LA VIDA CONTIGO

Los mantones de Ángeles Espinar: de ser producción doméstica a Tesoro Viviente

La relación de la familia de esta bordadora reconocida con la Medalla de Oro de Bellas Artes y el oficio de bordar mantones de Manila tiene más de un siglo y hunde sus raíces en la misma Ruta del Galeón de Manila, pero también está en el presente por su participación en el desfile Crucero de Dior en Sevilla

Detalle de los talleres de trabajo de la diseñadora y artesana de mantones de manila Ángeles Espinar. Foto: Alba Vigaray

Detalle de los talleres de trabajo de la diseñadora y artesana de mantones de manila Ángeles Espinar. Foto: Alba Vigaray / Alba Vigaray

"De repente pararon en la puerta de mi casa cinco coches negros, que la gente pensaba que había droga en mi casa o algo así. Vinieron al taller, les gustó mucho lo que teníamos y nos hicieron un encargo". Así cuenta Ángeles Espinar (Villamanrique de la Condesa, Sevilla, 1937) su experiencia con la casa Dior. "Les hicimos toquillas, como para la salida del teatro o una ocasión así. Hicimos muchísimas", explica. Ángeles Espinar se dedica a bordar mantones de Manila y la marca que ha construido, a partir de una vida entera dedicada al bordado, es una de las que más reconocimiento acumula.

Espinar participó, como invitada y como creadora, en el desfile de la colección Crucero de Dior 2023 en Sevilla que, en junio de 2022, se mostró al mundo en la Plaza de España de la capital hispalense. Era un desfile con marcada inspiración española y andaluza, y en él, la diseñadora principal de la casa Dior, Maria Grazia Chiuri, quiso homenajear al trabajo de los artesanos de la moda en España. Para hacerlo, contó con Espinar, elegida el pasado mes de mayo Tesoro Viviente en los II Premios Maestro Artesano Círculo Fortuny, "una distinción a toda una carrera dedicada a bordar mantones de Manila".

Es el más reciente reconocimiento a una carrera plagada de ellos con, entre otros, la Medalla al Mérito de las Bellas Artes que se le entregó en 2007. "Los premiados atesoran una experiencia consolidada en un oficio artesano y representan los valores humanos que Círculo Fortuny defiende: calidad, excelencia, creatividad, sostenibilidad, saber hacer y Marca España", dice la nota facilitada por la organización.

Ángeles Espinar, con 86 años, aún borda, aunque ahora, se queja, necesita sus gafas para la presbicia para poder hacerlo bien. Recibe a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA en su casa, que es también su taller, en su pueblo, Villamanrique de la Condesa, a 43 km de Sevilla en dirección Huelva, en los alrededores del Parque Nacional de Doñana y también en el camino que lleva a la aldea de Almonte, donde cada año miles de personas peregrinan en romería con motivo de la celebración de Pentecostés -y festejar a la Virgen del Rocío-.

Para llegar a Villamanrique desde Sevilla, por la carretera se pasan kilómetros y kilómetros de olivos. En esa zona, como ocurre en otros lugares de Andalucía, la población vive principalmente de la agricultura, pero las mujeres, tradicionalmente, han desarrollado labores artesanas en una producción doméstica, compatible con las tareas del hogar, la crianza de los hijos e incluso otros trabajos productivos en el campo, que les permitía contar con un ingreso extra. Una tarea, pues, que se ha desarrollado históricamente en los márgenes de la legalidad, como algo semi doméstico, sin horarios ni organización fabril y, sin embargo, artesana, de una alta exigencia de calidad, que requiere de mucha especialización, y a la que, por fin, comienza a dársele mucho valor en los mercados de la moda.

Ángeles Espinar, reconocida como Tesoro Viviente por el Círculo Fortuny, posa con sus creaciones en su taller de mantones de Manila en Villamanrique de la Condesa, Sevilla.

