Opinión | ELECCIONES

Brasil y el 29M

El extremismo renta y hacer el cafre para reventar el sistema (o al menos degradarlo todo lo posible) ya no es cosa de cuatro nostálgicos con caspa

Las fuerzas de seguridad detienen a algunos de los asaltantes del Congreso brasileño en Brasilia.

Las fuerzas de seguridad detienen a algunos de los asaltantes del Congreso brasileño en Brasilia. / Reuters/Ueslei Marcelino

"Nuestra época está enloquecida. Lo valiente hoy es estar en una posición moderada". La reflexión de la historiadora Elisabeth Roudinesco (en El País), que uno da por exagerada en una primera digestión, chorrea actualidad a las pocas horas, cuando hordas bolsonaristas toman las principales instituciones de Brasil, con las mismas formas y en las mismas fechas que los trumpistas asaltaron el Capitolio de Estados Unidos. El extremismo renta y hacer el cafre para reventar el sistema (o al menos degradarlo todo lo posible) ya no es cosa de cuatro nostálgicos con caspa. Tanto en el caso americano del norte como en el del sur, hay factores coincidentes: el no reconocimiento de una derrota electoral después de un resultado ajustado favorable a la posición más a la izquierda.

Desde aquí lo observamos con distancia. La duda es si estamos tan lejos. En tierras valencianas vivimos un cambio de ciclo en 2015, entre secuelas de la gran crisis, las huellas regeneracionistas del 15M y atropellados por expedientes de corrupción en la derecha gobernante. Eran los tiempos de la nueva política, representada por Podemos y Ciudadanos, hoy en terrenos peligrosos (más en un caso que en otro), pero ni había prosperado una moción de censura para tumbar a un Gobierno del PP ni había emergido la extrema derecha.

El resultado es que se vivió un traspaso de poderes tranquilo y ejemplar (el adjetivo tópico pero válido), como ha sido norma en este país desde que la dictadura se murió de vejez. No quito mérito a Alberto Fabra (o a Rita Barberá). Al contrario, creo que hoy se puede valorar más. Pero es que entonces no entraba en la hoja de cálculo otra cosa que el tránsito tranquilo hacia la oposición si las urnas lo decidían, aunque no fuera el adversario conocido el que fuera a gobernar en solitario, sino en una agrupación de izquierdas.

Ocho años después (casi), el panorama ha cambiado y la novedad fundamental es la instauración de un discurso deslegitimador del Gobierno. Lo grave del planteamiento tuitero de la número dos del PP, Cuca Gamarra, a raíz del aquelarre bolsonarista es que sitúa al Ejecutivo de Pedro Sánchez como quien está fuera del sistema por sus decisiones sobre la sedición. Lo grave es que deslegitimando al poder ejecutivo español legitima acciones levantiscas. No quiere decir que pasen, pero si algún día pasa el caldo de cultivo está en las posiciones que en los últimos años desautorizan a un poder tan legítimo como el de Felipe González o José María Aznar.

Es verdad que ese PP que coquetea con actitudes antisistema es el mismo que designa a uno de sus perfiles más moderados, Borja Sémper, como portavoz de la campaña. Hechos que muestran a un partido entre dos tentaciones más allá de nombres y cargos. Y como estamos en año electoral, y como no se presumen grandes mayorías, la turba de Brasil invita a empezar a pensar en el día después de las elecciones autonómicas y municipales. El 29 de mayo tendría que ser como ha sido cualquier día después de unas elecciones en este país, con asunción (más o menos autocrítica) de resultados y sin desautorizaciones al ganador (o ganadores). Sea el resultado que sea, de un lado o de otro. Sin innovaciones populistas y extremistas.