MÚSICA

La Paloma: una fábrica de himnos generacionales involuntarios

El trío madrileño, uno de los nombres más destacados de la nueva hornada de bandas de guitarras, publica su primer largo y se prepara para dar el golpe definitivo con el concierto de apertura del Primavera Sound Madrid

De izda. a dcha., Nico Yubero, Juan Rojo y Lucas Sierra, los componentes de La Paloma.

De izda. a dcha., Nico Yubero, Juan Rojo y Lucas Sierra, los componentes de La Paloma. / ALBA VIGARAY

Jacobo de Arce

Jacobo de Arce

Aunque a veces pueda parecerlo, la música de guitarras no está tan condenada a desaparecer, o a quedar reducida a un coto privado de boomers, como muchos creen. Su muerte se ha decretado varias veces desde que los Strokes dejaron de ser el grupo más cool del planeta y los sonidos urbanos invadieron todo el espectro de lo que escuchan los menores de 30. Sin embargo, todavía hay bandas jóvenes que se empeñan en dar guerra con un mástil y seis cuerdas entre las manos. Y un público fiel que no falla a sus conciertos. En España ha habido ejemplos claros en los últimos años. Grupos como Novedades Carmiña, Hinds o Carolina Durante han sido básicamente eso: un combinado de guitarras desaforadas, baterías contundentes y voces gamberras capaces de llenar recintos gigantes y mirar de frente a sus coetáneos del trap o del reguetón, a menudo compartiendo mesa con ellos, y a veces, incluso cama. 

El trío madrileño La Paloma es la penúltima banda en sumarse a esa genealogía de artistas que escapan a la hegemonía cultural trapera siendo a la vez radiantemente modernos. En su caso, esa modernidad tiene un poso importante del pasado: hacía tiempo que el periodista añoso no escuchaba a un grupo de ahora que recordase tanto a los de su juventud, a aquel indie ruidista que sedujo a una cierta juventud de los 90. En La Paloma hay riffs de guitarra que suenan idénticos a los que por entonces empleaban bandas como Superchunk, Sugar, El Inquilino Comunista e incluso los primeros Planetas, aunque sus miembros no reconozcan la influencia consciente de ninguno de ellos. Pero también hay una actitud de cierta chulería que empuja el recuerdo un poco más atrás, hasta esa generación anterior que fueron los grupos de la nueva ola y su versión local, la Movida.  

"A Los Planetas no los he escuchado en mi vida", dice Nico Yubero, como dejando claro que hay semejanzas que son puro fruto del azar o de un magma invisible que está en algún rincón de lo que llamamos cultura popular. Él es la voz extrovertida y descarada de la mitad de las canciones de este trío madrileño, la que parece querer contar las historias a su público estampándoselas en la cara. Lucas Sierra, con su acento canario y un sonido más encerrado, se acerca más a la introspección de aquellos indies noventeros que cantaban mirando a sus zapatillas. Juntos conforman una mezcla perfecta de voces y guitarras que se organiza de una forma casi matemática: en sus discos y directos es habitual que una canción la cante uno y la siguiente el otro, respetando la autoría de cada uno. El otro vértice del triángulo es Juan Rojo, que se ocupa de la batería. Hasta hace poco contaban con un cuarto miembro, pero dejó el grupo hace unos meses por motivos personales. 

La Paloma, en el bar El 2D de Malasaña, el día de la entrevista.

La Paloma, en el bar El 2D de Malasaña, el día de la entrevista. / ALBA VIGARAY

Esa falta no se ha hecho notar en una banda de sonido contundente y preciso, diseñado para hacer temblar paredes de garitos y torear el viento de los festivales. Se les ha encasillado en el noise pop, pero sus canciones poseen una energía bastante rockera y cierta urgencia punk, porque un puñado de ellas no duran mucho más de dos minutos.  

