LIBROS

Clara Morales, escritora: "Desconfío del poder de la literatura para influir en el mundo. La justicia no se hace en los libros, sino en otro sitio"

La autora, periodista cultural hasta que eligió abandonar la precariedad, publica su primer libro, con trece relatos de marcado tono feminista en torno a la memoria, la justicia y la reparación 

La escritora Clara Morales.

La escritora Clara Morales. / Jairo Vargas

Se llama Antonio Gil García y es médico. Le detendrán el 19 de octubre de 1937, ingresará en prisión y morirá en su casa, en arresto domiciliario, siendo un represaliado, sin juicio y sin poder ejercer su profesión. Su bisnieta buscará, varias décadas después, la causa judicial que el régimen franquista abrirá contra él y otros masones de la provincia de Huelva y convertirá su historia, titulada Causa 105, en el epílogo de un libro de relatos. Al final de ese último texto, una mujer le dirá a esa otra que ha buceado en los archivos oficiales de la memoria: “Le tenías que haber conocido, era un hombre fuera de lo común. La suerte que tuve de tenerlo como padre y lo poco que me duró. Pero vamos a hablar de otra cosa. Hace mucho. Yo era muy pequeña. Ya casi no me acuerdo”. Y esa última frase dará título a un libro llamado justamente así, Ya casi no me acuerdo (Tránsito), debut portentoso en la literatura de Clara Morales, bisnieta de ese médico de Huelva, que abrirá la historia de su bisabuelo con una cita de Éric Vuillard —“Si contamos solo lo que puede documentarse, quizá estemos alejándonos de la verdad”— en la que reside una vocación clarísima de impugnar esa naturaleza de narrador fiable que otorgamos a los archivos oficiales. La autora se preguntará: “¿Dónde quedan tantos recuerdos que se han perdido? ¿Qué clase de archivo es un archivo, como el de mi bisabuelo, de una justicia fascista? ¿Qué nos podemos creer?”.

Clara Morales trabajó durante años como periodista cultural en medios como El País, Icon, SModa o Infolibre. En octubre de 2021 decidió abandonar su profesión porque “las condiciones laborales del periodismo no son las mejores ni en sueldo ni en horarios, y eso empezó a afectar al placer del trabajo, tuve un replanteamiento de lo que es la idea de vocación y me fui buscando un sitio en el que tuviera, sobre todo, más tiempo. Más tiempo para escribir, entre otras cosas, pero más tiempo para vivir”. Un año después, Clara Morales empezó a trabajar como bibliotecaria de la Universidad Complutense, después de aprobar una oposición, pero en 2018 ya había empezado a escribir algunos de los trece relatos de este libro: “Yo quería escribir un libro de relatos y me interesaba que giraran todos en torno al mismo tema porque es una forma de entender algo que me interesa, de acercarme a ello de distintas maneras, y me gustaba la posibilidad de que los relatos se pudieran contradecir y desmentir entre sí, porque yo no tengo una idea unívoca ni sobre estos temas, ni sobre ninguno”, explica a este diario.

Lesbiana, de izquierdas y feminista

“A mí me interesan mucho los personajes, quizás porque, aunque nos sentimos inevitablemente protagonistas de nuestra propia vida, la verdad es que a la mayoría no nos pasan cosas tan relevantes y muchas veces somos testigos de la vida de otro”, dice la autora, que utilizará la primera persona en la mayor parte de sus relatos, un narrador testigo que hablará, muchas veces, de lo vivido por los demás: un superviviente del campo de concentración de Mauthausen, una víctima de torturas en los sótanos de la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol, niñas abusadas en la infancia, niñas que descubren el deseo por otras niñas al mismo tiempo que la vergüenza, una anciana que espera el desahucio en una casa que se cae a trozos, un homosexual que celebra un atisbo de libertad en aquel mitin en 1977 de la CNT en Montjuic y otro que, treinta años después, esconderá el dolor por el desprecio recibido en el altillo de una casa. Los personajes de Morales reclamarán su propio relato, rechazarán “la matemática del daño” y dirán que “cada vez que un hombre piropea a otro es un triunfo del proletariado” o que el odio puede ser un lugar “más luminoso, más ancho y más profundo” que la pena o que la infancia no es, ni de broma, ese paraíso perdido del que usted me habla.

