Entrevista | Juan Gabriel Vásquez Escritor

Juan Gabriel Vásquez: "La ficción es un intento por habitar la vida de otros"

Su nuevo libro, 'La traducción del mundo', que reúne sus conferencias en la Universidad de Oxford, representa un grito de júbilo retrospectivo al arte que ha marcado sus años: el arte de la ficción

Copia de Sin título - 1

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Juan Cruz

Juan Cruz

Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, Colombia, 1973), escritor de brillante pasado y de un porvenir asegurado por la calidad de su prosa, por la nitidez de su pensamiento y por la fidelidad a los distintos magisterios de la literatura, ha escrito un homenaje a la ficción, de la que se nutre su obra desde El ruido de las cosas al caer hasta Volver la vista atrás.

Encerrado en la Universidad de Oxford, al final de la pandemia, para pronunciar las Conferencias Weidenfeld, decidió dedicar esas lecciones a la pasión que mueve su vida: la ficción. Como una carta de batalla, a la manera de su admirado Mario Vargas Llosa (que, en La verdad de las mentiras abordó un texto que tiene el mismo propósito de ensalzar lo literario inventado), La traducción del mundo representa un grito de júbilo retrospectivo al arte que ha marcado sus años: el arte de la ficción.

El grito es de júbilo y es retrospectivo porque, por razones que él explica en esta entrevista, la ficción está ahora en peligro en el universo que antes recibía la invención como la legítima consecuencia de los sueños humanos, mientras que ahora hasta aquello que se inventa es pasado por la peligrosa manía de lo políticamente correcto.

Su grito final, a favor de la ficción, es también un abrazo a sus antepasados, los escritores que han hecho de la invención una alegría que nadie podrá borrar.

P. Al tiempo que a usted, dan ganas de entrevistar a este libro…

R. (Ríe) Es un elogio de la ficción, de la actividad de leer ficción, y es también un testimonio de inquietud por lo que se supone que es la ficción en la sociedad de hoy, en la que ocurre esa apropiación cultural que le prohibió a una traductora holandesa y blanca traducir un poema de una mujer norteamericana y negra, o que le prohíbe a un escritor hombre escribir desde el punto de vista de una mujer. Esta que vivimos es una nueva conversación cultural que te pone a pensar en la salud de las ficciones. Nuestra sociedad podría estar apartándose de lo que hemos buscando durante siglos en las historias inventadas. Esas historias son importantes, han llevado a grandes descubrimientos que han hecho posibles enormes conquistas sociales. Me preocupa que esa larga conversación se rompa por prejuicios de esta época.

P. ¿Qué consecuencias está teniendo ahora este fenómeno en los escritores de su generación o más jóvenes?

R. Creo que hay un cierto temor a adentrarse en terrenos que no son los nuestros. Parece que la ficción que se escribe ahora se mide por el patrón de lo que se llama autenticidad. Y eso, claro, está muy bien sobre el papel, pero no es lícito que nos cierre posibilidades, que nos corte la sed de aventuras, de ir a lugares que no conoces e investigar en ellos para traer las noticias de lo que pasa allí donde es imposible llegar, que es lo que para mí siempre ha hecho posible la mejor ficción. No aventurarnos en lo que no sabemos, como si para esa aventura necesitáramos un carnet, sino en aquello de lo que podemos dar fe que sabemos, como si se necesitara una validación para lanzarse a escribir. 

No aventurarnos en lo que no sabemos, como si para esa aventura necesitáramos tener un carnet

P. Esa es una reflexión de la que parte el libro. Usted ha estudiado muy a fondo el asunto porque de la ficción depende su vida…

R. Viene sobre todo de unos años, los de la pandemia, en las que conversé mucho en Estados Unidos con el mundo académico, mientras daba unas conferencias en la Universidad de Columbia. Ahí me di cuenta de que la escritura corría el riesgo de sufrir la censura previa. Había alguien que se moría de miedo ante la necesidad que abrigaba de escribir una novela sobre una escritora gay. También conocí a una fotógrafa con una preciosa colección de retratos que no sabía si sería capaz de retratar a hombres y mujeres negras que habían sufrido agresiones de la policía, porque podrían acusarla de estarse apropiando del dolor de los otros para su propio beneficio... La ficción es la esencia de lo que hago, es un acto de imaginación moral, no es un acto de curiosidad por el sufrimiento de los otros, es un intento por habitar la vida de los otros y entender mejor, no completamente, pero entender mejor… La conversación cultural rechaza actualmente esa posibilidad: ser libres imaginando, haciendo ficción, y no solo ficción.

