EL CUADERNO DE... (8)

En la guarida de Maika Makovski: “El instinto que no he tenido para los mánager, lo he tenido para las bandas”

Artista inclasificable, ha liberado una cara distinta en los ocho discos que ha editado: de madre española y padre macedonio, ha indagado en su folclore personal para desarrollar un sonido tan auténtico como propio

Puedes ver la entrevista completa pinchando aquí

Entramos en la guarida de Maika Makovski: cuando no está en Palma, se aloja en esta casa de Madrid para descifrar el pasado.

Entramos en la guarida de Maika Makovski: cuando no está en Palma, se aloja en esta casa de Madrid para descifrar el pasado. / ALBA VIGARAY | PI STUDIO

Pedro del Corral

Pedro del Corral

A Maika Makovski le gusta escribirse. No lo hace a menudo, es cierto. Pero, cuando se pone, se lo toma como un ejercicio vital. Entonces, coge el papel. Y con sangre como tinta empieza a desmenuzar las corazonadas que guían su carrera. No tiene prisa. De hecho, hay cartas que tarda en redactar días. Una vez rubricadas, las mete en un sobre que lleva por destinataria a sí misma. Aunque no salen de casa, el viaje sí lo hacen. A los 10 años, salen del cajón donde las guarda con mimo.

Una por temporada, para comprobar si los anhelos de antaño han tomado cuerpo. Y, por qué no, para darse el valor que la industria le ha negado a veces. “Es un modo de comprobar que las ambiciones que tenía las he superado con creces. Gracias a ellas, he descubierto que había sueños donde no residía la felicidad”, cuenta la cantautora. Una experiencia que le ha ayudado a cuidar la vena artesanal y autónoma con la que ha iluminado su camino.

De padre macedonio y madre española, Maika ha vivido en Estados Unidos, Canadá, Irlanda...

De padre macedonio y madre española, Maika ha vivido en Estados Unidos, Canadá, Irlanda... / ALBA VIGARAY

En ellas ha intentado preservar el alma que, más tarde, ha transformado en canciones: de madre española y padre macedonio, ha indagado en su folclore personal para desarrollar un sonido tan auténtico como propio. Nómada por certeza, ha vivido en Estados Unidos, Canadá, Irlanda… destinos que, casi sin querer, han ido aportando el granito de arena decisivo a su proyecto: “Me siento parte de un paisaje. Quizá, mediterránea. Pero, en el fondo, hay tantos sentimientos que es más complejo que esto. Es una vida inspiradora... hasta que necesitas pertenecer a un sitio. Y, entonces, ya no es bonito vivir en un barco”.

En el salón donde se reúne con EL PERIÓDICO DE ESPAÑA ha echado raíces. A los libros, cuadros y velas que la decoran se suman las melodías que, en plena noche, le han asaltado. Aquí pasa las temporadas que no está en Palma, aquellas en las que, de alguna manera, necesita descifrar las dudas del pasado.

Siempre respaldada en la palabra, Maika ha hecho del inglés una seña de identidad.

Siempre respaldada en la palabra, Maika ha hecho del inglés una seña de identidad. / ALBA VIGARAY

“Lo que más me atrae de mí es que tengo un criterio. Algo que no es fácil defender en este oficio. Sobre todo, cuando estás empezando. Hay quien hace críticas muy duras sin pararse a pensar que tienes una edad. Por lo que te tienes que recomponer con frecuencia”, sostiene. Dicho carácter lo heredó de sus progenitores, quienes la han inspirado con numerosas referencias artísticas en los ocho discos que han editado.

Entre Kradiaw (2005) y MKMK (2021), aguardan tantas métricas, armonías y enfoques que, si bien la han vuelto inclasificable, ponen sobre la mesa el rico patrimonio que lleva 18 años amasando. Bunch Of Little Burdens (2023) es su última apuesta y, como tal, una píldora del nuevo giro que está por asumir: “La música estándar no me llama la atención. Prefiero aquella que tiene una chispa determinada”. Alto y claro.

P. ¿Qué le aportó su familia?

R. Mi padre es artista, por lo que crecí escuchando su repertorio. Tenía un show súper chulo en el que tocaba instrumentos y hacía locuras. Recuerdo que solía meter una trompeta en un barreño con agua y jabón. O interpretar el himno de Escocia con una pelota de yoga. De él heredé una base potente de ritmos tradicionales, mientras que de mi madre los boleros que me ponía.

