ANIVERSARIO DE SU MUERTE

30 años sin Drazen Petrovic, el genio rebelde que amaba el baloncesto

El 7 de junio de 1993, fallecía en un accidente de tráfico con tan sólo 28 años; tres décadas después se sigue recordando la figura del que, antes de convertirse en uno de los jugadores más destacados de la NBA, vistió durante una temporada la camiseta del Real Madrid

Fernando Martín y Drazen Petrovic, durante su etapa como jugadores del Real Madrid.

Fernando Martín y Drazen Petrovic, durante su etapa como jugadores del Real Madrid. / Archiv

Juanjo Talavante

Juanjo Talavante

El título de esta remembranza, ahora que se cumplen 30 años de su muerte en un accidente de tráfico, podría haber sido "De cómo un adolescente madrileño supo antes que ningún medio de comunicación que Drazen Petrovic había fichado por el Real Madrid", pero el hecho de que ese adolescente fuera precisamente quien suscribe estas líneas conllevaría alterar una norma elemental del periodismo y convertirse en protagonista de una historia que sólo puede tener un dueño: el genial, indómito e inolvidable jugador croata que maravilló a Europa y triunfó en la NBA.

Hay dos versiones sobre el fichaje de Petrovic por el Madrid. Una asegura que el club blanco se lo ‘birló’ al Barcelona, que lo había tenido casi hecho, pero que no había concretado el acuerdo a falta de unos flecos. Y hay otra, que conocí en primera persona en 1986. No puedo concretar el día con exactitud, pero recuerdo que había acudido hasta la zona norte de Madrid para comer con mi padre. Fuimos a un restaurante gallego y al almuerzo se unió un empleado del Real Madrid, uno de esos hombres de club que ya por entonces llevaba varias décadas trabajando en la institución, era un hombre importante en las relaciones con la UEFA y la FIFA.

“Chaval, hemos fichado a Petrovic"

En un momento de la comida, ese empleado me miró y me dijo: “Oye, chaval, no se lo digas a nadie, pero… hemos fichado a Petrovic”. Recuerdo pocas cosas más, pero si de algo estoy seguro es de que casi me atraganto con una porción de empanada que estaba paladeando en ese instante. Le miré y le dije: “No puede ser”. Si había un jugador que despertaba toda mi animadversión y que me había sacado de mis casillas era él, pero, a la vez, si me preguntaban a quién querría fichar, habría dicho, sin dudarlo, que justo a ese jugador. “Eso sí -añadió el amigo de mi padre- , no te engañes, lo hemos fichado porque no lo ha querido Aíto”. Aíto era (y sigue siendo) Aíto Garcia Reneses, por entonces entrenador del Barcelona (esta temporada ha dirigido al Girona en la Liga Endesa).

Drazen Petrovic junto a Lolo Sainz, su entrenador en el Real Madrid.

Drazen Petrovic junto a Lolo Sainz, su entrenador en el Real Madrid. / Archivo

Así que aquel buen día me fui a casa contento y conociendo una información que aún tardaría unas cuantas semanas en llegar a la prensa. En cualquier caso, habría que esperar dos años para ver a Petrovic de blanco, porque en aquel entonces los jugadores yugoslavos no podían abandonar su país antes de cumplir los 28, aunque en el caso de Drazen unas gestiones económicas del Real Madrid lograron rebajar esa condición a los 24. Transcurridas esas semanas, la portada de la revista 'Gigantes del basket' mostraba a Petrovic sonriente con una bufanda del Real Madrid y se confirmaba su fichaje.

Mil triples por 100 pesetas

Drazen era un jugador diferente, un perfeccionista irreverente, un provocador nato y burlón, un tirador demoledor, penetrador imparable y anotador compulsivo. Todo ello se podría resumir en que el baloncesto para él era una obsesión. Contaba Lolo Sáinz, su entrenador en el Real Madrid, que al final de los entrenamientos podía ofrecer 100 pesetas a unos críos para que le pasasen balones y practicar su tiro de larga distancia una y otra vez. Dicen que podía lanzar mil triples después de una sesión de entrenamiento.

