ENTREVISTA

Manuel Longares: "Mi silencio es un descanso"

Conversar con este ermitaño, que no quería hablar pero, al fin, accedió a esta entrevista, es como acercarse a silenciosos de otros tiempos como Juan Carlos Onetti o Juan Rulfo

El escritor Manuel Longares, fotografiado en el Café Gijón de Madrid

El escritor Manuel Longares, fotografiado en el Café Gijón de Madrid / David Castro

Juan Cruz

Juan Cruz

Si no fuera Manuel Longares, este hombre tímido que parece haber ido cuando llega a los sitios, si hubiera sido un rutilante ser de mayorías y no este singular ciudadano que, como Pío Baroja u otros silenciosos que guardan el secreto de la calidad de su escritura, su libro Romanticismo aparecería en lo más alto de las selecciones de la lectura del siglo XXI.

Pero es este hombre que está ante el periodista en el Café Gijón de Madrid (aquí, en Madrid, nació en 1943, va camino de los ochenta años). La impresión que da es que el no podrá vencer la tentación de no ser preguntado para convertirse en algún momento (también fue periodista, muy fértil, como responsable literario de algunas cabeceras) en quien le haga la entrevista a su interlocutor.

Longares es más de preguntar cómo está el contertulio que avanzar él mismo cualquier juicio acerca de su salud o de sus asuntos, de modo que entrevistarle es como acercarse a silenciosos de otros tiempos, entre ellos, por ejemplo, Juan Carlos Onetti o Juan Rulfo. Esa timidez que lo avala como un amigo que todos quieren tener, porque no juzga, sino que estimula, lo ha hecho una leyenda de soledad, pero es mentira: siempre está rodeado de amigos, aunque no salga de casa sino para verlos uno a uno.

Su último libro (que se une a aquel Romanticismo, y a otros como La novela del corsé, Los ingenuos o El oído absoluto) es una entrega insólita, de noventa páginas (como casi todos los suyos ahora, en Galaxia Gutenberg), que titula La escala social. Es una corrosiva burla de los lenguaraces, algunos de los cuales son perfectamente reconocibles a la derecha de este país tronante. Su lectura, que es un riesgo para irascibles, representa a Longares en estado puro, y ha de recomendarse para los perezosos intelectuales que todavía no han leído, por ejemplo, Romanticismo. Aunque este ermitaño no quería hablar, al fin accedió a esta entrevista.

P. ¿De qué está hecho su silencio?

R. El silencio es una parte más de la composición y de estar en el mundo. Mi silencio es un descanso. Una pausa, como en la música, para luego seguir. Yo lo veo así. Con silencio haces amigos, porque les dejas hablar. El silencio implica escuchar y prestarle atención a las cosas importantes de la vida y así… así me ha ido bien.

P. Ahora que lo dice… sí: es usted como un vigía de los amigos.

R. Sí. Pero de un tiempo a esta parte han empezado a desengancharse amigos. Además, te lo dicen explícitamente: ya no quiero verte más. Eso desconcierta, porque son gente que formaba parte de mi vida y… siempre que un amigo se te va, has perdido.

P. ¿Qué han significado los amigos para usted?

R. La compañía en la vida, sin perder independencia y libertad. Me han enseñado a actuar en la vida, porque yo soy un inútil y ellos con su comportamiento me ayudan a ser de otra manera.

P. ¿En el mundillo literario es fácil hacer amigos y mantenerlos?

R. Pues… A ver: hacer amigos te facilita la convivencia y la complicidad. Yo… prácticamente sólo he hecho amistad con escritores.

P. ¿La calidad de la escritura de sus amigos ha coincidido con la calidad de su amistad?

R. Sí. Yo creo que sí. Bueno… de pronto ellos tienen una calidad de escritura que te desborda y siento que yo no doy la talla. Yo, no ellos. Entonces, procuro leerlos mucho y bien. Recuerdo a Juan Eduardo Zúñiga, que era una especie de padre y él pensaba que yo era una especie de hijo y, cuando hablábamos, sobraba el 80% de las palabras. Sólo era necesario estar juntos. Con Luis Mateo Diez tengo una amistad desde el año 79 y él es de una perspicacia con la amistad que ayuda mucho a fomentarla. Son maneras de estar en la literatura o no sé cómo explicarlo. Una manera de contar con todo el mundo. Yo sólo quiero estar ahí, conectar y no darle adjetivos a nadie.

P. ¿Qué literaturas, de las que ha conocido en España, han convivido con usted como escritor?

R. Todas. A mí me interesaron siempre los libros de Juan Benet, por ejemplo. Por eso procuraba estar cerca de él. Javier Marías era más joven que yo, no tuve mucho trato personal con él, pero era una persona encantadora. Se murió muy pronto. Bueno, ahora mismo hay muchos escritores jóvenes que me interesan. Pienso, por ejemplo, en Pilar Adón.

