Opinión | DAME UNA NOCHE

Más Pàmies

La suma de todos sus títulos, desde finales de los 80, es la historia fehaciente de un autor en constante evolución

El escritor Sergi Pàmies

El escritor Sergi Pàmies / Manu Mitru

Empecé a leer a Sergi Pàmies con 20 años, meses después de haberme iniciado en Quim Monzó. Llegué a tiempo de hacerme con sus dos primeros libros de relatos, género en el que ambos autores son maestros quizá inalcanzables. Debería caérsete la cara de vergüenza fue el primero de ellos, y de su lectura me quedó grabado, o emborronado, que es una forma menos elaborada de memoria, el cuento que da título al libro.

Su protagonista es un alcohólico que se levanta una mañana y comunica a su familia que va a dejar de beber. A todos con los que se cruza les explica que ya no bebe: a la portera del edificio, al director de su oficina, a los compañeros, a su camarero. A primera hora de la tarde, la telefonista le pasa un recado de sus amigos, que dice más o menos que les parece bien que haya dejado la bebida, pero que como mínimo deberían celebrarlo.

Cae en el error de acudir al bar donde lo esperan. A las nueve de la noche ya está borracho. Cuando a medianoche vuelve a casa, vomita y se mete en cama. Por la mañana, ni su mujer ni sus hijos están en casa. Lo han abandonado. Ella le ha dejado una nota lacónica: "Debería caérsete la cara de vergüenza". Después de leerla varias veces, advierte que las mejillas le tiran de la piel. Cuando se las frota, nota que la cara se le cae en las manos.

Pàmies poseyó siempre una habilidad pasmosa para abrir grietas en lo cotidiano, y que se volviese inaudito

Años después, en La gran novela sobre Barcelona, me encontré con un relato en el que el protagonista era un abstemio que, después de probar el agua a los 7 años, cayó en un pozo que duró 15 años. El agua circulaba con legalidad, la publicidad era muy agresiva, siempre relacionada con un montón de efectos saludables. Aunque en esos 15 años tuvo épocas en las que conseguía dejarla. Y volvía a los hábitos de la infancia: anís al desayuno, vino de mesa a la comida, coñac al café, moscatel a la merienda, vodka nocturno y el entrañable whisky antes de irse a la cama. Pero recaía de nuevo.

Fiesta de la ficción total

Los relatos y novelas de Pàmies fueron durante mucho tiempo una fiesta de la ficción total, con argumentos extrañísimos, descabellados, que salían de una mente dotadísima para la inventiva. El ritmo al que sucedían las cosas era siempre trepidante, y las frases muy cortas, directas, precisas, llenas a veces de ironía, de cinismo o ternura. Pàmies poseyó siempre una habilidad pasmosa para abrir grietas en lo cotidiano, y que se volviese inaudito. Cada libro, en forma de novela o cuentos, desplegaba el poder de hacerte amar el momento en que te ponías a leerlo. 

Cada libro es el resultado un trabajo exhaustivo, en el que nada falta, nada sobra, todo relumbra, cautiva y conduce a algo. Hay en Pàmies un logro inevitable que tiene que ver con la expectativa siempre cumplida. No puedes predecir sus libros. Rara vez va a pasar por donde tú prevés, de modo que el autor caiga en una especie de trampa del lector. En todo caso, el lector se despeña por donde menos se espera, hasta ir a dar a un lugar inesperado. En un mismo libro es capaz de transitar por la comedia, la tragedia y la aventura metafísica, de manera que vas desfilando por estados como la hilaridad, la angustia y la estupefacción.

Quizá es que Pàmies cree en la fuerza inusitada de la sorpresa, de modo que su literatura no esté en el mismo sitio demasiado tiempo. Hay algo de radical en su proyecto. La suma de todos sus títulos, desde finales de los 80 hasta hoy, es la historia fehaciente de un autor en constante evolución. De hecho, de los ejercicios de ficción extrema de los primeros títulos pasamos en los últimos a relatos con un elevado componente autobiográfico. Pasó de un modo muy llamativo en El arte de llevar gabardina, y ocurre de nuevo ahora con A las dos serán las tres, por el que hemos estamos esperando nada menos que cinco años, y al que perdonamos solo porque es Pàmies.