Nacido en la pequeña ciudad croata de Sibenik el 22 de octubre de 1964, Drazen creció viendo a su hermano mayor, Alexander, destacar en la cancha. A los 10 años comenzó a jugar en el instituto, y con 16 pasó a formar parte del equipo de su ciudad natal, el KK Sibenka, donde destacó y desarrolló sus habilidades llevando al equipo a dos finales de la Copa Korac. Entonces, llamó la atención del todopoderoso Cibona de Zagreb, por el que fichó en 1984, sí, el año en que España derrotó a la selección yugoslava en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, donde ya estaba Petrovic.

Drazen Petrovic y Tyrone Bogues, en un Estados Unidos-Yugoslavia.

Drazen Petrovic y Tyrone Bogues, en un Estados Unidos-Yugoslavia. / Archivo

Con la Cibona, y rodeado de una constelación de estrellas del baloncesto aún yugoslavo, comenzó a ganar títulos, incluidas dos Copas de Europa (1985 y 1986), la primera de ellas derrotando al Real Madrid; la segunda, al Zalgiris de Arvydas Sabonis. Los enfrentamientos con los blancos eran épicos y también desesperantes para los madridistas. No había forma de parar a aquel escolta de pelo rizado y abultado, a veces bailarín, a veces filigranero, siempre exasperante. A su lado, su hermano Alexander, Knego, Cutura, Nakic…

Petrovic no tenía amigos en el Real Madrid

Cuando el Barcelona descartó su fichaje por la negativa de su entrenador, el representante de Petrovic llamó al club blanco, y Ramón Mendoza sólo contestó con un simple y rotundo “¿Cuándo?”. Aunque se dijo que el Granarolo de Bolonia puso en la mesa una mejor oferta económica, Petrovic decidió vestir de blanco. Su llegada al Real Madrid cambió las miradas de la afición, pasando de villano a héroe rápidamente, sin embargo, en el vestuario las cosas fueron diferentes. Drazen nunca llegó a trenzar amistad con sus nuevos compañeros de equipo, y el recelo con que fue tratado se convirtió en una barrera. De hecho, se cuenta que cuando se conoció su fichaje, algunos jugadores de peso en esa plantilla se manifestaron muy en contra y protestaron ante los responsables de la sección.

En aquel Real Madrid jugaba también Fernando Martín, el primer español que accedió a la NBA, y como Drazen, otro líder indiscutible. El Madrid ganó aquella temporada la Copa del Rey y la Recopa, esta última con una exhibición del croata, que anotó 62 puntos en la final ante el Snaidero Caserta del brasileño Oscar Schmidt. En aquel partido, Drazen buscaba jugar un uno contra uno permanentemente, y si era necesario no dudaba en jugar un uno contra cinco, con muchos de sus compañeros observando entre incrédulos y admirados aquel catálogo inacabable de jugadas ofensivas y esa infalibilidad en el tiro. Lo cierto es que en aquel vestuario casi nadie lo tragaba.

Drazen Petrovic en un partido entre New Jersey Nets y New York Knicks.

Drazen Petrovic en un partido entre New Jersey Nets y New York Knicks. / Archivo

La espantada de Petrovic a la NBA

Llegó después la final de liga ante el Barça, donde el Madrid sucumbió en un quinto y polémico encuentro que acabó con sólo cuatro jugadores blancos en cancha por las expulsiones por faltas. Y después, Drazen… dio la espantada. Decidió ir a la NBA, a la tierra de los sueños, él, que sólo sabía soñar con baloncesto, precisamente él, el genio irredento, incansable en busca de la perfección, de la mejora del tiro, del manejo de balón.