Ángeles Espinar, reconocida como Tesoro Viviente por el Círculo Fortuny, posa con sus creaciones en su taller de mantones de Manila en Villamanrique de la Condesa, Sevilla. /

Así ocurre, por ejemplo, con buena parte de la artesanía en torno a la marroquinería en piel que se produce en Ubrique (Cádiz) para las grandes firmas de moda -Chanel, Dior, Vuitton, Loewe, y tantas otras- que encargan sus productos en la sierra de Cádiz. Villamanrique de la Condesa -también otras localidades de esa zona entre Huelva y Sevilla- se especializó en los bordados, principalmente de mantones de Manila.

Bordadoras desde hace más de un siglo

"Aquí había un convento y las niñas aprendían todas a bordar por la relación con las monjas", explica Espinar delante del bastidor que ocupa media habitación en el que trabaja en un mantón. Ella empezó a aprender con 12 años, porque su madre lo hacía también. "Aprendí en un bastidor pequeñito, de esos redonditos. Después, como veía que se me daba bien, comencé a bordar mantoncillos pequeños, que costaban seis pesetas. Mi madre era muy exigente, me desbarataba el trabajo si no lo hacía bien", recuerda. "Ya con 13 ó 14 años me puso a bordar los mantones grandes, pero a mí lo que me gustaba era bordar tapices, porque ganaba más dinero".

Algunas de las fotos personales que Ángeles Espinar tiene en su taller de mantones de Manila. En la imagen central, Espinar posa junto a un grupo de bordadoras en el taller de su madre, durante su juventud.

Algunas de las fotos personales que Ángeles Espinar tiene en su taller de mantones de Manila. En la imagen central, Espinar posa junto a un grupo de bordadoras en el taller de su madre, durante su juventud. /

Ajuares -punto en blanco-, tapices, prendas de ropa, bolsos y hasta zapatos. De todo han bordado en casa de Ángeles Espinar. Pero sobre todas las cosas, han bordado mantones de Manila. Ella explica que, desde la generación de su madre, la que arrancó el siglo XX, el proceso no ha cambiado. Ni siquiera entonces era diferente a cómo se hizo en el origen.

El proceso es lento y laborioso. Lo primero es el diseño: las artesanas hacen los dibujos que más tarde bordarán en el mantón en papel de seda. Los de Ángeles son diseños propios, que ella ha ido desarrollando a lo largo de sus más de cuatro décadas de trabajo y que atesora en grandes cajas que se almacenan en un gran armario en su taller. Ella, que heredó el oficio de su madre, transformó su taller en una marca comercial hasta llegar a tener alrededor de 100 bordadoras a su cargo.

Aquí se utilizan sedas naturales italianas de un gramaje especial. Deben tener cierto grosor para aguantar bien el bordado y que no se deshagan en el trabajo. En ocasiones, admiten, utilizan crespón, un tejido ligeramente más barato pero de mucha calidad también. Son sedas especiales que ellas tiñen en el taller con un proceso también artesano y en el que la calidad es fundamental. También los hilos que utilizan, para alcanzar el grosor que necesitan los dibujos que lucirán los mantones. Los bastidores, soportados en caballetes de madera y que ocupan media sala, soportan en tensión el tejido para poder bordarlo, que se cubre con un paño de algodón mientras dura el proceso de bordado, para evitar que el sudor de la mano de la bordadora o cualquier impureza del aire pueda contaminar el trabajo.

"Aquí damos puntada sobre puntada". La clave, explica Espinar, es que el bordado sea tan cerrado, tan tupido, que alcance a tener relieve. Esto hace que el proceso, en función del dibujo (que incluya o no muchos elementos y colores) y el tamaño, pueda durar siete u ocho meses en total. Para un sólo mantón.

