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Rubén Moreno, víctima de terapias de conversión y exorcismos en la España democrática: "Me clavaba cosas para asociar el dolor a la homosexualidad"

Muchas personas LGTBI+ han tenido algún tipo de experiencia con prácticas para cambiar su orientación o identidad sexual en Europa

Rubén Moreno, víctima de exorcismos por ser homosexual.

Rubén Moreno, víctima de exorcismos por ser homosexual. / CEDIDA

María G. San Narciso

María G. San Narciso

Pasaron años, pero a Rubén Moreno todavía se le entrecorta la voz recordando su historia: la de una familia que le negaba su identidad, la de pastores practicándole exorcismos, la de internamientos en centros religiosos y la de intentos de suicidio por el odio hacia sí mismo. Era difícil aceptarse cuando todo el mundo a su alrededor le decía que lo suyo estaba mal o cuando equiparaban su homosexualidad a la zoolofilia o a la pederastia en clases de sanidad interna que poco o nada tienen que ver con la ciencia. Pero, aunque todo esto suene a tiempos pasados, con solo 36 años la de Rubén es una historia demasiado reciente y menos inusual de lo que le gustaría.

Rubén nació en el seno de una familia evangélica ultrarreligiosa y vivió durante muchos años su homosexualidad en secreto. Enamorado como estaba de su mejor amigo, intentó frenar sus sentimientos volviendo a la iglesia de la que se separó un poco durante algunos años de su adolescencia. Creía que su no-amor era más un castigo de Dios que una de las tantas relaciones platónicas que quedan en saco roto.

Cansado de que sus padres no le pagaran por el trabajo que realizaba como vendedor con ellos, dio un paso más e intentó probar con uno de los destinos más heterosexuales posibles, al menos a priori: el ejército. Pero sin graduado escolar ni idiomas, solo le quedaba el paracaidismo. Un amigo de sus padres le habló de un programa religioso de Juventud con una misión en Texas. Allí se fue a estudiar asignaturas como sanidad interior, sexualidad o génesis. La experiencia fue buena.

Quiso continuar con la educación religiosa en Puerto Rico, pero aquello no tenía nada que ver. "Nos pasábamos el día trabajando, estudiando y leyendo la biblia. Fue disfrute y ocio cero en un año", cuenta. "Un día yo me llevé las cartas del Uno y hacíamos timbas. Teníamos todos entre 17 y 20 años. Pero nos prohibieron jugar en nuestro tiempo libre. Fui con mucha ilusión e inocencia y me encontré mucha doctrina. Pero mala, como muy legalista y muy intensa, con mucho odio a homosexuales o a los musulmanes, por ejemplo. Jugaban mucho a meternos miedo. Nos enseñaban evidencias que no lo eran. Nos estuvieron dando clases de creacionismo -una doctrina según la cual Dios creó el mundo de la nada- durante un mes y pico. Era un adoctrinamiento constante para hacerte un radical", asegura.

Una vuelta a España amarga

Un año después, y tras haberse leído la Biblia de pe a pa al menos diez veces, volvió a España. "Estaba latigándome siempre. Era muy infeliz. Ya lo era en Puerto Rico, pero aquí estaba amargadísimo", relata. Veía como sus amigos y amigas se ennoviaban. Y él, fan confeso de Disney, iba siempre en solitario porque no se le permitía abrirse a nadie.

Su relación afectiva en ese momento era virtual, con un chico de Colombia. Y pese a tener todo el cuidado del mundo para ocultarla, su hermana le pilló una conversación de Messenger con él. "Llegué de trabajar y mi madre me dijo que fuera un momento al comedor, que teníamos que hablar. Estaba toda la familia. Me preguntó que si hablaba con chicos y le dije que con chicas y chicos. Volvió a preguntarme si hablaba con gais y le dije que no", relata.

Lo siguiente que le cuestionó su madre era si podía jurar que eso era cierto. Al hacerlo, se desató la pesadilla. Dos o tres días después, el famoso amigo de sus padres se presentó en casa "como si fuera una ambulancia" para curarlo. "Me preguntó que si alguna vez me habían dado por detrás y, cuando respondí que no, le dijo a su mujer que aún llegaban a tiempo", recuerda. "Eso me marcó".

