Opinión | AMENAZA DE CRISIS
Más allá de la tormenta
Los años 20 de este siglo serán recordados seguramente como años de fuertes sacudidas e incertidumbre económica y social en todo el planeta

Reparto de alimentos a personas castigadas por la crisis durante la pandemia en enero de 2021 en Barcelona. / MANU MITRU
Felices años 20 fue llamado al periodo entre guerras del siglo XX, un paréntesis de expansión económica fundamentalmente en EEUU recordado por ser un periodo dorado, hasta que el denominado Jueves negro diera al traste con ello. Los años 20 de este siglo serán recordados seguramente como años de fuertes sacudidas e incertidumbre económica y social en todo el planeta.
La pandemia ha puesto en jaque nuestro concepto de bienestar y seguridad, demostrando una vez más que vivimos en un mundo interdependiente donde nadie escapa a las turbulencias de un problema que emerge en un parte del mundo. Cuando creíamos ver la luz al final del túnel, aunque todavía no hubiéramos llegado a su salida, y una parte del mundo comenzaba a vislumbrar las mejores perspectivas económicas de los últimos años, la invasión rusa de Ucrania ha vuelto a cubrir de telarañas un futro incierto con previsibles graves consecuencias, especialmente y como siempre, para los más vulnerables del planeta.
El conflicto en Ucrania no supone solo la vuelta a los escenarios más oscuros de muerte y destrucción como varias generaciones no habían conocido antes en Europa, sino que es el desencadenante de otras crisis asociadas cuyas consecuencias empiezan a asomarse. "El conflicto en Ucrania tan solo ha mezclado una catástrofe con otra", auguraba David M. Beasley, director del Programa Mundial de Alimentos. "No ha habido ningún precedente que siquiera se acerque a algo como esto desde la Segunda Guerra Mundial" añadía.
Una vez más, asistimos a la sensación de una tormenta perfecta, que demuestra la interconexión entre países, sectores económicos y consecuencias sociales, una situación que poco a poco se va agravando, pues a los problemas de recesión económica y escasez de materias y suministros, y en consecuencia de aumento inicial de precios durante la pandemia, se le suma ahora el aumento de los precios de la energía y restricciones derivadas del transporte, la reducción de exportaciones de cereal, alimentos y fertilizantes providentes de Ucrania y Rusia, y el impacto en las cosechas de países que has sufrido recientemente incendios, sequías e inundaciones.
La FAO recuerda en su último informe que sólo en un mes la guerra de Ucrania ha provocado el cierre de puertos, la suspensión de la trituración de oleaginosas, fuertes restricciones y prohibiciones en las licencias de exportación, lo que han golpeado a Europa y especialmente a países de renta baja, fuertemente dependiente de los productos alimenticios y fertilizantes importados, y que había estado lidiando previamente con los efectos negativos de los altos precios internacionales, a lo que se añadirá previsiblemente el aumento del riesgo de proliferación de enfermedades animales.
El impacto es global: en Europa vivimos estos días la tensión provocada por la dependencia energética, la inflación, el paro de transportistas y el temor por la falta garantía de alimentos en algunos supermercados. En este contexto, los resultados del Consejo van en la buena dirección. Pero esta vez conviene, como no ocurrió con las vacunas, que los árboles no nos impidan ver el bosque y podamos ver más allá de la tormenta, pues no es solo el suministro suficiente de leche en nuestras estanterías lo que está en juego, sino el riesgo del desencadenamiento de una crisis alimentaria mundial que puede dejar en el abismo a millones de personas. Naciones Unidas ha advertido que tan solo en el mercado alimentario mundial el impacto de la guerra podría provocar que pasen hambre entre 7,6 millones y 13,1 millones de personas. En este contexto, una acción concertada y solidaria a nivel global es la única salida, intentando, por un lado, garantizar que la producción agrícola se reanude de inmediato y de forma segura para evitar un mayor impacto potencial en la seguridad alimentaria en Ucrania y, por otro, que los países compartan su información de existencias, cosechas y disponibilidad de alimentos para compensar posibles problemas de suministro, se aumente la producción en los países que puedan hacerlo, se diversifiquen los países proveedores, se revise las restricciones a la exportación y se aborden las necesidades nacionales, teniendo en cuenta las necesidades globales, prestando subsidios y sistemas de protección allí dónde sea más necesarios, etc.
La realidad nos enseña una vez más que solo saldremos de esta si salimos todos y que una repuesta concertada y solidaria, no es solo la forma más justa de salir de la tormenta, sino la forma más inteligente de hacerlo.
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