UN ENSAYO DE MASSIMO RECALTI

Anatomía del amor en siete fases: de la promesa y el deseo a los hijos y la traición

El autor de '¿Existe la relación sexual?' reflexiona en 'Retén el beso' acerca de los pases del amor, desde el enamoramiento y la pasión hasta el final o la eternidad

Cuadro 'El beso' (1859) del pintor Francesco Hayez.

Cuadro 'El beso' (1859) del pintor Francesco Hayez.

En estos tiempos de aplicarse para ligar en Tinder y Grindr, de chemsex, de tantas series ambientadas en esa moderna casa de citas llamada instituto, queda un escritor, italiano tenía que ser, que aún se preocupa por la perdurabilidad del amor. Del amor verdadero, quien lo probó lo sabe, no la lógica calentura que sobreviene en los meses de estío bailando al ritmo de “ella me bate como haciendo mayonesa” y otras canciones del verano tan anacrónicas como la propia idea de enamorarse para siempre.

El libro se llama Retén el beso (Anagrama Argumentos) y lo firma Massimo Recalcati, psicoanalista y divulgador, en su país toda una celebridad, que ya antes se aventuró con ¿Existe la relación sexual? (Herder). Ahora se atreve con el amor, total para concluir que “si se habla tanto de amor es porque nadie sabe lo que es el amor” y quedarse tan ancho, eso sí, con exquisita erudición y prosa poética.

Y aún así, Retén el beso vale la pena. Se trata de una lectura entretenida y deliciosa que sirve el amor en siete pases, en los que se adivina la experiencia y el conocimiento en la materia de quien lo cocina. El primer capítulo, La promesa, advierte de que todo lo digno de llamarse amor nace con vocación de eternidad, en contra de lo que la práctica indica, como si la estadística no existiese, por eso los únicos autorizados para hablar de amor son los poetas.

Y aunque para el Freud el amor fuera solo una fantasía narcisista, la proyección del Yo ideal en alguien que pasaba por allí, Massimo Recalcati, conocedor de la obra freudiana, advierte de que esa teoría no explica el hechizo del primer encuentro del que prende el amor, ese momento mágico que suspende el discurrir natural y ordinario de una vida. Igual que “no se vuelve loco el que quiere”, como exponía Lacan, tampoco se enamora uno cuando quiere de quien convendría. “El amor y la locura escapan del poder de la consciencia”, sentencia Retén el beso

Tras La promesa, viene El deseo, que siempre se enfrenta a aquel dilema que exponía Roland Barthes: “¿Por qué durar es mejor que arder?”. O, dicho de otro modo, hasta cuando arde lo que dura. Frente a aquella tesis simplista que reduce el deseo a la ley de la reproducción sexual, Massimo Recalcati avisa de que el deseo más bien se muestra desviado y excéntrico y tiende a burlar al instinto. Con indiferencia de su duración, el deseo es una “tregua del dolor del mundo”, un tiempo de belleza en el que instalarse a vivir incluso una vez ha extinguido, aunque sea recuperándolo a través del recuerdo. 

Luego llegan Los Hijos en Retén el beso, que si de algo peca es de heteronormativo. El hijo respira el amor o el rechazo de quienes lo engendraron y esa se convierte en la primera herencia: “La forma en que los padres ven el mundo es el patrimonio más fundamental que dejan al hijo”. El hijo dinamita la vida que los dos enamorados tenían antes de él existiera, tras su nacimiento ya no son dueños ni de su propia casa. El nuevo ser les impone otro tiempo, otro mundo. Muy a menudo la llegada del hijo trae aparejada el “secuestro libidinal”, irreversible en el mejor de los casos.

Los hijos son el mejor método anticonceptivo, lo que con frecuencia colisiona con aquella vieja creencia de que sirven para unir a las parejas. Al contrario, advierte Recalcati, cada nuevo hijo conlleva riesgo de crisis entre los enamorados. El impulso erótico se alimenta de ciertas dosis de misterio y distancia, que casan mal con la intimidad animal que lleva aparejada el advenimiento del hijo. 

Todo amor tiende a ser celoso, argumenta el capítulo Traición y perdón: en cualquier relación de dos que perdura siempre existe el riesgo de la aparición de un tercero. Cuando uno de los dos enamorados quiebra aquel “para siempre” que se prometieron, llega la atroz tarea del perdón, que básicamente consiste en digerir psíquicamente una pérdida. Igual que se es capaz de perdonar por amor, puede alguien declararse incapaz de perdonar por amor precisamente.

Quién traiciona vive su acto con angustia, muchas veces todavía ama a quién traiciona. El traicionado, perdone o no, conservará su cicatriz: Massimo Recalcati lo compara con arte japonés del kintsugi, consistente en reparar preciosos jarrones que cayeron al suelo haciéndose pedazos pintando sus grietas de dorado para embellecerlas, en vez de tratar de ocultarlas como si nunca hubieran existido. 

En La violencia, el autor analiza la pulsión del sádico de apropiarse de la libertad trascendente del amado. Esa pulsión, típicamente masculina, de esperar que la mujer que supuestamente ama quede reducida a la perra de Hitler, Blondi para más señas, que la acompañó incluso después de trasladarse a su búnker subterráneo. El amor ideal reducido a la idolatría por parte de un ser servil, que solo aspira a seguir las botas del amo. Massimo Recalcati advierte sabiamente de que si el amor es una tregua del dolor del mundo, como escribió Berger, jamás debiera convertirse en un acto de violencia. 

El libro también dedica un capítulo a las Separacionesla muerte del amor que se produce por extinción o desgarro. El desamor sentido como que nos arrancan una parte de nosotros mismos que ya no volverá, de ahí el inevitable efecto depresivo que acompaña a las separaciones.  

Retén el Beso culmina con El amor que perdura, aquel que contra pronóstico se libra de marchitarse y resignarse o morir. Al respecto, Massimo Recalcati hace una interesante reflexión, los amores que perduran son aquellos en que cada uno de los dos enamorados tiene una cierta familiaridad con su propia soledad. De acuerdo con su teoría, el secreto del amor eterno no reside tanto en la fusión de las almas, en empeñarse en ser ignífugos para siempre, sino en saber guardar una cierta distancia a lo largo del tiempo, de manera que la incógnita sobre el ser amado se mantiene viva. Los cuerpos de los amantes cambian de consistencia, de carácter con el paso de los años, pero aquello que los unió permanece incluso cuando se aleja el día. El secreto del amor eterno es el aún, la palabra fundamental del amor, como advirtió Lacan. Si el aún no se extingue, la llama perdura.