Opinión | AL MARGEN

Los que escuchan

Luis Mateo Díez y Manuel Longares son dos maravillosos locos, y Ernesto Pérez Zúñiga está a punto de graduarse

El escritor Manuel Longares recibe la copia de la llave de la caja de seguridad 1091 del Instituto Cervantes

El escritor Manuel Longares recibe la copia de la llave de la caja de seguridad 1091 del Instituto Cervantes / INSTITUTO CERVANTES

Con Luis Mateo Díez, Manuel Longares y Ernesto Pérez Zúñiga nos vemos con cierta frecuencia. Es una tradición que mantenemos con renovadas ganas de vernos y una vocación literaria que no desfallece, aunque no solo son los libros el centro de la conversación sino todo lo que nos une, nos recuerda, nos conmueve, nos enfada, nos ilumina.

Luis Mateo y Longares son dos locos maravillosos, y Zúñiga está a punto de graduarse en esa materia; entretanto, se mantiene en un plano de admiración y amistad, y los encuentros transcurren inevitablemente divertidos tratándose de Luis Mateo y Longares, humoristas confesos y amantes de la vida.

A Luis Mateo, galardonado la semana pasada con el Premio Cervantes 2023, lo conozco desde que tengo memoria. Puede que desde que publicó Las estaciones provinciales, con el que quedé unido a toda su obra posterior, a ese mundo de perdedores, presos en una sociedad oscura, como es la vida del viajante Sebastián Odollo, otro de sus héroes del fracaso en Camino de perdición. En 1992 tuvo la generosidad de darme unas páginas inéditas del ensayo El porvenir de la ficción, para las que escribí una breve introducción y que publicó el suplemento de cultura de La Nueva España, diario que edita Prensa Ibérica, al igual que este suplemento literario.

Silencios elocuentes

Con Longares empecé teniendo una relación profesional cuando yo coordinaba La Esfera de El Mundo y él tenía una columna quincenal (que me asegura no recordar); yo sí recuerdo a un Longares disciplinado en las entregas de los artículos y afable en las conversaciones telefónicas. En los años 80 yo había leído dos de sus libros, La novela del corsé y Soldaditos de Pavía; con Romanticismo ganó el Premio de la Crítica 2001, pero sigue siendo el mismo, modesto y más bien callado, aunque no ausente, sus silencios siempre han sido elocuentes; su mirada, su sonrisa y la amabilidad con que se ofrece a ayudar son encomiables.

La semana pasada el Instituto Cervantes honró a Longares con la entrega de documentos personales que guardó en la Caja de las Letras: su primer cuento publicado en 1969 en Revista de Occidente, el original mecanoscrito de La novela del corsé y dos cartas de sus nietos, Pablo y María, que, según dijo, no había leído nadie. Zúñiga, el alumno aventajado, el escritor que ha estado siempre cerca de ellos, poeta y estudioso de la obra de Ramón María del Valle-Inclán, ejerció, como subdirector de Cultura de la institución, de maestro de ceremonias en el acto.

En 1995, Julio Llamazares publicó Nadie escucha, del que dijo: "Estamos viviendo un tiempo en el que hay tanto ruido que nadie escucha a nadie, ni siquiera a sí mismo". Pues bien, casi 30 años después, el ruido se ha multiplicado tanto que se está haciendo ensordecedor, pero la suerte de contar con estos escritores que sí saben escuchar nos reconcilia con nosotros mismos. Me temo que no quedan muchos más recursos para la felicidad.