LA VIDA CONTIGO

¿Por qué desayunamos café? La historia que esconden las rutinas

'La costumbre ensordece', (editorial Ariel) del periodista y escritor Miguel Ángel Delgado, reflexiona sobre lo que esconden los hábitos del día a día

El escritor y periodista Miguel Ángel Delgado, autor de 'La costumbre ensordece' (editorial Ariel)

El escritor y periodista Miguel Ángel Delgado, autor de 'La costumbre ensordece' (editorial Ariel) / Juan Manuel Prats

Ángeles Castellano

Ángeles Castellano

¿Cuándo se instauró el desayuno de café con tostada o dulces? ¿Cuándo se generalizaron los relojes y se impuso la puntualidad, y por qué el día tiene 24 horas y no menos o más? ¿Desde cuándo nos duchamos diariamente y en qué momentos de la historia no se hizo? Los días esconden infinidad de gestos rutinarios a los que no se les da importancia y que, sin embargo, se repiten sin cesar. "Mañana, cuando crea despertar, ¿qué diré acerca de este día?" se pregunta Vladimir en la obra de Samuel Becket Esperando a Godot. "El aire está lleno de nuestros gritos. Pero la costumbre ensordece". El periodista y escritor Miguel Ángel Delgado (Oviedo, 1971) ha utilizado esa expresión para titular un libro gestado durante el confinamiento, un periodo de la historia más reciente en el que las rutinas quedaron suspendidas a causa de una letal pandemia. "De repente descubrimos que todo lo que hacemos, lo que nos ocupa, lo que da sentido a nuestra jornada diaria, eso que siempre está ahí, podía desaparecer", explica el autor. "Así que empecé a tirar de ese hilo y terminó apariciendo el libro".

Se refiere a La costumbre ensordece. La fascinante historia detrás de las rutinas diarias, publicado por Ariel. No es su primer ensayo. Antes ha publicado otros como Inventar en el desierto (Turner, 2014) o los volúmenes Firmado: Nikola Tesla (Turner, 2012) y Yo y la energía (Turner, 2011), además de varias novelas. También ha comisariado varias exposiciones en la Fundación Telefónica de Madrid y es colaborador habitual de los programas de Radio Nacional El ojo crítico y El ágora o la revista Principia, entre otros.

En este nuevo libro, Delgado recorre las rutinas del día de una persona (hombre, media edad, divorciado y padre, que trabaja en una oficina en una gran ciudad), desde que se despierta por las mañanas hasta que vuelve a la cama por la noche, para reflexionar sobre la historia y el origen que esconden esas pequeñas rutinas, y sobre el sentido de muchas de las cosas que se dan por hechas o se consideran inamovibles.

-Pregunta: La costumbre ensordece parece partir de una genuina curiosidad por conocer los porqués de las cosas. Recuerda al tipo de preguntas que suelen hacer los niños pequeños que descolocan a los adultos. ¿Hay algo de esto en el origen?

Esa capacidad que tienen los niños de preguntarse por las cosas que parecen evidentes como por qué el cielo es azul o por qué llamamos montañas a las montañas es algo que tendemos a perder con la con la edad y en realidad es algo maravilloso. Esas preguntas me parecen esenciales y de hecho son lo que hace avanzar a la ciencia, porque los científicos se preguntan muchas de las cosas que damos por hechas.

-P: ¿Esto es lo que motivó la escritura de La costumbre ensordece?

Pues no fue el primer detonante, aunque sí que tiene algo de eso. El origen está en el confinamiento, en el cambio brutal que de repente vivimos, sobre todo en nuestra rutina, cómo desapareció todo lo que hacíamos a diario. Eso fue lo que me llevó a preguntarme cómo construimos nuestra rutina y de dónde viene. Porque, por ejemplo, había detalles que uno oía como que la instalación de los balcones en las casas de Madrid había tenido que ver con la tuberculosis, con la teoría de los miasmas en el aire, la necesidad de ventilación, etc. De pronto, lo más cotidiano cobraba una importancia brutal, ¿no?

-P: La higiene y las enfermedades -las epidemias- aparecen varias veces en el libro, sobre todo para recalcar cómo grandes cambios históricos, como la caída del sistema feudal, están conectados con grandes epidemias. Ahora que han pasado varios años de la última gran pandemia, ¿cree que también viviremos un gran cambio social?

