos de oposición, hasta ahora pequeños y localizados. El éxodo en los pasos fronterizos de Finlandia y en los aeropuertos, con potenciales reservistas camino de Armenia y Turquía, que no exigen visado a los ciudadanos rusos, no es un episodio anecdótico. De la noche a la mañana, la opinión pública rusa ha pasado de ser informada de una operación militar especial con objetivos limitados a ser llamada a filas en una guerra para, según la versión oficial, defender 1.000 kilómetros de frontera y que puede haber costado al Ejército ruso 6.000 muertos.

Lo que parecía poco probable el 24 de febrero ha sido posible por la capacidad de resistencia de Ucrania, asistida por Occidente. Al final se ha producido una escalada sin freno. No se vislumbran en el horizonte inmediato voces capaces de serenar los espíritus para encauzar la crisis hacia una tregua que permita negociar el futuro. Es indispensable sacar al conflicto de la lógica de la guerra para detener la escalada y ceñirse a la realidad, aunque tal cosa incluya admitir que nunca la frontera de Rusia con Ucrania volverá a ser la que fue antes de la anexión de Crimea, de la ocupación del Donbás y del inicio de la invasión. Algo que debe incluir asimismo la aceptación por la OTAN del error de cálculo cometido al promover su ampliación hacia el este sin límites, lo que ha llevado a Rusia a presentar una agresión como un movimiento de defensa preventiva, sin dejar indefensos al mismo tiempo a otros muchos potenciales objetivos del expansionismo ruso.