PERFIL

Carmen Verde, digna heredera de Natalia Ginzburg

En 'Una mínima infelicidad', su primera novela, describe una asfixiante relación maternofilial

La escritora Carmen Verde, autora de 'Una mínima infelicidad'

La escritora Carmen Verde, autora de 'Una mínima infelicidad' / Basso Cannarsa

Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

Con ese nombre y ese apellido era difícil ubicar a Carmen Verde en las tierras transalpinas que vieron, también, nacer a Natalia Ginzburg. Por eso, cuando la editora de Tránsito, Sol Salama, me puso sobre la pista de su novela de debut, Una mínima infelicidad, advirtiéndome que sería la apuesta de su sello para esta primavera, no la emparenté, ni literaria ni geográficamente, con la autora de Léxico familiar. Hasta que empecé a leerla. Entonces me di cuenta de que el árbol genealógico de Verde es el mismo que el de Ginzburg, de la que podría ser, si quisiera, una digna heredera.

La familia, de hecho, es el núcleo de la historia que decidió contar para iniciarse en la novela (antes, había publicado cuentos en antologías y revistas, y tiene un libro conjunto con Alex Oriani). O, mejor dicho, la relación de una hija, Annetta, narradora pequeña en lo físico (apenas supera el metro sesenta) y enorme en lo literario, con su madre, Sofia Vivier, una mujer misteriosa y difícil cuya sombra alcanza cada rincón de la claustrofóbica casa en la que viven. A su lado, el padre, Antonio, un hombre que vive sin que se note, entre la pazguatería y la extrañeza, y el ama de llaves, Clara Bigi, a la que la autora es capaz de convertir en un personaje repulsivo, digno de la mismísima Patricia Highsmith.

La voz de Annetta, en apariencia suave y dócil, infantil, pero desafiante, construida mediante frases punzantes que zarandean al lector ("Debería estudiarse en el colegio la infelicidad de nuestras madres"), va hilando una trama desasosegante que eleva lo doméstico a la categoría de thriller sin perder un ápice de lo literario.

Imposible decir más, y de ese modo, en tan poco espacio (no llega a las 170 páginas). No obstante, con la novela Verde fue finalista del prestigioso Premio Strega y recibió elogios de Dacia Maraini, que dijo de ella que "tiene un ritmo rápido y ligero, como un tren que cruza la noche con todas las luces encendidas".

La inmensidad de lo pequeño

Menudo viaje el de esta autora nacida en 1968 en Santa Maria Capua Vetere, en la región de Campania, pero que lleva viviendo en Roma desde que la memoria le alcanza. Esos recuerdos la llevan a la gran biblioteca que sus padres tenían en su casa, cuyos estantes llegaban hasta el techo y que Verde escalaba en busca de libros fascinantes. Porque, para poder escribir como ella lo hace, hay que haber leído, y mucho, además de tener una especial querencia hacia los detalles, hacia lo diminuto que engrandece el mundo que habitamos.

Dice Verde que a ella le interesa "más lo pequeño que lo grande, trato lo pequeño como una inmensidad", y esa perspectiva, nada distorsionada, está presente en Una mínima infelicidad. De ahí la austeridad en el lenguaje, con el que describe, incluso, los espacios vacíos llenándolos de soledad, el sentimiento que rige, hasta paralizarla, la alienada vida de Annetta.

Verde concibió la novela mientras trabajaba en el departamento de recursos humanos de Poste Italiane, el equivalente a nuestro Correos. Una profesión no tan alejada de la literatura. Ahí tienen a Charles Bukowski, que estuvo doce años empleado en una sórdida oficina postal de Los Ángeles, o a los muchos carteros que han protagonizado páginas literarias memorables.

"La poesía no pertenece a quien la escribe, sino a quien la necesita", le dice a Neruda el personaje de Antonio Skármeta al que en el cine da vida Massimo Troisi. Es cierto, pero sin poetas no habría poesía, y sin autoras como Carmen Verde la novela sólo sería un lugar común.

'Una mínima infelicidad' / 'Una mínima infelicitat'

Carmen Verde

Traducción de Regina López Muñoz / Alba Dedeu

Tránsito / Més Llibres

168 páginas / 176 páginas

17,90 euros / 18,95 euros