CRISIS EN BRASIL

Lula, ante el enemigo en su propia casa: el 'Capitolio brasileño' muestra el factor castrense y la debilidad de sus alianzas

El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, durante su intervención el domingo para condenar el asalto a la democracia.

El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, durante su intervención el domingo para condenar el asalto a la democracia. / AFP

Abel Gilbert

"¿Cómo pudo suceder?". La pregunta abruma a buena parte de la sociedad después de lo que se llama "el Capitolio brasileño". Si bien no faltan observadores que creen que Luiz Inácio Lula da Silva ha ampliado su capital político por la manera que enfrentó el acto golpista, otros piensan que el presidente no hizo más que poner al desnudo la precariedad de las alianzas con las que llegó al Gobierno después de derrotar en las urnas a Jair Bolsonaro por menos de dos puntos. La coexistencia de la izquierda, el centro y hasta la derecha no parece haber pasado la primera prueba de un hábitat común.

La Agencia Brasileña de Inteligencia (Abin) estuvo acéfala durante la semana en la que los bolsonaristas prepararon su llamada "toma del poder". Cuando la cúpula entró en funciones, la Abin emitió varias alertas sobre el riesgo inminente. "Hubo un aumento en el número de autobuses chárter con destino a Brasilia este fin de semana. Hay un total de 105 autobuses, con unos 3.900 pasajeros", consigna un despacho citado por la prensa. "Sigue habiendo llamamientos a acciones violentas e intentos de ocupación de edificios públicos, especialmente en la Explanada de los Ministerios", añade otro, el 7 de enero, anticipándose a los hechos. ¿Lula supo de esas advertencias o se perdieron en el camino? Si las conoció, se ha conjeturado, ¿el Gobierno pudo "dejar hacer" a los extremistas su tarea para que, a pesar de los destrozos, le allanen el camino del combate contra el bolsonarismo, aunando detrás suyo a los medios, el empresariado y parte del espectro conservador?

Esa hipótesis se da de bruces con otros aspectos de una realidad compleja. Según O Globo, en las horas más difíciles del domingo, el propio Lula se mostró especialmente irritado con su ministro de Defensa, el moderado José Múcio Monteiro, quien había definido a los campamentos bolsonaristas como "una manifestación de la democracia".

El factor castrense

Esas acampadas frente a unidades del Ejército fueron desalojadas en 24 horas, pero recién sobre las cenizas que dejaron los ataques en Brasilia. Una de las dificultades prexistentes para hacerlo fue revelada por el analista Lauro Jardim: gran parte de los radicales son militares retirados o familiares de militares en actividad. "En otras palabras, el Ejército actuó de forma corporativa. No quería emprender ninguna acción contra las personas que de alguna manera estaban cerca de él".

Por estas horas, quedó claro para Lula que las relaciones con las Fuerzas Armadas, que se han mantenido en silencio sobre los sucesos del 8 de enero, representan un problema quizá mayor que el de lidiar con una mayoría de gobernadores de la oposición o un Congreso conservador. Los uniformados fueron colmados de privilegios al punto de cogobernar con la ultraderecha. Dentro de la institución, un sector de sus integrantes no es indiferente a la prédica de Bolsonaro. Por lo demás, existe una antigua aversión al Partido de los Trabajadores (PT), que la ultraderecha trató de canalizar.

De acuerdo con el diario Estado, Lula recibió informaciones de que entre la lista de financiadores del acto golpista hay empresarios agropecuarios y otros con conexiones en el exterior. No en vano, el domingo habló del "malvado agronegocio" que provoca desastres ambientales. Antes de explotar de rabia, Lula se había propuesto la convivencia en su Gobierno de la líder ecologista, Marina Silva, al frente del Ministerio de Medio Ambiente, y Carlos Favaro, un representante de los empresarios del sector señalado, en el de Agricultura.