Sus tres miembros tienen veintibastantes años y diferentes ocupaciones con las que mantenerse mientras la música no cubra todos los gastos. Yubero está montando un estudio de grabación con unos amigos en Malasaña, Sierra trabaja colocando inversión extranjera en zonas de Estados Unidos desde su ordenador en Madrid y Rojo es un ingeniero ambiental que hace consultoría para adaptar las ciudades al cambio climático.  

Se conocieron justo antes de la pandemia. Lucas organizaba un festival de música noise y Nico, que por entonces hacía hardcore experimental, tocó en él con un amigo. Conectaron, hablaron un par de días y llegó el confinamiento duro, que aprovecharon para trabajar cada uno en su casa y mandarse ideas. "De ahí salieron un par de canciones y las líneas básicas. Fue más para mantenerlo vivo y no dejar atrás el proyecto de montar una banda", recuerda Nico. Enseguida se sumó Juan, que venía de vivir fuera. 

Lo de bautizarse como La Paloma fue fruto de diferentes coincidencias, aunque casi todas conducen a un lugar: Tetuán. Sin quererlo, se han convertido en una especie de emblema de ese distrito madrileño. Cuando el año pasado giraron por México, Francia o EE.UU., las hojas de promo les presentaban como "la banda madrileña de Tetuán". Fue un año de infinitos conciertos y festivales tanto aquí como fuera, pero si hay uno que les marcó fue el South by Southwest de Austin (Texas), quizá la mayor feria de muestras del mercado musical mundial. "Nos cambió como banda. Dimos nueve conciertos en cuatro días y hubo uno que tuvimos cinco conciertos. Ahí aprendes a estar incómodo. Y lo que es vivir de la música -recuerda Lucas-. Ahora me pones un escenario en el que hay 50 personas de público y me parece bien. Y me pones en uno con 500 o con 5.000 y voy a tocar igual. Es curro. El mejor del mundo, pero curro".  

Relaciones y nostalgias

Una idea pero es triste (La Castanya, 2021), el primer EP que sacaron, debía su nombre a uno de aquellos archivos con música que intercambiaron durante la pandemia. Apenas unos apuntes, pero que sonaban bastante bajoneros. Escuchando ahora las canciones que lo formaban, se podría decir que la mayoría suenan a ruptura amorosa. Pero no era esa la intención. "A mí La Paloma me costó mi pareja del momento… pero nunca lo había pensado", dice Lucas. "Yo huyo un poco de centrar la música en el amor romántico", añade Nico, que prefiere hablar de relaciones (y rupturas) en términos más amplios y que incluyen a amigos y compañeros. 

Su álbum de debut, Todavía no (La Castanya, 2023), que publicaron hace unas semanas, tiene un tono parecido. Muchas de sus letras parecen dirigidas a alguien con quien se ha puesto distancia o con quien todavía quedan reproches que intercambiar. Una cosa está clara: sus letras son bastante más personales que políticas. Hablan de uno, más que de muchos. "Me parece más honesto hablar en primera persona. Las canciones de La Paloma son así. Todas personales", defiende con contundencia Nico Yubero. 

A pesar de eso, todos responden un enérgico "sí" cuando se les pregunta si les interesa la política, aunque esta no permee en sus letras. También admiten que, aún personales, sus canciones pueden tener algo de involuntarios retratos generacionales. En la charla pronuncian palabras como precariedad, fragilidad o nostalgia. ¿Pero de qué puede tener nostalgia alguien de 26 años como Nico? "El contexto en el que vivimos cada vez es más enfermizo y el futuro un poco más incierto", responde. "Somos chavales de los 90 que fuimos adolescentes en los 2000s y que hemos salido al mercado laboral o a la vida adulta cuando todo ha hecho ‘plof’, que hemos vivido una pandemia mundial…". "Si juntas eso -añade Lucas- con que somos una generación, al menos nuestros amigos, más abiertos, que nos comunicamos más y mejor, y capaces de hablar de temas como la salud mental, que dudo que hace 40 años se hiciera… Se evidencia el malestar". 

