MÚSICA
Mario Gas y la zarzuela
A propósito de las funciones de Los Gavilanes en el Teatro de la Zarzuela de Madrid.
Cosme Marina
Mario Gas es uno de los nombres indispensables del teatro español. Director de escena, y también actor, entre otras muchas facetas, su presencia en las últimas décadas en nuestros teatros dibuja algunas de las mejores propuestas en las que la imaginación y búsqueda de un lenguaje dramatúrgico rotundo, de gran coherencia, son algunos de los elementos que caracterizan su trabajo escénico.
Para un género tan maltratado como la zarzuela, que ha sufrido todo tipo de avatares en manos de incapaces, llegando a degradarla de tal modo hasta casi hundirla en la irrelevancia, que un profesional de la categoría artística de Mario Gas siga reivindicando la lírica española es una noticia mayúscula.
El compromiso del dramaturgo viene de largo. Es firme y tiene hitos importantes. Conoce el género desde niño y, por lo tanto, lo trata con el máximo respeto. No precisa de atajos para poner en valor el gran repertorio, al que se acerca sin prejuicios y, eso, claro está, se nota y mucho en los resultados obtenidos.
En los últimos años se ha hecho cargo de dos montajes extraordinarios en el teatro de la Zarzuela: una Tabernera del puerto de fuerza dramática incuestionable, hace un par de temporadas, y durante este mes de octubre Los Gavilanes, del maestro Jacinto Guerrero, que consigue, una vez más, mostrar la que es una de las obras más populares del repertorio, con una mirada nueva que, a la vez, está plenamente inserta en la tradición. Esa doble característica es, sin duda, muy relevante y confirma a Gas como uno de los nombres comprometidos de verdad con la zarzuela en la búsqueda de la máxima ambición artística.
El camino que, durante tantos años, ha venido abriendo Emilio Sagi con tanto éxito, se ha visto multiplicado, con creces, y hay muchos creadores que están paulatinamente vinculándose al género, lo cual amplifica sus posibilidades y una necesaria renovación que, sin duda, no hará más que crecer en los próximos años. Calixto Bieito, Paco Azorín, Andrés Lima, Alfredo Sanzol, Amelia Ochandiano, Bárbara Lluch, Paco Mir y Maxi Rodríguez, entre otros, están, poco a poco, propiciando miradas imaginativas que permiten, a su vez, ensanchar los márgenes de acción de un género que pasó una dura travesía del desierto de la que aún no ha salido en condiciones.
Hay en esta marginación una clara falta de compromiso institucional, por parte de los más diversos estamentos de poder, pero especialmente en lo que se refiere al Ministerio de Cultura, que está eludiendo la responsabilidad de velar por nuestro patrimonio musical, por la zarzuela, y también por la ópera española, esta última totalmente olvidada, salvo rarísimas excepciones. El Ministerio se limita a atender, y encima mal y con racanería, el teatro madrileño, pero en cuatro décadas ha sido incapaz de tejer una red que implique a todas las comunidades autónomas. No ha ejercido una defensa activa de nuestro patrimonio lírico y esto supone una tragedia tremenda que ha hecho un daño que es ya irreparable a corto y medio plazo. Sólo un trabajo educativo bien planteado, que no existe actualmente, puede comenzar a revertir la situación con el paso del tiempo.
Por eso es tan importante esa “guerra de guerrillas zarzuelera” que hacen artistas como Gas. Su empeño, y el impulso que éste recibe a través del trabajo comprometido que Daniel Bianco y su equipo están haciendo desde el teatro de la Zarzuela, es una de las pocas alegrías que el género puede exhibir. Esperemos que las nuevas generaciones teatrales sean capaces de seguir apostando por uno de los géneros musicales más deslumbrantes que, desde nuestro país, ha generado un legado inmenso, la mayor parte de cuyas creaciones duerme el sueño de los justos en los estantes de los archivos. Con el gran trabajo que se viene desarrollando desde el campo de la musicología en la puesta al día de materiales que se conservaban en pésimo estado, y con su estudio exhaustivo de los diferentes periodos históricos que han conformado su historia, es un momento óptimo para sentar las bases del futuro. Habrá que ver si, también aquí, estamos ya ante un punto de no retorno, ante una nueva batalla cultural perdida.
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