Opinión | ALTA FIDELIDAD

Pergolesi en San Blas

Alana S. Portero: "Crecí con la idea de que mi existencia debía corregirse"

La ficción está, a veces, para coser las heridas que la historia no ha permitido, para deshacer los entuertos que en la realidad no se pudo

La escritora Alana S. Portero

La escritora Alana S. Portero / Alba Vigaray

Me busco en los libros y cuando subrayo una frase es porque me he encontrado. Luego me vuelvo a perder y años después siento que las frases subrayadas son una señal, un mapa que me dejé para que en el futuro no me olvidara de quién fui.

Aunque no pueda subrayarlas, hago lo mismo con las canciones. Me sobresalto cuando alguna letra me habla a mí y solamente a mí. Tengo aún ese pálpito adolescente con la música y no dudo de que algunas canciones han sido compuestas expresamente para mi estado de ánimo y mi circunstancia.

No es egocentrismo, créanme, es que las canciones se hacen para eso, para que alguien sienta, encerrado en su habitación o en el atasco de cada mañana de la M-30, que por fin alguien le entiende.

Cuando escuché por primera vez el Heaven Knows I’m Miserable Now de The Smiths sentí que Morrissey me abrazaba largo, fuerte, para siempre. Y así es: sigo recurriendo a The Smiths como las protagonistas de las comedias románticas de los años noventa al helado de chocolate.

Morrissey sigue abrazándome décadas después, a Morrissey le debo la vida como Alana S. Portero a Madonna. Dice la escritora que cuando no tenía a nadie a quien contarle lo que le pasaba, se lo contaba a Madonna y ella respondía en sus canciones. Jesús bajaba de la cruz para hablarle a Marcelino y a Alana, desde los pósters de su habitación en San Blas, Madonna le guiñaba un ojo mientras sonaba en la radio.

El sustento de la música y de los ídolos del pop es una de las muchas cosas que la escritora madrileña le ha prestado de su vida a la protagonista de su primera novela, La mala costumbre, también su infancia de desconcierto y barrio obrero. Una niña trans que crece sin referentes, sin palabras para nombrar lo que siente, pero con la música de Madonna, Rick Astley o Whitney Houston para intentarlo.

Poner música al dolor

Sin embargo el pop no es, en realidad, a lo que suena buena parte de La mala costumbre, no, al menos, en mi cabeza. El brillante comienzo de la novela, la muerte por sobredosis de un joven del barrio que Alana S. Portero narra con trágica belleza, suena al Stabat Mater de Pergolesi.

En la novela de Alana S. Portero la belleza acaba brotando y deslumbrando entre el dolor

La protagonista, conmovida por la belleza corrupta del hombre, atravesada su carne por la heroína como la de San Sebastián por flechas, narra los llantos de la madre, el desgarro que imaginamos en María abrazando el cuerpo ensangrentado y sin vida de su hijo Jesús, un dolor al que el compositor italiano puso en el siglo XVII música, una de las más bellas y emocionantes de la historia.

Tiene todo el sentido que la escritora comience el libro con su particular stábat mater, pues Alana S.Portero, además de dramaturga y poeta, es medievalista. El stábat mater es un poema medieval sobre el sufrimiento de la madre de Jesús, una plegaria a la que han puesto música, entre muchos otros, Vivaldi, Dvorák, Arvo Pärt o Haydn, pero en Pergolesi la belleza acaba brotando y deslumbrando entre el dolor, tal y como sucede en el libro de Alana S. Portero.

La escritora, a lo Pasolini, reivindica el martirio de sus propias parias, la genealogía de las descastadas, a aquellas primeras mujeres trans que pagaron con violencia, cárcel y muerte haber sido las primeras en dar el paso, las retrata aquí con ternura, magia, mito y justicia.

La ficción está, a veces, para coser las heridas que la historia no ha permitido, para deshacer los entuertos que en la realidad no se pudo, para que las que vengan tengan relato, palabras que las cuenten y en las que encontrarse, con o sin Madonna.