P. Eso, sin duda, está afectando a la calidad de la escritura, y de la lectura…

R. No lo sé. Creo que le pone cortapisas a la imaginación. Eso puede redundar, es cierto, en una baja calidad de lo que se escribe a partir de la imaginación, porque nuestra experiencia como seres humanos es terriblemente limitada. Y, además, la experiencia de los escritores tiende a ser frecuentemente muy aburrida. Entonces, si solo te limitas a contar lo que sabes, si no puedes ir hacia el otro e investigar en el otro, entonces muchas veces produces las cosas que son de menor interés. La razón por la que empecé a escribir fue esa: descubrir que mi propia vida no basta. Que no es suficiente con tener una vida. ¿Quieres vivir más vidas? ¿Quieres entender más cosas? ¿Quieres saber qué se siente al matar a un hombre sin tener que matarlo? Entonces, haz o lee ficción. Lee, por ejemplo, Crimen y castigo de Fiódor Dostoyevski.

P. O lo escribes o te lo escriben…

R. Sí. Yo creo que la ficción es el lugar donde se pone en escena el drama nuestro como seres humanos, que no nos satisface nuestra vida. El hecho de tener una sola vida, el hecho de vivir solo una vez, no nos satisface. Y la ficción es la única manera que hemos descubierto para paliar esa carencia.

P. De esa convicción nace este libro, pues.

R. De esa convicción nacen las conferencias que di en Oxford, y de ahí viene este libro. Son preguntas a la literatura. Qué ofrece la ficción que no podamos encontrar en ninguna otra parte. Qué nos da la ficción que no nos da nadie más... Claro que esas son preguntas angustiadas porque salen de un cuestionamiento de la ficción. Y este libro es una defensa tácita de la ficción: si ustedes están atacando esta actividad rara que desarrollamos los seres humanos, que es la de interesarnos en la vida de gente que no existe, pues yo voy a tratar de buscar cosas que perderíamos si la ficción desapareciera. Por eso en el libro hablo especialmente de una cierta manera de entrar en el pasado para comprenderlo, que es también una cierta forma de indagar en la vida secreta de los otros, que sólo está en la ficción a la que nos hemos acostumbrado. Con la ficción llegamos a los secretos humanos que no deberíamos conocer nunca, y eso que es peligroso resulta que es la parte esencial de la literatura y, para mí, del conocimiento del pasado de los otros. Para el libro yo busqué en esa esencia de la ficción.

P. ¿Qué respuestas halló a todas sus interrogantes? 

R. Las busqué en los libros que me gustan, de modo que podía responder a mis inquietudes sin el tono preocupado de quien ve un mundo que desaparece, de modo que fui allí donde se ilustra la manera especial que tiene la ficción de andar por el mundo que me parece valiosa. Volví a Marcel Proust, a León Tolstói, a mis latinoamericanos de siempre, Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa. Como estaba en Oxford cuando di las conferencias, me pareció pertinente volver también a Javier Marías, que para mí fue muy importante y cuya relación con esa universidad es tan fuerte y conocida. En definitiva, me fui a Oxford con una biblioteca de mis 10 libros fundamentales, y a partir de ahí traté de hacer las conferencias.

Los libros te dicen todo el tiempo cuánto has cambiado, y eso me parece uno de los grandes placeres de las relecturas

P. Usted ha escrito a los 50 años un libro que parece espejo del que su maestro Vargas Llosa escribió en 1993, cuando tenía algo más de 60, La verdad de las mentiras. ¿Le resultan simbólicos esos paralelismos?