P. ¿Cómo ha sido su relación con Macedonia del Norte?

R. Por desgracia, no sé hablar macedonio. Eso me convirtió en una extranjera de mi propia gente. Cuando cumplí 30, sentí que todo a mi alrededor estaba alterado. Así que decidí poner rumbo al país para encerrarme e inspirarme. Lo curioso es que, al llegar, empecé a conectar con lo más bello del planeta. Y, de repente, me colmé de una información genética muy bestia: conocí a parientes encantadores, dulces, hospitalarios… Además, sucedió una cosa que me hizo creer en el destino: regresé a España al mes pensando que me iba demasiado pronto y, al tiempo, empezaron a morir algunos de ellos.

P. De aquella experiencia nació CarMenKa.

R. Fue un homenaje a mis dos abuelas: Carmen y Menka. Me lo planteé como una vía para acercarme a la música que estaba en mis venas, pero que no había tanteado. Fue tan bonito que nos propusieron hacer una gira. Sin embargo, no lo pasé bien. Lo montamos en una semana y me sentí más una invitada que la anfitriona. Aprendí mucho, ¿eh? Ahora, por ejemplo, he incorporado un compás típico de allí.

Síndrome de la impostora


Siempre respaldada en la palabra, Maika ha hecho del inglés una seña de identidad. Por convicción y por necesidad. En esta lengua ha encontrado el vehículo ideal para sacar lo que protege en su interior. Lo aprendió bien pronto, influenciada por los elepés que compraba con Prince a la cabeza. “El castellano lo dejo salir poco. Tal vez porque tengo menos vuelo con él”, apunta. ¿Y el catalán? “Si bien hice algunos temas para una obra de teatro, nunca las publiqué. Es un buen idioma para escribir: tiene palabras cortas y es más dúctil”, añade.

De ahí que no se cierre a utilizarlos en el futuro. Es un buen método para aplacar el miedo a repetirse que, en ocasiones, asalta a los autores. En su caso, también se trata de una cuestión de supervivencia: al no parar de buscar, cabe la posibilidad de sorprenderse. El mejor remedio frente a los altibajos que provoca dicha inmovilidad.

Uno de los cuadernos en los que Maika diseña el 'setlist' de sus conciertos.

Uno de los cuadernos en los que Maika diseña el 'setlist' de sus conciertos. / ALBA VIGARAY

“Admiro a Sparks y AC/DC porque no han dejado de avanzar. Quedarme en un sitio me haría infeliz”, subraya Maika, que ha convertido esta premisa en casi un mandamiento. Esta mutación continua le ha permitido llegar a nombres de la talla de John Parish, Billy Fuller y Jim Barr, quienes apreciaron el carácter innovador que lleva por bandera. Y, por contra, dispararon el síndrome de la impostor.

“Les conocí con 25 años, mientras tocaba en garitos donde ni apagaban el fútbol. Pensé que, cuando fuésemos al estudio, me verían las orejas y se darían cuenta del grave error que había cometido. Menos mal que no me achanté. A veces, España es dura. Si te dejan creer que tienes la valía en la que te ponen, no levantas cabeza. Y está bien ponerse en lugares que no te conciernen a priori porque puede ser que, realmente, sí”, recuerda.

P. Como compositora, instrumentista, vocalista, productora… ¿se siente respetada?

R. Sí, todo lo he ganado a pulso. He subido los escalones sin saltarme ninguno. No tengo un reconocimiento masivo, pero sé por qué. Me siento querida y eso quiere decir que se entiende lo que hago a pesar de no ser mainstream.

P. ¿Es necesario abrirse siempre en canal para crear?

R. No es más trascendente una canción por las lágrimas que dejes en ella. Hay cosas bellas que son poderosas.

P. ¿La música le ha hecho libre?

R. No. Yo soy quien me hago libre o no. El arte es un resultado de eso.

Única condición: libertad


La sinceridad es uno de los pilares sobre los que ha cimentado sus melodías. Jamás se ha dejado llevar por luces que pudieran eclipsarlas. Si quería brillar, tenía que confiar. Un principio que ha mantenido intacto. Incluso cuando la inocencia del comienzo le planteaba algunas dudas: con sólo 15 primaveras rechazó un contrato, precisamente, por no respetar la senda que había escogido. Querían que cantara en español y en catalán. Y que, además, compusiera con otra persona. Lo declinó de inmediato.

“Me alegro de aquella decisión, pues hubiese editado un disco del que no estaría orgullosa. Cuando haces la música que no quieres, te traicionas. Es una factura que no es gratis. Y te quema. Muy rápido. Como una mecha. Quizá, hubiese tenido una carrera más fácil... pero, al menos, no estoy pagando aquel peaje”. Desde entonces, su primera condición es la libertad.