Y en las páginas de este libro habrá café de puchero, bolsas de perrunillas, braseros y mesas camillas, cartas desde el exilio, una canción de las Spice Girls, tarrinas de Tulipán y cajetillas de LM light, habitaciones que huelen a puro y a brandy, humedades en el baño y tortillita francesa para cenar, el sol en el patio de una cárcel y el rodaje de una película y un abuelo piloto de aviación al que todos en el pueblo llamaban Clark Gable. Y en esa artesanía del detalle habrá una mirada de clase y Morales le contará al lector eso que no siempre está presente en la literatura contemporánea: dónde vive la gente, cómo vive, con cuánto dinero y cómo es posible que no puedas escaparte del trabajo para ir a ver a tu madre porque en tu empresa amenazan con un ERE y no te la quieres jugar.

Tenemos ese peligro en la cabeza, el de escribir desde la posición del personaje hombre y del autor hombre. Y eso hay que frenarlo porque puede ser una especie de automatismo"

Esas voces que cuentan las historias de Ya casi no me acuerdo serán, casi todas, femeninas. “Me parecía importante porque yo sé desde dónde escribo: soy una mujer, soy una mujer que escribe, soy una mujer lesbiana, soy una mujer de izquierdas, soy una mujer feminista, del sur de España y probablemente muchas cosas más, y me parece importante que la historia la contemos también las mujeres”, explica Clara Morales. Y añade: “Si te digo que es una cosa en la que yo haya puesto empeño, estaría mintiendo, porque si sabes desde dónde miras la vida, eso se traduce en lo que estás escribiendo. Pero cuando estuvo más avanzado el proyecto sí me lo planteé porque como mucha literatura que consumimos está —cada vez menos— escrita por hombres, también tenemos ese peligro en la cabeza, el de escribir desde la posición del personaje hombre y del autor hombre. Y eso hay que frenarlo porque puede ser una especie de automatismo. Pero sí, el motivo está claro y la intención, también”.

Adolescencia, muñecas Barbie y Dolores Vázquez

Morales escribirá estos trece relatos con una enorme ambición técnica y formal, con una escritura que bebe de la oralidad y que pareciera tener una música que, dice Lara Moreno (autora que acompañó el proceso de escritura de Clara), remite a la copla o a los palos del flamenco, relatos que la autora construirá como un ejercicio de “vampirismo”: “A mí me interesa mucho la voz, cómo habla la gente. Para mí era importante que (los personajes) hablaran de maneras distintas y que cada uno tuviera una motivación de por qué hablar y cómo hablar. Yo soy un poco... ¿podríamos decir neurótica? Sí, podríamos decir neurótica. No soy capaz de empezar a escribir a ver qué sale, hay cosas con las que te encuentras por el camino, pero tengo que tener clara la estructura, cómo va a ser esa voz, cómo habla la persona que habla y a dónde va la historia”.

Si la memoria LGTBIQ+ tiene una enorme presencia a lo largo del libro, también ocupa mucho espacio el territorio de la adolescencia. Al menos cuatro relatos —Jabón neutro, Amiga íntima, Aquí y Verbena— habitan ese universo: “La adolescencia es una etapa de formación y quizás lo tenga más claro por el hecho de haber crecido como lesbiana adolescente. Yo lo recuerdo como un momento de muchísimo planteamiento en torno a la propia identidad y muchas de las cosas que reconocemos como adultos, también como violencias, si te pones a tirar, a tirar, a tirar... vienen de ahí”. De ahí que Morales cuestione su idealización: “Para muchísima gente, para la gente que menos se ajusta a la norma, la perspectiva de una reunión de instituto años después es una pesadilla, y yo hablo desde mi experiencia homosexual, pero no te puedes ni imaginar lo que puede ser ese reencuentro para una persona trans. Creo que la nostalgia es una cosa perfectamente comprensible y normal que todos vivimos cada día, pero también es muy peligrosa y hay que ser conscientes de que la infancia y la adolescencia son momentos de fragilidad extrema donde hay una gran posibilidad de recibir daño”.

