FUNDACIÓN 26 DE DICIEMBRE

El colectivo 'mayor' que no da un paso atrás en sus derechos: "Es un buen momento para que la comunidad LGTBI se despierte"

La Fundación 26 de Diciembre reivindica todos los derechos conseguidos a base de sufrimiento y resistencia

Federico Armenteros, presidente de la Fundación 26 de Diciembre.

Federico Armenteros, presidente de la Fundación 26 de Diciembre. / José Luis Roca

El tío de Federico Armenteros le regaló un vehículo de juguete a su hermano mayor cuando eran pequeños. No recuerda si era un coche o un tren. A él le tenía preparada una sorpresa en la cocina. "¡Fede, ven!", le gritó. Era una muñeca. Le invadió la emoción. Lo que no se podía esperar con sus cuatro años es que tan pronto la fue a abrazar su tío se la quitó. "¡Maricón!", le espetó al tiempo que lanzaba aquel regalo por encima del armario.

"Me di cuenta de que este este mundo no me iba a querer", explica. Al menos, no como era. Solo jugaba con las niñas, ellos no le dejaban. Había miradas. Su padre intentó que fuera "un macho" por todos los medios. Un plan que incluía una estrecha relación con el Atlético de Madrid y visitas al antiguo Estadio Vicente Calderón, en el cual aquel chaval se preocupaba más por los gritos y las movida de los aficionados que por cualquier detalle o jugada futbolística. Porque sí: el salseo le podía frente a cualquier deporte.

Cuenta que su padre nunca le puso una mano encima ni le insultó, no como su madre, que llegó a denunciarlo a la policía cuando tenía 17 años. Tuvo que escapar de casa.

La hora del almuerzo en la Fundación 26 de diciembre.

La hora del almuerzo en la Fundación 26 de diciembre. / José Luis Roca

Con él no: su táctica era que su hijo cumpliera con lo que se esperaba de un hombre. Con su muerte, en sus brazos, se produjo la catarsis. Ahí pensó que la vida eran dos días y él estaba viviendo una que no era la propia. Seguía el guion que la sociedad, y prácticamente todo su entorno, le habían impuesto.

Una vida inventada

"Si me hubiera encontrado a alguien que me hubiera dicho que no pasa nada a lo mejor no hubiera dado toda la vuelta que tuve que dar. Hasta me metí de cura. Después salí y me casé con mi mujer hasta que salí del armario. Es un trámite muy largo, que me ha dejado muchas veces sin fuerza y con pensamientos de suicidio; de decir que hasta aquí llego. Que yo solo quiero querer y que la gente me quiera. Fue mi hija la que me salvó", confiesa.

El peor trago fue con su esposa. "Aquello fue horroroso. Mucho. Creo que fue lo peor que me ha podido pasar. Cuando estábamos de novios, sus abuelos le dijeron delante de mí, sin cortarse ni un pelo, que cómo se iba a casar con un maricón. Me hice el sordo. Ella era una mujer feminista, sindicalista. La relación era buena", relata. Tenían relaciones sexuales, se cabreaban por cosas sin demasiada trascendencia y llevaban una vida totalmente normal.

La hora del almuerzo en la Fundación 26 de diciembre.

La hora del almuerzo en la Fundación 26 de diciembre. / José Luis Roca

"Decirle a una persona así que no es tu objeto de deseo es muy doloroso. Es como destrozar a alguien a quien quieres, porque no se había terminado el cariño. A día de hoy yo todavía la sigo queriendo y ella me sigue queriendo. Su familia siempre me ha acogido", añade.

A ella le tomó por sorpresa su salida del armario, pero a sus antiguos profesores, familiares y amigos, no. Sin embargo, ahora piensa que haber llevado esa vida, y no haberse rebelado antes, le salvó de haber contraído el VIH y de haber podido morir de sida en una época en la que poco o nada se sabía de este virus. También es consciente de que aquellos que le habían llevado a interiorizar esa homofobia previa no tenían razón: claro que el mundo, y muchísima gente, le iban a querer siendo la persona que es. Ahora está casado con un hombre, lleva las uñas pintadas y se reconoce como un soñador.

Apoyo a los mayores LGTBI

También preside la Fundación 26 de Diciembre, donde abren las puertas a personas mayores del colectivo LGTBI con historias muy parecidas a la suya. Allí todo el mundo participa en actividades, hacen familia y, próximamente, tendrán la primera residencia pública del mundo para mayores LGTBI. Aunque esto les está costando algo más de lo que pensaban: si hubiera sido iniciativa de algún grupo político, piensa Armenteros, sería más sencillo conseguir el dinero que les falta para que de una vez por todas abra.