Una prenda que llegó a España en el XVI

Se llama mantón de Manila, pero en realidad, los primeros mantones que llegaron a España estaban bordados en Cantón y Macao, en China. Partían desde el puerto de Manila y hacían la ruta del galeón de Manila, una ruta que arranca en el siglo XVI y que traía, desde Filipinas y con escala en México (Acapulco y Veracruz), porcelana, jade, especias, muebles, abanicos, seda, mantones bordados y otros bienes considerados de lujo en la España de entonces. Llegaban a Sevilla primero, a Cádiz después, como puertos principales de relación con las colonias y eran admirados por las mujeres de la alta sociedad de entonces.

La ruta se interrumpió con la pérdida de Filipinas para la corona española y fue entonces, a finales del XIX, cuando las empresas -principalmente holandesas- que ya para entonces encargaban sus mantones a bordadores chinos, se trajeron sus dibujos y buscaron, en la zona de llegada, quien los bordase de la misma manera para mantener el negocio. En casa de Ángeles Espinar aún conservan algunos de los dibujos de aquellas empresas, con el sello de la corporación y la fecha, como una especie de patente que distinguía el diseño de la competencia. "Cada empresa podía tener unos 100 ó 120 dibujos", explica María José Sánchez, hija de Ángeles Espinar y que hoy dirige el taller de su madre. "Cada compañía trajo sus dibujos y los encargó a las bordadoras de aquí".

¿Y cómo llegaron a Villamanrique de la Condesa? "Pues parece que vino una señora, que era la hija de un teniente, y es la que enseñó un mantón en el pueblo", explica Espinar. Después, las compañías desaparecieron, pero los dibujos se quedaron. "Mujeres como mi madre comenzaron a poner sus talleres", añade. Eran los años 30 del siglo pasado. Los nuevos diseños comenzaron a cambiar los patrones: las aves del paraíso, las pagodas, las flores alegóricas a la dinastía Ming o las escenas de oficios de la época dieron paso a motivos locales: claveles, pavos reales y monumentos andaluces.

La crisis de los 70

El taller de Espinar, el que la haría estar considerada en la actualidad un Tesoro Viviente, nació, en realidad, de un periodo de crisis. "En los años 70 los mantones dejaron de estar de moda. Las mujeres heredaban la prenda de su madre o su abuela, todo el mundo tenía en casa un mantón de Manila bueno, y dejaron de llegar encargos. Nadie se los ponía: los tenían, pero en los cajones". Ya pasados los 40 años, Espinar, lejos de quedarse de brazos cruzados ante la situación, decidió hacer algo al respecto. Reunió los pocos ahorros que había conseguido trabajando en la recogida de la aceituna y con ellos invirtió en los materiales para hacer nueve mantones de diseño propio. Organizó una exposición en Sevilla, en una zona por la que pasaba mucho público.

"La gente venía y me decía que qué obras de arte, que qué bonitos, pero nadie los compraba", recuerda. "Pero se llevaban mi tarjeta". Poco a poco, los encargos comenzaron a entrar. Y su taller comenzó a crecer. En los 90 llegó a tener a cien bordadoras a su cargo. "La gente llegaba gracias al boca a boca y todo lo que hacía se vendía".

Espinar no tenía competencia: las grandes marcas que sobrevivieron, algunas con tiendas en las principales calles comerciales de Sevilla, encargaban sus mantones también a mujeres de Villamanrique, pero nadie pagaba como ella. "No se pagaba bien, y claro, las bordadoras donde tenían que dar cuatro puntadas, daban dos. La calidad de esos mantones se resintió mucho. Yo he pagado muy bien, pero también he sido muy exigente, y eso, a la larga, me ha dado muy buenos resultados", explica. "No se pueden comparar las calidades".

Los diseños eran propios, casi siempre con motivos sevillanos, pero también se han adaptado a las peticiones peculiares de los clientes. "A mi madre lo que más le gusta bordar es la Giralda", dice María José con una sonrisa sobre el minarete sevillano. "Pero yo he llegado a bordar el Burj Khalifa, no te creas".

En los años dorados, el taller de Espinar no sólo bordó mantones. María José explica que han bordado mucha variedad de prendas. "Ahora ya no se llevan tanto los bordados, pero hemos trabajado mucho para diseñadores como Lorenzo Caprile o Pedro Varela: trajes de novia, de madrina, algún traje de comunión o de bautizo..."