En Verbena, Morales usará los códigos del terror —“todo lo que yo pueda pensar sobre el terror y la memoria se lo debo a Layla Martínez”, dirá Clara— para reconstruir “un pilla-pilla perverso” al que se jugaba en las verbenas de su colegio, cuando era cría, en el que los chicos perseguían a las chicas “para coger culo”, alejados de la mirada adulta, en la oscuridad del patio. En Amiga íntima, un relato monumental que apabulla de tan brillante, Morales hará convivir varios terrores al mismo tiempo: el de ese cambio físico súbito y sin aviso previo que se produce en el cuerpo de una niña que juega con Barbies, que “empieza a sospechar que siente deseo por mujeres, sin saber lo que es el deseo”, y que vive en una casa llena de mujeres que se encargan de la matanza del cerdo mientras observan en la tele cómo se construye el relato de la lesbiana mala en torno a la figura de Dolores Vázquez en el caso Wanninkhof.

Sufre en silencio, pero véngate

No habrá nostalgia en los trece relatos que acoge Ya casi no me acuerdo, pero sí un posicionamiento y una mirada claramente política, y todo eso en un libro de debut: “No he tenido una sensación de riesgo al hacer esto, entre otras cosas porque mi salario nunca ha venido de los libros, y si no me quieres llevar a algún sitio, o si no me quieres leer, cariño mío, no me leas, anda que no hay gente a la que leer. Mentiría si dijera que estoy siendo valiente porque no es así, los libros no existen en el vacío y si yo he pensado en esto y he escrito sobre esto es porque tan sola no estaré. Están Belén Gopegui, Marta Sanz, Almudena Grandes y todas las mujeres que están escribiendo con una conciencia feminista, a las que no metemos en lo que se considera literatura política porque tenemos una idea muy estrecha de lo político. Eso es militancia, exactamente igual que si militas en un partido o en una ideología a la que le puedas poner otros apellidos con más prestigio que el feminismo, que parece una cosita como de tomar el té y, perdona, pero no”.

Están Belén Gopegui, Marta Sanz, Almudena Grandes y todas las mujeres que están escribiendo con una conciencia feminista, a las que no metemos en lo que se considera literatura política porque tenemos una idea muy estrecha de lo político"

Morales añade, además, que “toda la literatura es militante. ¿Militante a favor de la pareja heterosexual monógama? ¿Militante a favor del si quieres puedes y cualquiera puede ser rico? ¿Militante a favor de que el amor te salvará? Toda la que quieras. Esa también es literatura militante y la hay mejor y peor, pero solo vemos la militancia en la que se queda fuera de la normatividad o fuera de esta familia en la que, desde luego, no estamos nosotras en el centro”.

El libro de Clara Morales se abre con varias citas, una de ellas la inscripción en una celda de la cárcel de Carabanchel: “Sufre en silencio, pero véngate”. ¿Es este libro un ejercicio de venganza? “Ojalá. No sé hasta qué punto se puede ejercer una venganza a través de la literatura. No lo sé. Desconfío del poder de la literatura para influir en el mundo y creo que la justicia no se hace en los libros, sino en otro sitio. Pero quizás la voluntad de venganza literaria es también una expresión de la frustración por no poder hacerla de otra manera. Entonces, sí, ojalá hubiera venganza, una venganza que es pequeña y ridícula frente a lo que la gente ha hecho de verdad. Que te escriban un relato, que te saquen los colores, poco es, la verdad. Poca respuesta es”.

¿Después de este primero, habrá un segundo libro de relatos? “Estoy en una fase muy preliminar de algo que, si llega a existir, será una novela, pero ya sabes como son estas cosas”, responde.