MISCELÁNEA

He venido a hablar de mi libro: Mar García Puig

Crítica de 'La historia de los vertebrados': la locura como forma de control

La diputada debuta en la ficción con 'La historia de los vertebrados'

La escritora y diputada Mar García Puig

La escritora y diputada Mar García Puig / Ricard Cugat

Mar García Puig

Podría decir que este libro nace de la coincidencia, quizás mágica, de dar a luz a mellizos el mismo día en que me convertí por primera vez en diputada al Congreso. O podría decir que el impulso de escribirlo fue consecuencia de la locura a la que sucumbí, en forma de crisis de ansiedad, pocas horas después de esta colisión de lo más público y lo más doméstico en mis carnes. Pero no puedo negar que fue una mujer la que le dio el primer hálito de vida, y que esa mujer no soy.

Se llamaba Emma Riches y la conocí mientras trataba de explicarme qué me estaba pasando. Por un vericueto de búsquedas digitales y polvorientas a las causas de mi ansiedad posparto, di con su foto, de 1858, en el archivo del más famoso de los manicomios de la historia, el infame psiquiátrico londinense de Bedlam. Al pie de esa foto pude leer el diagnóstico por el que fue ingresada al poco de dar a luz, “locura puerperal”, el antecesor de las actuales depresiones y psicosis posparto. Pero lo que más me intrigó de esa imagen fue que, junto a las dos manos de la pobre paciente, de mirada extraviada y ataviada con una especie se camisa de fuerza, se divisaba otra mano.

Quise resolver este misterio victoriano de la tercera mano que me recordaba a mis lecturas adolescentes de cuentos de terror en mazmorras de época. Para ello, buceé en los archivos de Bedlam y otros manicomios ingleses. Traté de reconstruir su vida, lo que me obligó a meterme de lleno también en su tiempo, el del nacimiento de la psiquiatría moderna.

Tirar del hilo

Pronto comprendí que para averiguar de quién era esa mano tenía que tirar del hilo de Emma, que formaba un inmenso tapiz: el de las locas de la historia, desde nuestros mitos fundacionales hasta las más recientes investigaciones de la ciencia moderna. Y me sumergí en papeles: los de poemarios e historiales médicos antiguos y contemporáneos, los de la monumental Biblia y humildes diarios privados.

Finalmente me di cuenta de que poco importaba de quién fuera realmente esa mano, que para mí ya simbolizaba la de todas aquellas mujeres que protagonizaban ese material ingente que había reunido. La tercera mano era la de las locas de todos los tiempos, cuyas voces habían sido silenciadas por el peso de una historia que no habían escrito ellas. Y también era mi mano, que con mis crisis de ansiedad ante el abismo de mis recién estrenadas responsabilidades había entrado a formar parte de esa hermandad de locura.

"Mi propia historia es la de una madre y política que se viene abajo y enloquece, y que poco a poco va saliendo a la superficie"

Quise entonces poner en palabras ese tejido al que el hilo de Emma me había conducido, y contribuir a él con mi propia historia. La de una madre y política que se viene abajo y enloquece, y que poco a poco, gracias a sentirse parte de esta hermandad, va saliendo a la superficie.

Poner orden

Para ello, tuve que poner orden en los centenares de documentos que había almacenado, y hacer una selección de aquellos testimonios y voces que guardaban mayor paralelismo con mi historia. Y lo hice de forma analógica y digital. En un primer lugar releyendo los archivadores donde había almacenado las impresiones, y convirtiéndolos después, a través de un programa informático, en un esquema capaz de sintetizar la particular historiad de la locura que iba a escribir. Esa fue la tarea más laboriosa.

Una vez tuve ese esqueleto, le di vida con la carne de mi historia. Y esa fue la tarea más impetuosa. Mi propio historial médico, que recuperé en el Hospital de Vall d’Hebron, como si fuera el de otro personaje de la historia, me sirvió como punto de partida.

Un lector describió mi libro como una trenza, donde los mechones son mi historia y la de tantas otras mujeres, reales y de leyenda. Pero el dibujo de esta trenza es imperfecto, porque trata de dejar testigo también de todas esas fuerzas, masculinas en su mayoría, tiránicas siempre, que tiraban de esos mechones para evitar que fueran capaces de encontrarse y, de alguna manera, juntas, dar sentido a sus destinos.