Opinión | MADRID CON GAFAS PLURALES

¿Un Metro sin baños?

La sordidez y el crimen; el amor, la tristeza o la pasión; todo cabría detrás de una puerta con pestillo

Metro de Madrid

Metro de Madrid

No sé cómo llegué allí ni a cuánta gente pregunté para lograrlo. La luz blanca, de hospital, iluminaba aquel andén que anunciaba en un cartel los minutos para el siguiente tren. 

El olor a tierra antigua y a cerrado golpeaba al entrar junto a una bofetada de calor. Pese a todo, me invadía la excitación de las primeras veces. Era temprano, hora punta, y un ejército gris y callado se apeaba a la orilla de las vías. Cabizbajos, mirando el móvil o algún libro, se dirigían eficazmente a su destino. Por entonces no sabía que, al cabo, terminaría integrándome en sus filas. 

Sólo un grupo rompía aquel ruido del silencio. La animación no era compartida. No sé cuántas veces, en la espera, recorrí el andén en busca del cartel de ‘aseos’. En su lugar, me sorprendieron unas máquinas de preservativos colgadas de la pared. La intimidad en el lugar más público, con total normalidad y sin complejos. Supongo que también eso es Madrid

No encontré lo que buscaba. Seguí avizor, sin descanso, en mis siguientes viajes. Me obsesionaba la idea. Miles de personas a diario sin un triste retrete para hacer pis. En algún lugar tendrían que estar, ¿habría que pedir llave? 

"¿Por qué en el Metro no hay baños?", me arranqué a preguntarle a un amigo que llevaba tiempo viviendo aquí. "¿Tú sabes la que podría armarse?". Y no, la realidad es que no se me había ocurrido hasta aquel preciso instante. La sordidez y el crimen; el amor, la tristeza o la pasión; todo cabría detrás de una puerta con pestillo. Un Madrid en las letrinas que, además, dejaría en el Metro un tufillo aún más indeseable.