Tras un año en la capital de España, cruzó el charco y se enfundó la camiseta de Portland Trail Blazers. Aunque aquella primera intentona tuvo mucho de frustrante. Primero porque el equipo tenía en esa posición de escolta a un intocable llamado Clyde Drexler; segundo porque su entrenador, Rick Adelman, nunca mostró demasiada confianza en aquel chico europeo.

Pero Drazen no era de los que arrojan la toalla. Pidió ser traspasado, y acabó cambiando el Oeste por el Este y vistiendo ahora la camiseta con el número 3 en los New Jersey Nets. Y allí sí, allí Drazen explotó sus virtudes, ensanchó sus espaldas y sus brazos, perfeccionó su mecánica de tiro y acabó convirtiéndose en líder anotador del equipo con unos porcentajes de acierto envidiables. Fue incluido en el tercer mejor equipo de la NBA y estuvo a punto de jugar un All-Star.

La Guerra de los Balcanes

En paralelo iba transcurriendo su carrera en la selección yugoslava con la que logró un Eurobasket en 1989, una plata olímpica en 1988 y un campeonato del mundo en 1990. Todo antes de que estallara la guerra de los Balcanes y la fractura y la tragedia salpicaran también a los que hasta entonces habían sido compañeros de equipo y amigos. Yugoslavia se fragmentó, como esa confianza irrecuperable en muchos casos entre quienes tras la contienda pasaron a defender banderas diferentes: además de Drazen, Divac, Paspalj, Kukoc, Zdovc, Jovanovic, Perasovic, Komazec...

Con Croacia, Petrovic se colgó la plata olímpica en Barcelona 92 tras caer en la final con un equipo de extraterrestres (Magic, Jordan, Bird…) que se hacía llamar Dream Team. Al año siguiente, se consagró entre los grandes de la NBA, liderando a los Nets con 23 puntos por partido, y siendo uno de los triplistas más fiables de la liga. En aquel verano del 93, tras ser eliminados por Cleveland Cavaliers en los play-off, se trasladó a Polonia, para unirse a la selección de su país en el preeuropeo en busca de una plaza en el Eurobasket de Alemania. Croacia perdió la final con Eslovenia pero aseguró su participación en la cita. Es la siguiente aspiración del genio de Sibenik, que no sabe a ciencia cierta si seguirá jugando en los Nets, porque la relación en el vestuario es algo más que tensa con algunos de sus compañeros. No descarta regresar al baloncesto europeo, pero también se fija como objetivo jugar con los Boston Celtics.

Drazen Petrovic celebra una canasta con New Jersey Nets.

Drazen Petrovic celebra una canasta con New Jersey Nets. / Archivo

El accidente en el que murió Petrovic

Drazen Petrovic era así, ilegible, indescifrable, volcánico en la cancha e introvertido fuera de ella. El apodado ‘Mozart del baloncesto’ había compuesto en plena juventud una sinfonía de 112 puntos ante el Olimpia de Liubliana. Él era en EEUU el europeo tímido que no se cansaba de entrenar y de lanzar a canasta cuando las luces del pabellón se apagaban. Era el genio irreductible. A alguien así, inevitablemente, lo amabas o lo odiabas.

Y al final, el que más le odió fue el destino. El 7 de junio de 1993, Drazen Petrovic duerme en el asiento de copiloto del Volkswagen Golf que conduce su novia. En lugar de desplazarse a Múnich en avión con sus compañeros de selección, él ha elegido viajar desde Polonia en coche hasta la ciudad alemana. El vehículo circula por Denkendorf, a unos 100 kilómetros de Múnich. Llueve. El conductor de un camión que circula en sentido contrario pierde el control y choca contra el Golf. La conductora resulta ilesa, pero Drazen no volverá a despertar jamás. Tenía 28 años. Probablemente, fuera soñando con canastas. Lo lloró el baloncesto mundial, incluidos los que pasamos de odiarlo a amarlo. Imposible olvidarlo. Imposible no recordar aquel “Oye, chaval, no se lo digas a nadie, pero… hemos fichado a Petrovic”.