Todo esto lo podría resumir la letra de la primera canción del álbum, Sigo aquí, cuando Nico canta: “un estado emocional frágil / consecuencia de una vida fácil”. "Somos mucho más sinceros entre nosotros y con uno mismo -dice Lucas-, y hay menos vergüenza en mostrar tus sentimientos". Hay otro elemento que revolotea sobre sus canciones. La Paloma se han criado en plena era de las redes sociales, cuando mucha gente se mira más en los otros que en el espejo de su baño. En Tiré una piedra al aire, uno de los singles del disco, cantan: "Quiero pensar que a veces lo veis / todo igual de jodido que lo veo yo / Y aún así, os va bastante mejor que a mí / Me gusta saber que vosotros / también mentís igual de mal que yo". "Hay una competitividad inconsciente", apunta Nico haciendo un dianóstico de la realidad que le rodea. Y cuenta que él mismo, que también toca la batería en otros proyectos, sigue muchas páginas de intérpretes de ese instrumento. "Y pienso: este tío toca de la hostia, vive genial, da unos bolos que te cagas, le regalan el equipo… Y nosotros estamos aquí, como pollos sin cabeza…" [risas]. 

Escenas que conviven

Volviendo al sonido de la banda y sus influencias, Nico lleva durante la entrevista una camiseta de Slint, y Lucas una de Sonic Youth. Puro sonido alternativo de los 90. Hablan de su pasión adolescente por el indie rock más popular de la época, por The Strokes o Arctic Monkeys, y salta Fugazi, otro nombre clave de entonces. Sin embargo, no son una inspiración consciente en su música. "El primer EP sí que sonaba más noventero -dice Nico-, pero el álbum diría que no tanto". Todos recuerdan el primer disco que se compraron, porque los tres han sido fieles al formato físico a pesar de su edad: The Specials (Nico), Green Day (Lucas) y Kid Rock en el caso de Juan, aunque se arrepintió nada más llegar a casa. Éste está feliz de que el álbum lo estén sacando, también, en CD. "Me hace mucha ilusión porque éste es nuestro [y hace mucho énfasis en ese ‘nuestro’] formato. Lo de la vuelta del vinilo vino después".

Aunque no sea la música que hacen la que domine el sonido de su tiempo, al menos en España, no se sienten nicho, y eso que a veces lo puede parecer. "Pero luego vas a un concierto y hay 600 personas cantando tus canciones... Hay sitio para todos", afirma Lucas. De hecho, su público es variopinto y abarca a varias generaciones. "Está guay porque en los directos tienes al público joven que la lía delante, y luego el mayor que se pone detrás y es el que se deja la pasta en vinilos, el que te compra el ‘merchan’, no bebe fuera…". Entre las diferentes escenas, además, hay cada vez más buen rollo. Defienden que ya no existen, como antes, compartimentos estancos. Los tres escuchan música urbana y tienen amigos que la hacen. Pero frente a músicos más amantes del estudio, lo que sí que les define es que ellos hacen las canciones pensando "en tocar en directo", asegura Nico. Quizá por eso con casi todas las de Todavía no se puede bailar. Se ve en sus conciertos, verdaderas orgías de sudor con cuerpos sacudiéndose al ritmo de las baterías de Juan y coreando los estribillos que a menudo se entregan al pogo. 

Ese, a otra escala, será probablemente el panorama que se podrá ver el próximo 7 de junio cuando sean la banda que abra oficialmente la primera edición del Primavera Sound Madrid. Allí los espectadores serán ya miles, los que también se acerquen a ver a Pet Shop Boys y otros artistas que actuarán gratuitamente en el estadio Cívitas Metropolitano. "Una cosa muy desproporcionada", comenta Nico con una sonrisa que le recorre la cara. No será su único festival. El año pasado llegaron a agobiarse un poco, y por eso llaman a reflexionar sobre la tan comentada burbuja festivalera. Pero también saben que es en esas citas donde bandas como la suya pueden dar a conocer su trabajo. Porque lo que tienen claro es que quieren que este llegue muy lejos. "Cuanta más peña nos vea, mejor -dicen-. Ese es el mood en el que estamos hoy en día". 

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