Lo que pasó ese fin de semana "fue bastante oscuro". "Me vigilaron hasta la ropa interior", asegura. Le investigaron su música, sus papeles y sus libros. Le tiraron casi todas sus películas, incluidas las de Harry Potter por brujería, que después le tocaba alquilar en el videclub. También le quitaron internet. Solo salvó varias temporadas que tenía de Los Simpson y que le dio tiempo a esconder "porque las temporadas valían 50 euros". La limpieza fue integral

A partir de ese momento, solo podía ver Narnia -que ahora, como es lógico, no puede visualizar ni en pintura- y escuchar música religiosa. A eso se sumaron los exorcismos de pastores, un acto que no se parece al que vemos se ven en la película de El Exorcista, dirigida por William Friedkin, pero que tenía entre otros fines "ir contra los espíritus de pederastia" mientras supuestamente hablaban con la voz de Dios. "Me distancié de mis amigos. Iba a la iglesia y me sentía sucio. Iba a trabajar y mantenía la cabeza baja. No recuerdo cuánto duró aquello, pero fue un tiempo muy complicado", relata.

Nuevas 'fórmulas' contra la homosexualidad

Habló con el joven pastor de su madre, distinto al suyo, que le vino a decir que la homosexualidad era como tener un cáncer pero buscándolo. Se refugió en su iglesia, pero nada funcionaba.

"Mi madre me preguntaba cómo estaba, como si ya pudiera ser heterosexual. En Texas, muchas veces tuve pensamientos homosexuales, y me clavaba cosas, y me hacía sangre todo para asociar el dolor a la homosexualidad. Hice todo cuanto estaba en mi mano para cambiar y no pude. Era como, ¿qué más tengo que hacer? Así que me sugirió que me fuera de España", relata.

Se fue un tiempo a hacer otros cursos a un pueblo de Brasil, donde metían en el mismo saco la homosexualidad, la zoofilia, la brujería o el sanatismo. "Un día, el pastor que estaba encargado de mí empezó a contarme que la homosexualidad era lo mismo que tener sexo con caballos. Yo le razoné que con mi mejor amigo me enamoré de la persona, que era muy bonito. Tras unas semanas discutiendo un poco con él me dijo que yo era como su hermano toxicómano: alguien imposible para razonar".

Regresó antes de lo esperado y volvió como pudo a su vida anterior. Su padre dio la cara por él y eso provocó la separación. Su madre y su hermana se fueron a vivir a otro apartamento que él ocupó cuando se arreglaron las cosas entre sus padres 'gracias' al pequeño sueldo que al fin le dieron: 30 euros al día.

Varios intentos de suicidio

Después vino el adentrarse en un mundo gay que hasta entonces no conocía y que no fue fácil. También una relación amorosa buena y otra tóxica, mucha precariedad, más problemas con su familia y varios intentos de suicidio. Entre medias se sacó el graduado escolar.

Tras cortar con todo su anterior mundo una vez que sus padres le echaron del trabajo, consiguió una renta de la Comunidad Valenciana que le permitió sacarse el título de técnico de Farmacia y, ahora, el de Auxiliar de Enfermería. Pero las heridas que le provocaron toda ese represión y aislamiento en su juventud todavía no están cerradas.

"A mí me han roto la vida. Me han roto todo. Tengo un montón de problemas para la edad que tengo. Conozco a más gente que ha pasado por lo mismo pero que no van a hablar nada. Conozco a gente que está metida en la Iglesia y a chicas lesbianas que les han obligado a casarse con hombres. Eso está pasando a día de hoy", afirma.

Habla de la Iglesia Evangélica, pero también de muchos casos en Latinoamérica. En Europa, una decena de entidades LGTBI+ de distintos países han reclamado a la Comisión Europea que proponga una directiva que añada las terapias de conversión a los eurocrímenes, así como que enmiende la actual directiva de igualdad (2008) para prohibir esas prácticas. Porque, según los datos del III EU LGBTIQ survey de la FRA, un 21% de las personas LGTBI+ que respondieron a la encuesta no representativa tuvieron algún tipo de experiencia con prácticas para cambiar su orientación o identidad sexual. Algunas son más sutiles y otras, como las de Rubén, mucho más agresivas, pese a vivir en una sociedad democrática.