Bueno, aquel lema del "saldremos mejores" claramente no se ha cumplido, es evidente que no hemos salido mejores. Es cierto que vivimos como una cierta reacción psicológica, que en cuanto hemos pasado lo peor y hemos podido volver a salir a la calle parece que vivimos una carrera para volver a lo de antes. Pero yo creo que sí, que hay una huella de lo que nos pasó, aunque no ha habido una transformación brutal. Cuando llegan las fechas de vacaciones nos lanzamos todavía con más ansia, parece que hay como una idea inconsciente de que puede ser la última vez que podremos correr, esa idea un poco que tenemos de que el mundo se está acabando todos los días. Yo creo que no se puede vivir una experiencia así y salir exactamente igual. Por eso en el libro apunto que cuando se habla de lo que ocurre entre las dos guerras mundiales, difícilmente uno ve que se hable de la epidemia de gripe española o de la enfermedad del sueño. Y aquella fue una sociedad que se enfrentó a eso, sumado a la mortandad de las guerras, y seguro que esto cumple también su parte de responsabilidad en el advenimiento de los totalitarismos, desde de una visión negativa de la de la vida. Es una circunstancia más que también hay que sumar para entender lo que ocurrió en aquel momento.

-P: En el prólogo dice que este libro es "un canto a la capacidad de imaginación e innovación del ser humano" pero también se puede leer entre líneas que hay una crítica más o menos velada a los sinsentidos del mundo actual. ¿Tiene una cierta intención transformadora el libro?

Es que cuando uno mira hacia hacia atrás, descubre cosas muy sorprendentes. Por ejemplo, hoy utilizar el coche de forma individualizada lo percibimos como algo inevitable, como algo que tiene que estar ahí y que cualquier planteamiento de que no haya coches en nuestras calles es una locura. Pero lo que es cierto es que los coches no eran algo inevitable no hace tanto. De hecho, lo cuento en el libro, a mí me sorprende que dos de las cosas que más han transformado hasta hoy nuestro paisaje no las vio llegar prácticamente ningún ningún escritor de ciencia ficción: una son los coches, porque se pensaba que la gran revolución iba a ser la del ferrocarril. Yo pongo el ejemplo de que el Ensanche de Barcelona tiene esas calles rectilíneas y anchas porque se pensaba que iba a ser a recorrida por trenes, no contaba con los coches. Y el otro elemento transformador con el que no se contaba que ocurriría es la revolución que ha producido internet. Y es muy sorprendente, porque visto desde nuestra perspectiva, parece evidente la generalización del uso del coche: se desarrollan los motores, quitas los caballos y le pones un motor al carruaje y ya lo tienes, pero no era algo tan evidente. De hecho, las primeras patentes de automóviles eran eléctricas. Lo que tenemos que tener en cuenta es que aunque algo esté muy arraigado en un momento histórico entre nosotros, eso no quiere decir que sea inevitable. Hay muy pocas cosas inevitables en realidad, de las que consideramos las más inevitables, valga la repetición.

-P: Otro ejemplo de esto se plantea en el capítulo dedicado al ejercicio físico, cuando reflexiona sobre cómo Google tiene servidores colosales en el fondo del mar que consumen energía en cantidades demenciales para almacenar “hasta el más anodino y mínimo detalle de las vidas de cada uno de nosotros” que transmiten aplicaciones del móvil o del reloj inteligente cuando salimos a correr. ¿Hay aquí una defensa del Medio Ambiente o una crítica al uso desmedido de la tecnología?

Bueno, no es una defensa del Medio Ambiente desde un punto de vista ideológico. Se trata de que somos unas criaturas que necesitamos unas condiciones que son las más idóneas para poder seguir viviendo y eso está cambiando, eso es evidente. Ahora el debate es si puede revertirse o si es necesario revertirlo. Pero claro, cuando se habla del consumo de energía, por ejemplo, si piensas que si sigue progresando, la mayor cantidad de energía que se va a utilizar va a ser para producir los bitcoins, es inevitable que te plantees cosas. O sea, cuando se habla de que no podemos renunciar a nuestra forma de vivir, no se piensa que estamos hablando de estas centrales que contaminan tanto, que necesitan tanta electricidad, tanta energía. Los servidores de la Seguridad Social, por ejemplo, se trasladan desde Madrid a Teruel porque solo por las temperaturas este traslado supone un ahorro de una millonada en energía, porque al ser más baja la temperatura en Teruel, no hace falta gastar tanto en refrigerarlos. Todo tiene una relación directa más allá de lo que pensamos que es.

