REPORTAJE

James Bond, la franquicia inagotable

Icono del siglo XX, el personaje creado por Ian Fleming en 1953 sigue más vivo que nunca. Y no solo en los cines, también en las librerías: al exhaustivo 'The James Bond archives' Taschen ha añadido el completísimo 'James Bond, Dr. No', sobre el rodaje del primer filme, y Roca reedita en bolsillo todas sus novelas

Ilustración de Sara Martínez.

Ilustración de Sara Martínez.

Manuel Rodríguez Rivero

Manuel Rodríguez Rivero

Tras siete décadas funcionando con éxito, uno tiene derecho a preguntarse por qué James Bond sigue acaparando la atención del público y de la pantagruélica y nunca saciada industria del entretenimiento. Y es que, desde 1953, la franquicia que inició Ian Fleming, un antiguo agente de la inteligencia naval británica que pretendía llenar sus ocios escribiendo thrillers en el privilegiado escenario de su finca jamaicana, se ha convertido en un auténtico filón.

Solo de los  libros que firmó (12 novelas y dos recopilaciones de relatos) se han vendido más de 100 millones de ejemplares; pero el James Bond de Fleming no es el único Bond: a lo largo de los años, y con el aval de Ian Fleming Publications, la gestora de los derechos literarios, se han publicado docenas de novelas de Bond firmadas por autores como Kingsley Amis (con seudónimo), John Gardner, Sebastian Faulks, o William Boyd. La misma gestora se ha ocupado de secuelas, precuelas y otros subproductos literarios bondianos. Hasta Miss Moneypenny, la incombustible secretaria de M, tiene su propia serie.

Sin embargo, no hay duda de que la difusión universal del muy versátil agente secreto del MI6 británico se debe, sobre todo, al llamado canon Bond, construido a partir de las 25 películas de la productora EON, fundada por Albert Cubby Broccoli y Harry Saltzman en 1961, y al que hay que añadir dos cintas más: el primer Casino Royale (1967), producido por Charles K. Feldman, y Nunca digas nunca jamás (1983), del productor Kevin McClory. Este último, que denunció a Fleming por plagio, fue, además del instigador de larguísimos litigios contra Saltzman y Broccoli, el causante de los tremendos quebraderos de cabeza que amargaron los últimos años del escritor.

Aire de familia

El éxito del canon Bond tiene mucho que ver con la creación de un solido equipo que confirió a sus productos un evidente aire de familia. En ese equipo inicial, presidido por los dos productores, y teniendo como base los estudios londinenses de Pinewood, figuraban técnicos y creadores, como el diseñador Ken Adam, autor de interiores futuristas; el guionista Richard Maibaum, que supo adaptar las novelas de Fleming; el compositor John Barry, autor del identificable tema de James Bond; el director de fotografía Ted Moore; el revolucionario montador Peter Hunt, o el mítico diseñador de títulos de crédito Maurice Binder. Sin olvidar, desde luego, a Joe Caroff, que convirtió el 7 de 007 en la silueta de una luger, creando así uno de los logos más reconocibles del siglo XX.

El secreto de la vigencia del Bond cinematográfico es su camaleónica capacidad de adaptarse a los cambios del entorno social, ideológico, moral y tecnológico. 007 contra el Dr. No (1962) es todavía una cinta con la Guerra Fría como telón de fondo (se estrenó durante la crisis de los misiles en Cuba). A partir de ahí, en cada una de las siguientes películas se bordean con mayor o menor profundidad asuntos como la evidente pérdida de poder imperial de Gran Bretaña, las competitivas relaciones entre los agentes anglo-estadounidenses, el despertar de la conciencia afroamericana (con los Black Panthers y la Blaxploitation), la caída de la URSS y el auge de las tecnologías informáticas y su globalización; hasta llegar, en las últimas películas, a referencias a la liberación de la mujer y al cambio climático.

Los fijos (discontinuos)

Las primeras películas de James Bond también gozaban de un estable elenco de secundarios. Moneypenny, la inefable secretaria de M, corrió a cargo de la estupenda Lois Maxwell hasta Panorama para matar (1985); M, el jefe del MI6, ha tenido 4 avatares: Bernard Lee, Robert Brown, Judi Dench, que rompió el techo de cristal e interpretó el papel hasta la muerte de su personaje en Skyfall (2012) y, por último, Ralph Fiennes. Otro fijo es Q, el jefe de la división de investigación del MI6, encargado de proporcionar a Bond los gadgets y cachivaches que 007 se empeña en hacer trizas en sus misiones: su mejor intérprete fue Desmond Llewelyn, que fue Q en una veintena de películas. Por cierto que los gadgets que se le ofrecen a Bond, casi siempre al principio de sus aventuras, tienen una clara función chejoviana: los espectadores esperan que su héroe los haga funcionar a lo largo de la película, e incluso gozan con el reiterado potlatch de su destrucción ritual: hasta los increíbles Aston Martin con los que el héroe se desplaza quedan convertidos en pura chatarra para disfrute de quienes nunca podrían adquirirlos.