R. Sí, pienso mucho en ellos. Como escritor que escribe sobre la novela, y no solo, Vargas Llosa siempre me ha parecido un referente. Es, además, una figura muy importante en mi vida y ese libro es una carta de amor a la literatura… Yo tenía 20 años, por cierto, cuando leí ese libro de Mario y luego leí muchos de sus libros. Napoleón Bonaparte decía que para entender a un hombre hay que comprender qué pasaba en el mundo cuando este hombre tenía 20 años. Pues yo leía a Vargas Llosa… Si yo revisara ahora los libros que hay en mi biblioteca de los que él es autor, estoy seguro de que en la última página estaría 1993 como fecha del descubrimiento de su literatura como referente del novelista que yo quería ser. Entonces leí La verdad de las mentiras, Tirant lo Blanc, La orgía perpetua…, todos ellos libros sobre el arte de la novela, que siembran una idea de lo que es este libro que ahora publico. Así que la idea de mi oficio proviene de ese libro que está metido en este.

P. En su caso, esta Traducción del mundo tiene que ver con la madurez de leer…

R. Así es. Los libros cambian mientras vas madurando. Me ha pasado con El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Y con El rojo y el negro, de Stendahl. En este caso, esa novela la leí con 20 años y la diferencia con ambas épocas es, como lector, monumental. El libro es otro libro y además el libro sabe que he cambiado, así que me devuelve transformados los descubrimientos que yo había hecho entonces. Los libros te explican tu evolución, en cuanto al amor, a la amistad, a la religión o a la política. Los libros te dicen todo el tiempo cuánto has cambiado, y a mí eso me parece que es uno de los grandes placeres de las relecturas.

P. La verdad de las mentiras, pues. ¿Qué mentira le sedujo más de todas las que ha leído?

R. Se refiere quizá a la mentira que decidí creer con más pasión… Yo creo que fue precisamente cuando tenía 17 años y leí Cien años de soledad. En ese momento me pasó a mí lo que García Márquez dice que le sucedió con La metamorfosis de Franz Kafka. Pensé: "Caramba, si la ficción es capaz de esto…, la ficción es un mundo en el que yo quiero vivir". Entonces ya era capaz de creerme todo aquello que me contaran, y en estos casos que me lo contaran de una manera tan seductora. Era como un sueño que te borraba los contornos del mundo y te metía del todo en la ficción. Era la primera vez que, como adolescente, me sucedía la experiencia que había tenido de niño.

P. ¿Y en qué libro ajeno se ha sentido viviendo?

R. En esa capacidad de abrirte a un espacio en el que te sientes liviano puedo pensar en Conversación en la catedral o en el Ulises de James Joyce… Fueron libros donde me quedé a vivir mucho tiempo. El de Joyce lo leí con esa pasión de los 20 años, cada capítulo del Ulises era un desafío de estudio, de lucha con las técnicas que Joyce había utilizado. Fue una experiencia de seis o siete meses de lectura. Fue vivir de veras en un libro, de modo que cuando fui por primera vez a Dublín me asombró darme cuenta de que había vivido en ese libro y en esa ciudad. Conozco Ulises como si el libro fuera una ciudad.

P. Dice usted que es la fascinación una de las razones principales por las cuales seguimos leyendo y escribiendo novelas, que mientras las sigamos sintiendo seguiremos siendo humanos y la novela continuará con vida…

R. Y para eso he escrito este libro… Es una carta para lectores como los que lean este suplemento, aquellos que consideren que la literatura es un lugar de encuentro y de humanidad en un mundo cada vez menos humano y cada vez más narcisista. La literatura es un espacio que niega el narcisismo. Es un acto de fe, un ejercicio de curiosidad por el otro, es un viaje hacia el otro. Mientras estos rasgos del ser humano sigan vivos, la literatura seguirá viva. Y si la literatura de ficción, tal como yo la entiendo, desaparece será porque nos habremos vuelto menos humanos. Y eso ahora mismo ya no es imposible. Es una posibilidad.

P. Así que viva la ficción.

R. Exacto. ¡Que viva la ficción!

'La traducción del mundo'

Juan Gabriel Vásquez

Alfaguara

168 páginas

17,90 euros