Maika, en el jacuzzi donde a veces improvisa canciones con sus amigos.

Maika, en el jacuzzi donde a veces improvisa canciones con sus amigos. / ALBA VIGARAY

Cada vez que toca Places Where We Used To Sit, Love You Till I Die, Song Of Distance, Reaching Out To You o I Live In a Boat lo deja patente: no hay nada que se pueda interponer entre ella y el universo. Sus actuaciones son salvajes, primitivas, bárbaras… Flota en ellas una energía desbordante capaz de colapsar la sala más íntima y el festival más vasto.

En parte, gracias al enfoque horizontal que gobierna su banda: los componentes, incluida ella, se disponen en línea recta frente a la masa para, en las pausas, intercambiar instrumentos. “Lo planteé así para que no hubiese un foco de atención concreto. Yo, por ejemplo, empecé la gira en un extremo del escenario para destacar que la fuerza estaba en todos. Y que, en consecuencia, al público le costase decidir dónde mirar. Estoy enamorada de mi equipo”, asegura. No hay duda.

P. Hizo la banda sonora de Quien a hierro mata. ¿Es distinta la forma de trabajar?

R. Tremendamente. Al principio, Paco Plaza me pidió que lo hiciera al gusto y que él encajaría el resultado en la acción. Después, me propuso escribir para la imagen. Y, claro, yo no tenía ni idea de tecnología. Fue duro, estuve a punto de dejarlo. Al final, optamos por lo primero.

P. También musicalizó poemas de Edgar Allan Poe que terminaron en su cuarto elepé, Desaparecer.

R. Lo hice para un texto de Calixto Bieito. Recuerdo que los hice trizas, cogí frases y las metí en una coctelera. Una locura que repetí con Shakespeare. En este caso era una adaptación de la Royal Shakespeare Company y estaba acojonada: una española con acento americano estaba en Inglaterra reformulando un clásico… ¡qué locura! Lo bonito es que los locales resultaron ser más abiertos de lo que pensaba. Al ser grandes autores, partía de una calidad increíble.

P. ¿Ha vivido algún desengaño profesional?

R. Es una industria dura. El instinto que no he tenido para los mánager, lo he tenido para las bandas.

Girar con The Dubliners


De verso libre y enorme autenticidad, Maika escribe para reunirse y enlazar. Podría decirse que este el eje que vértebra su discografía, un delicioso compendio que, si bien resulta difícil de etiquetar, subraya la esencia de la que parten: el amor por el amor. “Presto atención a una voz especial. Además, los temas van evolucionando contigo. Crecen como tú, por lo que cambia tu relación con ellas. Algunas se quedan atrás y otras se arraigan”, dice. Sólo hay que creer en ellas.

Un arrebato que, en la era de streaming, es casi una declaración de guerra: “Hay quien nace con una seguridad increíble. A mí me ha costado, era tímida. Me he estancado y he visitado entornos que no eran los más propicios para hacer música, pero me he esforzado en rodearme de gente buena”. Como Howe Gelb, The Dubliners y The Jayhawks, con los que giró entre 2005 y 2007.

Maika se ha hecho fuerte en las tablas, el paraje donde mejor ha desarrollado su imaginario.

Maika se ha hecho fuerte en las tablas, el paraje donde mejor ha desarrollado su imaginario. / ALBA VIGARAY

Maika se ha hecho fuerte en las tablas, el paraje donde mejor ha desarrollado su imaginario. Uno que, resistente frente a las pseudo tendencias del mercado, jamás ha doblegado. Se ha mantenido férrea en sus convicciones. Sin dejar al aire ningún detalle. “No me he escondido en mi dormitorio, no he dado mi brazo a torcer. He preferido ir hacia adelante”, señala.

¿Cómo? Inmortalizando la vida en melodías. Las hace a puñados, en un intento por dar cobijo a toda semilla. Aquellas que pasan desapercibidas, pero destapan historias apasionantes a la larga: “Valoro las letras que hablan de lo pequeño. Lo pasajero no es tan importante”. A ellas les dedica algún verso que, rara vez, termina publicado: si algo debe quedar registrado en sus álbumes, sin duda, es la verdad. Por ella, respira. Y, por ella, canta.

P. ¿Qué ha descubierto del mundo a través de sus canciones?

R. Hay momentos en los que no tienes vocabulario suficiente para entender lo que ha ocurrido, lo que has vivido, lo que te han hecho… Y lo haces a través de una poesía sonora en la que, con el tiempo, reconoces ciertos lugares.