La reina Letizia, durante el acto de entrega de las acreditaciones de la IX edición de Embajadores honorarios de la Marca España, en marzo de 2021.

La reina Letizia, durante el acto de entrega de las acreditaciones de la IX edición de Embajadores honorarios de la Marca España, en marzo de 2021. / EFE / JUAN CARLOS HIDALGO

El estropicio de la Reina

Una de las relaciones que las bordadoras de Villamanrique han logrado mantener en el tiempo es la que tienen con la Casa Real. Es tradición de la localidad de obsequiar con un mantón bordado a las mujeres de la Familia Real cuando han celebrado sus bodas. Cuando los actuales reyes se casaron, dado que el ayuntamiento no dio el paso de seguir con la tradición, Espinar decidió hacerlo desde su taller. Le envió a la Reina Letizia un mantón con un diseño especial, que incluía, además de los tradicionales motivos florales, la Torre del Oro de Sevilla, una corona y dos alianzas matrimoniales, así como la fecha de la boda y las iniciales del matrimonio.

La Reina nunca lo utilizó en público. La sorpresa desagradable para esta Tesoro Viviente fue encontrarse con unas fotos en 2021, en un acto protocolario de los ya reyes, en las que la Reina Letizia aparecía con su mantón: pero troceado y reconvertido en falda. El disgusto fue mayúsculo. Ahora le cuesta recordar aquel estropicio, entiende que la Reina estuvo mal asesorada, pero le sigue doliendo recordar cómo acabaron rebajados y recortados ocho meses de dedicación. "Yo entiendo que ella no sabía lo que estaba haciendo, seguramente desconocía el trabajo que tiene un mantón artesano".

El mercado está hoy lleno de mantones. Los venden hasta en las tiendas de recuerdos para turistas. La mayoría son de pésima calidad: ni están borados en seda ni muchos están hechos a mano. Hay pocos que sean realmente un trabajo de artesanía. Llegan muchos de China, con el bordado más espaciado y el dibujo sin relieve. Muchos de estos mantones de menor calidad han comenzado a utilizarse en la industria de la moda como base para ser transformados en vestidos y otras prendas de ropa, y es quizás ese el origen del estropicio de la Reina.

Detalle de un mantón de Manila de principios del siglo XX restaurado, con motivos alegóricos chinos y sobre el propio trabajo de los bordadores, en el taller de Ángeles Espinar.

Detalle de un mantón de Manila de principios del siglo XX restaurado, con motivos alegóricos chinos y sobre el propio trabajo de los bordadores, en el taller de Ángeles Espinar. /

La restauración de mantones con un siglo

El valor que tiene un trabajo como el que se hace en el taller de Espinar hace que los mantones, si se cuidan con las debidas atenciones, pueden durar para siempre. Al taller llegan a menudo mantones con más de un siglo que ahora María José se encarga de restaurar y devolver a la vida. "Algunos tienen manchas, o dibujos deshilachados. Nosotras los arreglamos con mucha paciencia, con seda nueva, arreglando los bordados... Hay que dedicarle mucho cuidado". En sus vitrinas tienen algunos que incluso conservan los dibujos originales: aquellas pagodas, las aves del paraíso, las alegorías de los propios bordados.

El principal problema que encuentra Espinar ahora, sin embargo, es la falta de bordadoras. No hay mujeres que quieran aprender el oficio, que se ha dejado de enseñar en las casas y en los colegios. "Ahora tenemos cinco o seis bordadoras de ciento y pico que he llegado a tener y claro, los pedidos tardan más tiempo", explica. "Las mismas bordadoras ganan más en el campo o limpiando casas. Aquí hay muchísima fresa ahora". Se refiere a los cultivos en invernadero de fresa en el entorno de Doñana. "Ya nadie joven quiere bordar, esto se pierde ya".