En cuanto a las preferencias de Ian Fleming, él hubiera querido que, en el cine, su personaje se pareciera más a David Niven o a Cary Grant

A lo largo de las siete décadas en que se ha construido el canon cinematográfico de James Bond su personaje ha sido interpretado por seis actores: Sean Connery (6 películas para EON y 1 para McClory), George Lazenby (1), Roger Moore (7), Timothy Dalton (2), Pierre Brosnan (4) y Daniel Craig (5). Los fans de Bond siguen discutiendo sobre las cualidades de cada uno; la mayor rivalidad (la llamada "guerra de los Bond") es la que mantuvieron los partidarios de Connery con los de Moore. Mi favorito, sin embargo, es, con mucho, Daniel Craig.

En cuanto a las preferencias de Fleming, hay que decir que él hubiera querido que su personaje se pareciera más a David Niven o a Cary Grant: nada que ver con esa especie de libidinoso sátiro de pelo en pecho y aires de aficionado al culturismo que era entonces el escocés Sean Connery. Claro que, a pesar de las preferencias, Connery y Fleming acabaron siendo buenos amigos, entre otras cosas porque el escritor admiraba -y envidiaba- a su personaje fílmico: lujo, mujeres, alcohol, casinos, buenos espirituosos, acción y triunfo.

Avatares de Bond

Sean Connery ha sido el Bond más políticamente incorrecto de todos, entre otras cosas porque el mainstream también lo era. Daba azotes en el culo a las chicas, curaba a las lesbianas, como hizo en Goldfinger con Pussy Galore, a la que forzó en un pajar; por cierto, que el homófobo Fleming estaba convencido de que las lesbianas lo eran porque aún no habían conocido al hombre adecuado. El Bond de Connery, además, era algo racista (recelaba de las personas de piel oscura, así como de los asiáticos y algunos centroeuropeos).

El homófobo Fleming estaba convencido de que las lesbianas lo eran porque aún no habían conocido al hombre adecuado

Dejando aparte algún regreso no especialmente memorable de Connery (que había multiplicado por diez su salario de Dr. No), otros Bond menos notables fueron George Lazenby en Al servicio secreto de su majestad (1969), cuyo único interés residía en que 007 se casaba por primera y única vez con una dama a la que, acto continuo, asesinaba el villano. Más tarde, tras las siete películas de Roger Moore -un Bond tan elegante e irónico que, poco a poco, acabó siendo una parodia un poco chusca del original-, le llegó el turno a Timothy Dalton, un 007 más duro, poco mujeriego y deliberadamente falto de humor e ironía.

El penúltimo Bond fue Pierce Brosnan, un 007 menos acosador y supremacista al que le tocó lidiar no solo con la M de Judi Dench (una jefa feminista que lo calificó de dinosaurio misógino y sexista), sino con villanos de un mundo en el que no existían patrias claras y dominaban las tecnologías más letales. 

El último avatar de Bond (por ahora: Barbara Broccoli, hija del fundador y su hermanastro Michael Wilson, siguen pensando cómo continuar) ha sido Daniel Craig. Además de ser el primer Bond rubio, es un violentísimo asesino, una auténtica máquina de matar que actúa por extremo patriotismo. Pero es, insólitamente, un Bond vulnerable -se enamora locamente, por primera vez en su vida, de la inestable y ambigua Vesper Lynd (Casino Royale, 2006), y la ve morir entre sus brazos-; es torturado casi hasta la muerte, es dado por muerto (Quantum of solace, 2008) y termina teniendo que hacer de nuevo las pruebas para ser readmitido en el MI6 (Skyfall, 2012); lleva a M (Dench, con la que mantiene una tensa relación) hasta Escocia para luchar contra el archivillano Silva (Javier Bardem), y allí muestra vestigios de su infancia, antes de ver morir a M.

Ahora ya sabemos que Bond fue también niño. En la última película (Sin tiempo para morir, 2021) Bond es, más que nunca, y según su director, Cary Fukunaga, un animal herido y sin asideros, pero tiene una hija y, finalmente, muere por ella. Sí: Bond muere. Pero al final nos dicen que volverá. Esperaremos.

Taschen tiene en su catálogo una auténtica bondopedia (en inglés). Al exhaustivo The James Bond archives, que contiene centenares de fotos y textos de cada una de las películas del canon, se ha añadido recientemente el completísimo James Bond, Dr. No, con la más completa información del rodaje del mítico primer filme de la saga. La mala noticia son los precios: el primero (648 páginas, 3,8 kilos de peso) cuesta 75 euros; del segundo hay dos ediciones "para coleccionistas": a 1.500 y 750 euros respectivamente. 

Las novelas de Fleming (ahora censuradas y depuradas de los aspectos menos políticamente correctos) las ha reeditado Roca en edición de bolsillo. La última –y mejor– biografía del autor de Bond es Ian Fleming, the complete man, de Nicholas Shakespeare (846 páginas, Harvill Secker, 30 libras).