P. ¿La amistad es importante para ponerse a leer, en su caso?

R. Sí, sí. Es que la amistad es fundamental para estar en el mundo literario, donde se tiene más o menos fuerza y, de acuerdo con ese baremo, tú vas a estar más visitado o menos. Pero ese es el juego y si no quieres jugarlo… dedícate a otra cosa.

P. ¿Cuál sería la prehistoria de su literatura?

R. El Café Gijón, grandes paseos, el franquismo… en ese contexto es cuando saco mi primer libro.

P. ¿Cómo era la literatura de esa época?

R. Era una literatura jocosa. En el 64, 65, 66… las cosas eran jocosas. Tengo una novela inédita, El entierro del Obispo, que se trataba de enterrar la dictadura y las cosas malas de esta vida. ¿Eso no es jocoso para la época? Pero no le apeteció publicarla a ningún editor.

P. ¿Qué influencias había detrás de esos primeros libros en los que quería reírse del mundo?

R. Pues… El Jarama, de Ferlosio, por ejemplo. El Jarama me pareció deslumbrante. En aquel entonces era difícil conseguir libros de extranjeros. A Faulkner te lo topabas de vez en cuando en alguna librería y no sabías si estaba bien traducido. Luego las cosas cambiaron y había que quedarse en casa para leer todo lo que no habías podido. Venir al Gijón te permitía hablar y enterarte de novedades a las que había que echarles un ojo y así uno iba adentrándose en la literatura. Recuerdo que un día me acerqué a Cela y me dijo que fuera a verlo a su casa y le llevé un texto. Me dijo que me lo podía publicar en una revista de Mallorca, pero que podía hacerme mucho daño. Yo acepté guardar mi texto porque eso me permitiría seguir viéndolo. Cela ha sido un maestro, la verdad.

P. ¿Quién más le interesó de los que venían aquí? ¿Umbral?

R. Umbral era un maestro joven. Yo un día llegué aquí, al Café Gijón, y él estaba sentado en esa mesa y escuché que dijo: hace un frío argentino. Bueno, yo sólo lo saludé y me fui. No sé qué quiso decirme.

P. ¿Y Delibes?

R. Con él no hablé.

P. Pero lo leyó.

R. Sí. Diario de un cazador me lo leí entero y salí hechizado de esas páginas. Él era de los que aportaban algo, él y su generación venía con un lenguaje lleno de estudio. Puede que algunos de sus temas no te interesaran, pero cómo estaba dicho sí. Bueno, los exiliados estaban fuera de nuestro ámbito y a ellos hubo que leerlos más tarde.

P. ¿Qué supuso el franquismo para la literatura española del siglo XX?

R. No salir.

P. ¿Y qué consecuencias tuvo eso?

R. Unas muy horribles. El franquismo marcó nuestras vidas y nuestra forma de ser. Ser unos encerrados, por ejemplo.

P. ¿Y qué supuso para su literatura el ejercicio del periodismo?

R. Pues… yo estoy dolido con esa etapa de mi vida. El periodista no distingue entre literatura y periodismo, pero no se puede inventar nada más antagónico. Son distintos. Yo estuve en periódicos y revistas con gente de la que te hacías amigo, pero… si veían en ti un escritor, te aniquilaban. Eso lo viví en Cambio 16. La experiencia de El Sol también fue demoledora.

P. ¿Y ahora cómo nos ve a los periodistas? A los periodistas en general.

R. No tengo trato con periodistas. No tengo trato. Pero, bueno, supongo que ahora son más libres. O eso parece.

P. ¿Alguna facultad de las que da el periodismo le ha servido para hacer literatura?

R. Yo creo que no. Yo me echaba a temblar cuando había que llamar por teléfono a alguien. Luis Sánchez Bardón era mi jefe y un día me dijo que hablara con Lola Flores para preguntarle cuál era el libro más importante que había leído en su vida y, bueno, no tuve más remedio. Alguien contestó y se oía un ruido ensordecedor, yo creo que estaban ahí todos los folclóricos de España. Lola se puso al teléfono y le hice la pregunta y dijo: Causto. Y dije bueno y colgué. Luego resultó que Causto era Holocausto, que era un best seller americano, creo. Pero yo tardé en llamarla como 15 días, eh. O sea: era para que me echaran del periódico.

P. ¿Cómo fue haciéndose escritor?

R. Leyendo. Pero… no empecé a hacer una novela hasta que tenía 38 años, eh.

P. Y esa novela era…

R. La novela del corsé.

P. ¿Qué se proponía esa novela?

R. A mí me dijeron que hiciera un estudio sobre la novela erótica. Yo acepté y, después de haberme leído muchos libros, dije: esto se puede contar de otra forma. Entonces tomé el punto de vista del narrador de las novelas eróticas para hacer una novela erótica en sí misma, con las aportaciones de los libros que había leído, claro.

