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Lea un adelanto de 'Diario de una invasión', el primer libro sobre la Guerra de Ucrania

El escritor ucraniano Andrei Kurkov empezó a escribir un dietario cuando los primeros cohetes rusos cayeron sobre Kiev el pasado febrero | 'Diario de una invasión', editado por Debate, llegará a las librerías el próximo 3 de noviembre

Bombardeo en Kiev.

Bombardeo en Kiev. / REUTERS

Andrei Kurkov

Prólogo

El 24 de febrero de 2022 no escribí apenas nada. Tras despertarme con el sonido de las explosiones de los cohetes rusos en Kiev, me planté en la ventana de mi apartamento durante una hora aproximadamente, observando la calle vacía, consciente de que la guerra había comenzado, pero incapaz todavía de aceptar esa nueva realidad. Tampoco escribí nada durante los días siguientes. El viaje en coche, primero a Leópolis y luego a los montes Cárpatos, fue inimaginablemente largo debido a los atascos interminables. Un mar de automóviles procedentes de todas las demás regiones del país confluía en el estrecho embudo de carreteras que conducían hacia el oeste. Todos estaban intentando escapar para salvar a sus familias de la atrocidad de la guerra.

Solo cuando llegamos a Úzhgorod, donde unos amigos nuestros nos habían acogido en su casa, me senté a un escritorio ajeno y abrí mi ordenador, no para escribir, sino para leer las notas y los textos que había redactado a lo largo de los dos últimos meses. Trataba de descubrir en ellos una premonición de esta guerra. Encontré en esos apuntes mucho más de lo que esperaba.

23 de febrero de 2022

En las últimas semanas, muchos ucranianos se han convertido en expertos en temas militares. Yo también. Ya sé que un ejército que avanza pierde efectivos a razón de diez a uno; esto es, las pérdidas de aquellos que defienden el territorio son una décima parte de las de quienes están avanzando. Mis amigos me han enviado una captura de pantalla de una página web de contratos públicos rusos. Según el pantallazo, el Burdenko —el principal hospital militar de Moscú— está intentando comprar cuarenta y cinco mil bolsas para cadáveres. En la licitación se emplea el término médico, «bolsas anatomopatológicas». La cifra está prácticamente en consonancia con la opinión de un exgeneral ruso, quien afirmó que Rusia está preparada para perder hasta cincuenta mil de sus soldados durante una ofensiva en Ucrania. Le reenvié ese pantallazo a un amigo que entiende de sistemas de contratación pública. «Es falso —me respondió—. ¡Tienen centenares de miles de bolsas para cadáveres listas desde hace mucho tiempo!». Mientras escribo esto, veo la noticia de que Putin ha reconocido no solo las «repúblicas», sino también sus «constituciones». Estas «constituciones» establecen que los territorios de las «repúblicas» incluyen todo el óblast de Donetsk y todo el óblast de Luhansk. En el momento en que leo esto, es como si la guerra estuviera mucho más cerca.

24 de febrero de 2022

ÚLTIMO BORSCH EN KIEV

Anoche, entre conversaciones telefónicas, estuve preparando borsch para unos periodistas invitados. Confiaba en que Putin no interrumpiese nuestra cena. No lo hizo. Decidió atacar Ucrania con misiles a las cinco de la madrugada. Los combates también han estallado en el Dombás y ha habido ataques en otros lugares, incluido uno desde Bielorrusia. Ya estamos en guerra con Rusia. Pero en Kiev funciona el metro y los cafés están abiertos. Se acaba de comunicar que Ucrania ha roto relaciones diplomáticas con Rusia. Desde el comienzo de los combates, el ejército ucraniano ha derribado seis aviones y dos helicópteros rusos. Está claro que nosotros tenemos grandes pérdidas. Si antes de la agresión rusa la situación cambiaba cada día, ahora varía cada hora. Pero yo sigo aquí y continuaré escribiendo para ustedes, con el fin de que sepan cómo vive Ucrania durante la guerra con la Rusia de Putin. Manténganse a salvo dondequiera que estén.

1 de marzo de 2022

HA LLEGADO EL MOMENTO

Costaba mucho creer que la guerra hubiera empezado. A esas alturas era evidente, pero yo me resistía a creerlo. Has de acostumbrarte psicológicamente a la idea de que ha comenzado. Porque, a partir de ese momento, la guerra determina tu forma de vivir, tu forma de pensar, tu forma de tomar decisiones.

El día previo al inicio de la guerra, nuestros hijos, incluida nuestra hija, que había volado desde Londres, habían ido con sus amigos a la hermosa ciudad de Leópolis, en Ucrania occidental. Querían visitar los cafés, los museos y las calles medievales del casco antiguo.

2 de marzo

RECUÉRDAME CON UNA SONRISA

El día previo al inicio de la guerra quedé con mi viejo amigo Borís, un artista armenio y actualmente ciudadano de Ucrania, que lleva treinta años viviendo en Kiev con su mujer ucraniana. Padece cáncer desde hace ya tiempo. Borís parecía confuso. Acababa de salir del hospital, donde se había sometido a otra operación.—¿Sabes qué? —se quejó—. ¡Tengo graves problemas de memoria! Después de la operación anterior, me compré un arma para defender Kiev. Mi mujer me prohibió tenerla en casa. Se la di a un amigo para que la guardase a buen recaudo, pero no recuerdo a cuál. He preguntado a todo el mundo, pero todos dicen que yo no les he dado ningún arma. Uno de los problemas de Borís es que tiene demasiados amigos. La mitad de Kiev le adora; confía en todo el mundo y le encanta hablar con cualquiera de cualquier tema. No sé si ha encontrado su arma, pero estoy seguro de que estará ayudando a los militares en algún lugar. Quizá llenando sacos terreros para las barricadas, tal vez excavando trincheras. Otro amigo mío, Valentín, está en el hospital. Él mismo es médico, pero ya está jubilado. Sufre diabetes desde hace muchos años y últimamente contrajo el coronavirus. Surgieron complicaciones y los doctores tuvieron que amputarle la pierna derecha y después la izquierda. Estaba en cuidados intensivos, en la octava planta, donde yo le visitaba con regularidad. Su mujer tenía mucho miedo de que los rusos pudieran atacar las plantas superiores del hospital con un cohete o una bomba y se aseguró de que le trasladasen a la cuarta. Todavía sigue allí. Su mujer está cerca. Cocina para él a diario. Casi no quedan pacientes en el hospital. Y casi no hay medicinas. […]

Nuestras últimas noches se han vuelto muy cortas. Yo bebo cien mililitros de coñac ucraniano antes de acostarme y caigo dormido de inmediato, a eso de la una de la madrugada. Luego me despierto varias veces para consultar las noticias. Me levanto de nuevo, leo atentamente las noticias y empiezo a llamar a mis amigos. Una de mis cole-gas y una buena amiga acabó en Melitópol, ocupada por el ejército ruso. Permanece sentada en su apartamento sin salir. No sé cómo ayudarla. Me envía correos electrónicos de vez en cuando. A veces no funciona su teléfono. Pero después vuelve a dar señales de vida.