ARTE

El juego infinito de Chema Madoz

Una nueva exposición reúne los trabajos más recientes de uno de nuestros fotógrafos más reconocibles y reconocidos. La muestra es uno de los platos fuertes del Madrid Gallery Weekend, que estos días inaugura el curso artístico

Vista de la exposición, con el jarrón-cabra inspirado en Picasso al fondo.

Vista de la exposición, con el jarrón-cabra inspirado en Picasso al fondo. / Cuahutli Gutiérrez. Cortesía de Elvira González

Jacobo de Arce

Jacobo de Arce

Es difícil encontrar giros o discontinuidades en el trabajo de Chema Madoz, un creador cuyas imágenes se han integrado en eso que podríamos llamar Marca España, sección arte, con la misma soltura que las pinturas de, pongamos, un Antonio López. Por eso no sorprende que las obras que conforman la nueva exposición que se puede visitar desde hoy y hasta el 28 de octubre en la galería Elvira González, en la que se reúne una selección ("aproximandamente la mitad", dice) del trabajo que ha venido realizando desde 2021, sean radicalmente coherentes con todo lo anterior, uno de los corpus más personales y reconocibles de la fotografía en nuestro país.

Las escasas variaciones que se pueden apreciar en su obra son pequeñas o se reducen a piezas concretas, como reconoce el propio Madoz. Para él, esa mirada tan fácil de reconocer es "como la voz, como si saca un disco Tom Waits y dices: ‘coño, si tiene la misma voz’. Hay algo un poco de inevitable". Y así como la voz de Waits la tenemos por ahumada y cazallera, las fotografías de Chema Madoz comparten unas coordenadas inconfundibles: el uso de objetos sacados de contexto para conseguir un efecto poético o metafórico, el componente escultórico de sus composiciones y, por supuesto, el blanco y negro obligado. Usar el color le acercaría demasiado a la realidad, a una literalidad que no le interesa. 

Pero a pesar de esa coherencia, Madoz defiende que en sus exposiciones siempre intenta acercarse "a elementos y objetos que no habían aparecido con anterioridad, y la forma de trabajar con ellos va tomando otra deriva". En el caso de esta muestra, un par de ejemplos llaman la atención por diferentes: son fotos hechas en espacios exteriores, una tipología escasa dentro de su obra, en la que manda el trabajo realizado en el estudio y las superficies blancas en las que coloca sus objetos. 

Conexión con la literatura

Una de ellas es un cubo semisumergido en las aguas ondulantes de lo que podría ser un lago. El cubo está a su vez casi lleno de un agua en la que se refleja la luna. En la foto predominan los tonos oscuros, en lugar del blanco habitual. Hay en ella "una conexión con la literatura, y con canciones como las de Morente". La otra es la fachada exterior de una casa de campo en la que pasó una temporada. En la ventana se refleja el paisaje que tiene enfrente, una imagen perfecta, colocada por el fotógrafo mediante montaje. Esa ventana tiene a su vez a los lados dos pequeños cuadros de paisajes que estaban en el interior de la casa y se sacaron fuera. En ese trabajo late "la idea de reproducción, de cómo se conforman las imágenes", explica.

Otra vista de la exposición.

Otra vista de la exposición. / Cuahutli Gutiérrez. Cortesía de Elvira González

Madoz es, sobre todo, un maestro del juego, que es a lo que lleva dedicándose desde que en los años noventa empezó a practicar esto que a menudo se ha definido como "poesía visual". Él dice seguir "disfrutando y descubriendo cosas en la realidad de las que no era consciente", y con objetos e ideas arma esa especie de jeroglíficos visuales que luego deberá resolver el espectador, aunque no haya una explicación o un significado único para sus imágenes. De hecho, en sus exposiciones no hay cartelas ni notas explicativas de las piezas. Por no tener, estas no tienen ni título. Y tampoco disfruta él contando qué es lo que se muestra en sus imágenes, o lo que pretendió con ellas. Todo queda sometido a la intrepretación de quien las contempla.

Ayer, sin embargo, sí que le tocó hacer una rápida presentación a la prensa, que fue una buena oportunidad para descubrir hasta dónde llega el significado o la historia que arrastran algunas de las imágenes reunidas. El jarrón con dos cuernos a modo de asas que preside la entrada a la exposición, por ejemplo, fue un trabajo de encargo, un retrato de Picasso a través de los objetos. "La ceráminca fue una buena parte de su trabajo, aparecía siempre en su estudio. Los cuernos evocan la idea del minotauro, como el nombre de la revista con la que colaboró. Y luego esa cabeza de una especie de cabra que parece que fuera a embestir, como el Picasso capaz de derribar todos los clichés". 

En otra foto, un zapato negro tiene como tacón una pipa, una imagen con la que, según él, "es difícil que no haya una referencia a Magritte". Precisamente Magritte es el artista con el que se le relacionó desde sus inicios, por ese juego con los objetos y los enigmas con los que el surrealista belga llenaba también sus pinturas. 

El carácter del objeto

En una de las salas de la exposición, una imagen de una lámpara da a todo el espacio cierto aire doméstico, acorde con las fotografías que forman parte de él. Hay una hoja de papel cuadriculadada que representa "la guía, la norma, un trazado predefinido", pero tiene un agujero en medio: la idea de saltarse esa norma, cuenta el artista. Un poco más allá, en otra sala, hay varias fotos con cuchillos, un objeto que le obsesiona. En el filo de uno de ellos, de aspecto agresivo, aparece una inscripción, ‘still life’ (‘bodegón’ en inglés, pero si se traduce torpemente, ‘todavía vivo’), "que intenta poner en evidencia el carácter del propio objeto". También hay una estantería perfectamente ordenada en la que se insertan unas teclas de piano que crean un continuo con los lomos blancos de los libros. De todas las de la muestra, le parece "la imagen más barroca y abigarrada, por el número de elementos, pero a la vez una composición muy simple que podría recordar a los cuadros de Mondrian".

Chema Madoz, Sin título, (2023)

Chema Madoz, Sin título, (2023) / Cortesía Galería Elvira González

Aunque la disposición aparentemente arbitraria de objetos en sus imágenes podría llevar a pensar lo contrario, en los procesos de trabajo de Chema Madoz, Premio Nacional de Fotografía en el año 2000, "azar hay muy poco". Puede que alguna vez se tope fortuitamente con un objeto o una imagen con la que construir una nueva obra, pero normalmente sus creaciones son fruto de un proceso mental, racional, en busca de una cosa tan aparentemente sencilla como "algo que funcione como propuesta visual".