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'Succession': que lloren los ricos

Hoy se estrena la tercera temporada de una de las mejores series que ha dado la televisión reciente, el feroz retrato de una saga que pertenece al célebre 1%. La escritora Lucía Baskaran se reconoce en el gozo de ver cómo los poderosos se revuelcan en el barro.

Kendall Roy (Jeremy Strong), uno de los herederos de 'Succession'

Kendall Roy (Jeremy Strong), uno de los herederos de 'Succession'

Lucía Baskaran

Hay una forma de procrastinación terriblemente sibilina en la que tu cerebro hace piruetas para convencerte de que ese trabajo que nadie te ha pedido, es una prioridad absoluta. Porque eres una persona creativa, llena de ideas, y ya sabemos que las ideas son volátiles, así que NECESITAS cazarlas antes de que se vayan porque NO PUEDES PARAR DE CREAR. (Ni de procrastinar).

Recientemente, caí en la trampa de este tipo procrastinación. Tenía que escribir una novela, pero empecé a esbozar un proyecto de serie sobre tres amigas en el confinamiento. Escribí la sinopsis, con sus amores y desamores, sus conflictos familiares, su tensión narrativa, sus sonrisas y sus lágrimas. Yo ya me imaginaba trabajando de guionista, ganando dinero a espuertas y triunfando con mi serie originalísima que seguro no se le había ocurrido a nadie.

Todas las cadenas rechazaron mi serie (¡!) alegando que a nadie le apetece una ficción que retrate el sufrimiento del presente. Nada de confinamientos, ni trabajos precarios, ni pisos compartidos, ni ERTEs, ni no poder limpiarse el culo porque ya no queda papel higiénico en los supermercados. El público quiere evadirse; y si va a haber una guerra o mil destrozos, más vale que haya dragones y una reina con el pelo decolorado de por medio.

Personalmente, lo de los dragones y las reinas de pelo blanco no me llama mucho la atención, pero ponme a una panda de multimillonarios bajando al barro y revolcándose cual marranos de feria y ya me has conquistado. Que lloren los ricos.

Una podría pensar que la pretensión de Succession es que el espectador empatice con los dramas de las élites que gobiernan el mundo, un “los ricos también lloran”; o que, por el contrario, se limite a retratarlos desde “qué malos son los malos”. Pero el éxito de esta tragicomedia negra con tintes de thriller reside, precisamente, en salvar de manera brillante todos aquellos obstáculos que pudieran convertirla en un cliché.

La primera temporada, que pasó entre el público sin pena ni gloria hasta que se llevó un porrón de EMMYs, sirve como presentación de la familia Roy y sus allegados. A la cabeza está Logan Roy (magistralmente interpretado por Brian Cox), el patriarca dueño de un conglomerado de negocios que incluye medios de comunicación, industria del entretenimiento, parques y cruceros. El nada venerable anciano busca en su prole al heredero de un trono que se resiste a abandonar pese a su avanzada edad y su deteriorado estado físico. Elegirá a uno de sus cuatro hijos con la condición de que pueda seguir manteniéndolo bajo su yugo.

Connor (Alan Ruck), el mayor de ellos, vive en un rancho y pasa olímpicamente de los negocios de su padre siempre y cuando siga recibiendo dinero del mismo. Shioban (Sarah Snook) es la única mujer y también la única de los hermanos que trabaja fuera del negocio familiar como consultora política de un partido de izquierdas, una rebelde que deja de serlo en cuanto intuye que sus privilegios peligran. Roman (Kieran Culkin) ha heredado la vena bravucona de su padre, pero tiene las mismas ganas de trabajar que su hermano mayor, así que todo apunta a que el heredero de la corona será Kendall (Jeremy Strong), un cocainómano con una visión de negocio más moderna que la de su progenitor y el único dispuesto a tomar las riendas de Waystar Royco.

Durante la segunda temporada, la familia de oligarcas se ve obligada a tomar una decisión que mitigue el escándalo empresarial en el que se ven involucrados. Logan elige a un Kendall devorado por las adicciones para ser el cabeza de turco que evite su entrada en la cárcel, y cuando todo apunta a un final entre rejas, la serie da un giro de guión que deja al espectador con hambre de más.

Con las apariciones estelares de Adrien Brody y Alexander Skarsgärd, la tercera temporada de Succession, que se estrena hoy en HBO, nos muestra a un Kendall enérgico y ambicioso que entra pisando fuerte, pisando a su padre, a sus hermanos y a todo aquel que ose interponerse en su camino. El conflicto padre-hijo de la segunda temporada se desplaza a los hermanos, en especial a Kendall y Shiv, quienes en su carrera por el poder no dudan en humillarse el uno a la otra ante un público sediento de escándalo.

El plato fuerte de esta temporada tiene lugar en una reunión de plutócratas en la que queda claro que el objetivo principal es elegir al próximo presidente de EE.UU, como si en vez de pertenecer al 1% de la población mundial que toma las decisiones que afectan al 99% restante, fueran una panda de niños escogiendo compañeros con los que formar un equipo de fútbol.

Estad atentos: las claves de lo que está por venir se esconden en la cabecera de la serie, que cambia ligeramente en cada temporada (a excepción, menos mal, de la maravillosa melodía del compositor Nicholas Britell) y en la contestación de Shioban a alguien que amenaza con humillar a la familia en los medios: “Lo que pasa es que no tenemos vergüenza.”