-P: En el libro aparece la comida varias veces. Una de ellas es el desayuno: cuándo y por qué empezamos a tomar los alimentos que actualmente suelen componerlo, pero un elemento interesante que introduce es lo que podría llamarse la geopolítica del tupper. ¿Es una oda contra el nacionalismo culinario?

Es curioso, porque cuando empecé a escribir el libro, algunos de los temas que se incluyen los conocía por exposiciones, artículos y cosas que había escrito, pero hay otros, como el de la mesa, que nunca me había metido tan en profundidad. Y es algo realmente alucinante, porque una vez más tiene que ver con lo que damos por supuesto o consideramos más auténtico, como pueda ser el arroz, que sin embargo es algo que vino desde fuera, el maíz o la patata, que llega a Europa desde América no hace tanto realmente. Son alimentos que durante mucho tiempo no se comen, porque se considera que es comida de animales. Se les daba a los cerdos directamente. Entonces es algo realmente fascinante cómo viajan todos esos productos y, sobre todo, cómo van unidos a los grandes cambios geopolíticos. Hay una historia increíble por ejemplo que no conoce mucho el gran público que es la ruta del galeón de Manila, que une el sureste asiático con España pasando por América y todo el impacto que tiene esto en nuestra gatronomía. Es un flujo constante de productos que van circulando de un lado a otro y que dejan su huella. Entonces, a mí eso es una cosa que me impresiona mucho, saber que durante milenios en Europa no se comía el trigo, que era una mala hierba. Todas esas cosas que me parecen la la demostración más evidente de que no existe lo inevitable y que cuando se dice que en el futuro podamos comer insectos, no se puede decir "eso nunca va a pasar". El estómago puede que sea uno de los lugares donde más se accidenta el patriotismo, es donde está más patente y más presente el mestizaje.

-P: Aborda también la aparición de la infancia (y sus derechos) como concepto, con cuestiones como la educación obligatoria como un derecho o la prohibición del trabajo infantil. Sin embargo, aunque parece que se ha avanzado mucho, no sé si en la práctica la infancia tiene cubiertas sus necesidades. ¿No cree que la infancia sigue siendo bastante invisible para la sociedad? Justamente la pandemia puso esto de manifiesto, cómo los niños fueron los grandes ignorados...

Sí, esto de que los perros pudieron salir a la calle antes de los niños, por ejemplo... Bueno, es un tema muy complejo en el que es difícil dar respuestas categóricas. Hay un hecho que cuento en el libro, que es el reconocimiento de la infancia, algo que no ocurre hasta el siglo XX, la idea de que los niños no son adultos pequeñitos, sino casi como si fueran otros seres, con necesidades particulares o exentos de obligaciones para con la sociedad, de trabajar, de producir. No son criaturas de las que se espere un rendimiento que aporten a la sociedad. Es la sociedad la que tiene que volcarse con ellos. Un concepto clave es la educación, que es la idea de que los niños no sólo tienen que aprender un oficio, sino que hay que formarlos como ciudadanos, como personas totales, capaces de desenvolverse en la sociedad cuando ya sean adultos. Esa es la teoría. Pero una vez más, nada es tan sencillo. Yo sinceramente creo que ser niña o niño no es algo muy amable, ya que les exigimos y les culpamos y somos muy duros con ellos. Vivimos en un momento paradójico en el que los niños importan pero la sociedad no se ocupa de ellos como debería.

-P: El libro está muy influido por todo lo que vivimos en la pandemia. Ahora, después de su publicación y con una cierta perspectiva de lo que hemos vivido, ¿lo modificaría de alguna manera?

Pues la verdad es que sí que se quedaron bastantes cosas fuera, por ejemplo acerca de los sueños. Yo no descarto algún momento volver otra vez al libro con todas esas cosas. Pero bueno, también es cierto que el libro no nació con afán de explicarlo todo. Elegí un personaje estándar y los momentos del día que viviría, pero incluso así, en relación al desayuno, el trabajo, o la ropa que vestimos es tal la variedad de elementos que se pueden introducir que se pueden cambiar en muchísimas cosas. Yo más bien lo que haría es una invitación para que sea un ejercicio que también hagan los lectores, que también ellos se pregunten por qué hacen las cosas. Creo que también ayuda a tener una mentalidad más ciudadana, para aceptar menos los dogmatismos y las verdades absolutas. Es interesante empezar por las preguntas acerca de lo más cotidiano para, a través del tiempo, acabar llegando a las grandes preguntas del universo.