CRÍTICA

La literatura como atracción

Carlos Robles lanza en 'Cerbantes Park' una incisiva mirada a la banalización de la cultura

Portada del libro 'Cerbantes Park' de Carlos Robles

Portada del libro 'Cerbantes Park' de Carlos Robles / LNE

Tino Pertierra

Hubo un tiempo en el que Carlos Robles Lucena andaba obsesionado con la idea de que "la literatura se estaba convirtiendo en un arte caduco para la mayor parte de la sociedad. Me parecía que las ficciones literarias estaban perdiendo –lentamente– la batalla en los discursos públicos y en las conversaciones privadas".

Sin embargo, también le daba la sensación de que "la mayor parte de las personas seguían con ganas de literatura, solo que no estaban dispuestas a dedicar la concentración o las horas necesarias para disfrutarlas. Se me ocurrió que sería divertido escribir sobre un personaje que intentara cambiar la situación mediante la construcción de un parque temático dedicado a la literatura universal, como la aventura era claramente quijotesca, se me ocurrió llamarlo: Cerbantes Park".

Espera Robles Lucena que el lector "pueda encontrar reflexión, personajes interesantes, entretenimiento y tres o cuatro imágenes que le plazcan. Los mayores obstáculos con los que me encontré fueron de índole estructural. ¿Cómo montar la trama para que fluya lo mejor posible? ¿Dónde debo cortar? No suelo sentirme del todo satisfecho con lo que escribo –supongo que suele pasar– pero de ‘Cerbantes Park’ me quedo con lo bien que me lo pasé escribiendo los pasajes del parque literario".

La idea le alcanzó gracias a un fin de curso a un parque de atracciones. De pronto, Robles comprobó que sus alumnos eran capaces de estar sin rechistar dos horas haciendo cola para disfrutar de un minuto de diversión. Le sorprendió ver esa actitud solo para conseguir al final subirse a un divertimento con el consiguiente atracón de adrenalina.

En aquellos días, el autor trabajaba en la enseñanza y también como community manager para un sello editorial que le exigía hacer fotos vistosas sobre gente como Shakespeare y Cervantes. Una mezcla explosiva. Y como terror de fondo, la banalización de la cultura como signo y designio de nuestro tiempo.

De ahí el porqué del parque. Con una diferencia: en lugar de experiencias como fogonazos, experiencias como iluminaciones, brevedad frente a intensidad, esquematismo frente a complejidad. La soledad enriquecedora de la lectura frente al bullicio corte exhibicionista de la comunidad lectora. El Comisario, nuestro protagonista, tiene la defectuosa virtud de compartir ingenuidad y cinismo a la hora de plantar cara a sus sueños. Y menudo sueño: levantar un parque temático sobre literatura. Un desafío quijotesco en un país que no sabe leer el Quijote.

Claro está que le saldrán al paso muchos obstáculos –a quién se le ocurre, dedicar un área lúdica a algo tan serio– y se topará con problemas empresariales, incomprensiones sociales, vaivenes perturbadores de su propia educación sentimental. Una audaz noria literaria que es lúcida, amena y desafiante. Suban al tren.

Cerbantes Park

Carlos Robles Lucena

Navona, 280 páginas, 20 euros