P. ¿Romanticismo es el libro que compendia todos sus talentos y sus aspiraciones de novelista?

R. No. Lo que pasa es que Romanticismo tiene un factor desencadenante que era su editor de entonces, al que tú me parece que conociste. No sé si lo vas a poner, pero yo te lo digo. Pero cuando lo acabé dije: espero que se entienda, porque adopta la forma de la novela realista. El otro día lo releí un poco y vi que está influido por Marcel Proust, ¿no? Y eso me gustó mucho. La tercera parte, que ya tiene otra voz narrativa, ya es la vida corriente. La vida que yo perseguí. La vida que sería después de Franco, quizá porque era el momento en el que todos estábamos esperando a ver cuándo se moría. Y eso lo utilicé en ese libro.

P. Ese libro narra la muerte del dictador y cómo afecta a una parte de Madrid. Pero muchos de sus libros tienen que ver también con Madrid. ¿Cómo siente ahora a Madrid?

R. Es que fue tan gigantescamente cruel lo que vivimos que… yo agradezco de España que sea mediocre, que vayan pasando las cosas, que no haya más disturbios. Espero que la derecha pueda separarse de la iglesia y hacer otras cosas y pueda resultar tan atractiva como votar a los socialistas. Porque yo no votaría a la derecha actual. Y Madrid… pues aquí he hecho todas mis peripecias, sólo me he movido dos veranos para ir a París a ver cine porque aquí había películas que no te dejaban ver. Yo es que… no quería hacer la mili, quería ser prófugo. Pero me dijeron que era mejor hacerla y la hice.

P. Una vez dijo que Franco no se había extinguido, que seguía presente. Dijo, incluso, que si lo enterraran en otro lado tampoco pasaría nada. Y así ha sido.

R. Sí, sí. Es que el Franquismo sigue aquí. En cuanto la gente tiene un pronto, ahí está. Si Franco estuvo 40 años en el poder no fue sólo porque mató a los enemigos, sino porque Franco encarnó la cultura de la mesa-camilla. Y eso le hizo inmortal. Por lo menos para la derecha. O, bueno: es una característica española. Franco murió físicamente, pero sigue estando. No es que se nos vaya a parecer. Es que dejó bien implantada una manera de ser.

P. ¿Dónde ve más esa presencia del Romanticismo?

R. Bueno, cualquiera que tenga unas perras y tenga miedo de que les pase algo, eso es Romanticismo. Cualquiera que quiera conservar el dinerito, el terruño… eso es Romanticismo. Y eso va a continuar porque está en los genes.

P. ¿Eso sigue teniendo un peso específico y notable?

R. Sí, sí. Mira: hay muy poco interés por la literatura, por ejemplo. Sólo quieren resaltar la competición. Y eso no es. Si nos interesa cultivar la literatura hay que cultivarla, no hacer listas.

P. Desde que empezó a escribir ha ido depurando el estilo de su ironía y de su sarcasmo, hasta llegar a La escala social…

R. A ver: yo termino de hacer una frase y al día siguiente la corrijo y la alargo y así se va haciendo el libro. O sea: hay muchas correcciones y luego ves que el resultado es… un poco atrevido, sí. Jajajajaja.

P. ¿Cómo fue elaborándose en su mente este dibujo despiadado de costumbres de este país?

R. Qué curioso: nuestra amiga, la escritora Julia Otxoa, me ha dicho lo mismo. A ver: un día me pidieron un relato corto para un libro-homenaje a Luis Mateo Díez y yo nunca había hecho uno. Resulta que me pongo a hacerlo y disfruto mucho el hacerlo. Bueno, pues dije: voy a hacer más textos así. Y, mira, de todos los que hay aquí el que prefiero es el que se titula “Ecuanimidad.” Voy ligando hechos que no tienen sentido y eso enriquece la literatura, ¿no?

P. Pero hay concreciones: el monarca o Vox. ¿Qué piensa de Vox?

R. Que es la mejor muestra actual del franquismo.

P. ¿Y de la monarquía?

R. Pues que puede funcionar si el monarca se dedica a su trabajo.

P. ¿Estamos en una época triste en este país?

R. Este país tiene que aprender a renunciar. Y hay que ir pausado por la vida, no se puede ir dando voces. Tú te sientas con uno de Vox y… ¿no crees que lo convencerías de que debe ver las cosas de otra manera?

P. No creo. Y ese es el drama: no creer que se pueda.

R. Pues… sí. Tal vez sí.

P. ¿Cómo ve a este país políticamente?

R. Pues, mira: los socialistas deberían durar más en el poder. Porque parece que con ellos es más fácil el diálogo.

P. Bueno, más que diálogo hay mucho parloteo, ¿no?

R. Pero que haya parloteo es mejor a que haya silencio. Faltan argumentos, es verdad, pero más vale hablar que estar callado. 

P. ¿Cómo lo ha pasado escribiendo este libro?

R. Muy bien. Disfrutando de la literatura como no lo había hecho nunca.     

P. Se acerca el número 80 para usted.

R. Me quedan nueve meses para llegar a los 80 y bueno…