'VIDA IMAGINARIA'

Todo lo que amaba y odiaba Natalia Ginzburg, una mujer contra el fascismo

Llega a las librerías españolas 'Vida imaginaria', obra publicada originalmente en 1974. En ella recoge los artículos que escribió para 'Stampa' y el 'Corriere della Sera'

Natalia Ginzburg, en 1989, en Roma.

Natalia Ginzburg, en 1989, en Roma. / ARCHIVO

Natalia Ginzburg Amarcord, la película de Federico Fellini que retrata la vida cotidiana de un pueblo del norte de Italia durante el fascismo, la conmocionó: nunca había visto los años de su juventud, los años 30, evocados "con tanta verdad y tanto horror". De repente recordó con los ojos cómo "el fascismo era vociferante y triunfante y nosotros melancólicos", una generación que rehuía el odio y el furor, que se dejó contaminar por la ideología dominante como si fuera un virus que se infiltraba en el agua y en el aire incluso de quienes la odiaban. "'Amarcord nos muestra un mundo que no sabe defenderse del contagio", zanja la escritora en uno de los capítulos de Vida imaginariaque recientemente ha publicado en castellano Lumen y recoge, bajo la selección de la propia Ginzburg, los artículos que publicó entre 1969 y 1974 en La Stampa y el Corriere della Sera.

Portada de ‘Vida imaginaria’, de Natalia Ginzburg./ ARCHIVO


Ella era la única mujer en una primera fila de colaboradores en la que también estaban Pasolini, Italo Calvino o Alberto Moravia. Amarcord retrata una pequeña comunidad de provincias, pero "en aquella época toda Italia parecía una provincia", advierte Ginzburg. Tras el fascismo, no solo hubo que enfrentarse a la devastación, sino a la inocencia perdida para siempre. 

Cuando Vida Imaginaria se publicó en 1974, hacía años que Natalia Ginzburg sentía que no pertenecía a su época. "Tengo la sensación de que el mundo se ha cubierto de hongos y a mí esos hongos no me interesan", puso por escrito en un artículo de Nunca me preguntes (1970), que junto con Las pequeñas virtudes (1962) completa el tríptico de sus colecciones de escritos no narrativos.

Fallaci admiraba la dignidad con que había afrontado la muerte de su marido, torturado por los nazis

Marido y hermano

Congeniaron de inmediato. Natalia Ginzburg se avino a contarle más sobre la muerte de su marido, recoge el libro La Corresponsal (Aguilar): "Leone nunca había tenido esperanza de salir con vida. Los nazis le habían golpeado por segunda vez y le habían roto la mandíbula. Leone se sintió mal esa noche y pidió al enfermero que llamara a un médico, pero el enfermero no lo hizo, se limitó a darle un café. Así que Leone murió y cuando expiró no había nadie a su lado. El barrendero lo encontró al alba", le contó.

Antes que su marido, un hermano de Ginzburg fue detenido en la frontera italiana cargado de propaganda antifascista: había conseguido escapar tirándose al río y nadando hacia la frontera suiza, cuenta en Léxico familiar. La escritora consiguió algo insólito en Oriana Fallaci: que en vez de interpelar al entrevistado, enmudeciera y se sentara a escuchar. 

"Ginzburg es poco italiana porque no se preocupa por quedar bien"

Domenico Scarpa

Y sin embargo, "Ginzburg es poco italiana porque no se preocupa por quedar bien", reflexiona Domenico Scarpa en el epílogo de Vida imaginaria. Tozuda en su papel de la intelectual atávica, no hay jardín de su tiempo en el que no se atreva a adentrarse armada con un machete personalísimo. "No amo el feminismo. Sin embargo, comparto todo lo que piden los movimientos femeninos. Comparto todas o casi todas sus reivindicaciones prácticas", expone. Para ella las mujeres son una clase social inexistente, nada que ver entre las obreras y las de las clases privilegiadas, por mucho que "hoy en día a nadie le gusta contarse entre los privilegiados y todos desean participar del grupo de los oprimidos", escribe en los 70.

Sobre los judíos

Mención aparte merece el capítulo Los judíos, publicado originalmente en La Stampa el 14 de setiembre de 1972, nueve días después del atentado contra los atletas israelíes durante los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972. "Yo soy judía", aunque solo por parte de padre, expone Ginzburg, de soltera Natalia Levi: nunca había hablado tan claro sobre sus orígenes. Y aunque reconoce sentir "una extraña y oscura sensación de connivencia" al conocer a alguien judío se muestra crítica con el Estado de Israel, del cual esperaba que fuera "un pequeño país indefenso y aislado".

Entendió tarde, según expone, que los árabes de Palestina "eran pobres campesinos y pastores" y se declara en contra de los que usan "armas, dinero y cultura" contra ellos. El artículo provocó reacciones inmediatas de intelectuales de tanto peso como Primo Levi.

Feminidad y gobierno

Natalia Ginzburg no teme ser un verso suelto y se manifiesta en Vida imaginaria, con una prosa tan clara que deslumbra, sobre lo que odia y lo que ama. Escritores muy queridos por ella, como Italo Calvino, Elsa Morante o Cesare Pavese, también directores de cine como Fellini o su idolatrado Ingmar Bergman. Y reflexiona con lucidez sobre la feminidad –"lo primero que les envejece a las mujeres es el cuello", escribe, adelantándose a Nora Ephron–, los hijos y el gobierno. Después de haber sufrido en sus carnes el fascismo, para Ginzburg un buen gobierno es invisible, ironiza, situándose entre las personas que no entienden nada de política. "Un gobierno del todo incoloro, inconsistente, invisible", un gobierno "etéreo e invisible", de forma que nunca hubiera que pensar en él y que proporcionase "un espacio justo, una justa morada y una justa cantidad de bienes y de libertades para todos". En definitiva, un gobierno que funcione, en vez de generar tanto ruido.

TEMAS