"Yo compré el discurso de que hay dinero en este colectivo. Trabajaba como director de un centro de infancia y cobraba unos 2.800 euros. Era un privilegiado. Me juntaba con arquitectos, maestros... Pero luego me di cuenta de la de mayores que hay con pensiones no contributivas que nos ves en ningún sitio, porque no tienen dinero", asegura. Pasaron de querer hacer un co-housing a inaugurar en 2014 la sede social Txema de Roa, en la madrileña calle Amparo. En enero de 2015 inicianron de intervención psicosocial. 

"En Amparo te vienen todos los que no tienen para comer ni para vivir. Los que están en una situación de dependiencia, los que están hechos una mierda, los drogodependientes o con deterioros cognitivos", prosigue. La idea que tienen, en toda la fundación, es que cualquier mayor que llegue, sea del colectivo o una persona cisgénera y heterosexual, participe como un miembro más. Que pasen un envejecimiento activo y saludable y con mucho, mucho cariño.

Trabajo intergeneracional

"Nuestro colectivo se caracteriza un poco por la superficialidad. La presencia es lo que importa, el ser guapo. Y ya está. Por eso, cuando pasas de cierta edad, ya no existes.La pandemia nos ha hecho más visibles entre la gente joven. Pasamos de ser unos seis u ocho voluntarios a formar un grupo ahora de más de 50. Estamos demostrando que se puede trabajar intergeneracionalmente; que cuando se tiene un objetivo y un horizonte común es muy fácil colaborar juntos. Los mayores nos enriquecemos de los jóvenes y al revés", asegura Eduardo Rey, coordinador de voluntarios de la Fundación. Según el informe de la FELGTB Mayores LGTBI. Historia, lucha y memoriaa partir de los 50 años la visibilidad de las personas del colectivo cae exponencialmente en distintos ámbitos.

Eduardo Rey, coordinador de voluntariado de la Fundación 26 de Diciembre.

Eduardo Rey, coordinador de voluntariado de la Fundación 26 de Diciembre. / José Luis Roca

Su historia es diferente a la de Armenteros y a la de la mayoría de participantes de allí. Salió del armario con 24 años, sin dramas. Pero sabe que es un poco la excepción de su generación. "Trabajamos con gente que ha sido rechazada por su familia. Hay una persona concreta que cuenta que en la misa en su pueblo le sentaban solo y que le pegaban en cuanto salía de las clases. Tuvo que marcharse pitando de allí y no volvió nunca. Son situaciones que marcan mucho no solo anímicamente, sino también a nivel social. Es gente que fue rechazada por su familia, que no tuvo acceso a una educación", relata.

Son personas, dice, que se presentan al final de su vida sin prácticamente ningún entramado social ni familiar, ni siquiera monetario, porque sus "pensiones birreosas no les permiten ni vivir dignamente". Con esa soledad no deseada, y ese rechazo social, es con lo que trabajan ellos.

"La situación que están viviendo ahora los jóvenes LGTBI es privilegiada porque nosotros les hemos allanado un poco el camino, muchos a base de un gran sufrimiento", añade Rey.

Ni un paso atrás

Ven con cierto temor algunas de las acciones que se han producido en los últimos días por lo que pueda pasar en un futuro no muy lejano. Eso sí, aseguran que ya no van a dar ni un paso atrás. Que lo que sufrieron durante los años de la dictadura, y justo después, les machacó, pero en el presente son lo suficientemente fuertes como para mantenerse.

"¿Cómo me van a negar a mí mi derecho? ¿Pero quién son para hacer eso? Lo mismo que lo de [quitar] la bandera LGTBI. Para dar por saco todo. Es para decir que a lo mejor los LGTBI son ellos, porque mira que les gusta dar por culo", espeta Armenteros, que critica que el cartel de VOX en el que aparecía esa bandera tirada a la basura no haya tenido más consecuencias que la de tener que retirarse. Pero avisa: "No se va a dar marcha atrás". "A lo mejor es un buen momento para despertarnos, porque nos estábamos durmiendo".

"Exigimos nuestros derechos, el ser libres y ser como somos. No que nos permitan ser quienes somos. No queremos tolerancia, queremos respeto", concluye Rey.