Opinión | ALTA FIDELIDAD

Mamá, no me quiero morir

Alejandro Martínez y Marina Gómez, integrantes del grupo Klaus & Kinski.

Alejandro Martínez y Marina Gómez, integrantes del grupo Klaus & Kinski. / EPE

A mí, ahora, no me gusta ir al colegio. Fui una niña muy feliz aunque me pasara todo el verano soñando con septiembre, con la vuelta al cole. Comprendo ligeramente a aquella niña: no tenía aún hermanos, pasaba mucho tiempo sola y, aunque tenía mucha imaginación, nunca tuvo un tigre como Hobbes. Ahora que lo tengo no me gusta ir al colegio, como a Calvin, el niño que protagoniza junto a su tigre de peluche las tiras de Bill Waterson que Astiberri ha vuelto a publicar en nuestro país después de años prácticamente descatalogadas.

Calvin & Hobbes se publicó con mucho éxito durante diez años en la prensa internacional, hasta que su autor decidió que ya había dicho todo lo que tenía que decir y dejó a Calvin y a Hobbes surcando colinas con su trineo lo más lejos posible del colegio. Yo leía Calvin & Hobbes de chavala y me hacían gracia las ocurrencias de ese niño enfadica y quejica que no quería ir al colegio y me daba mucha ternura que convirtiera a su peluche en un tigre que cobraba vida cuando no había adultos a la vista.

Ahora que soy mayor me doy cuenta de que no había entendido del todo bien Calvin & Hobbes y que ir al colegio para aquel niño era una tragedia porque ir al colegio es acercarse un poco más a la muerte y no hablo –solamente- del aburrimiento. Son cosas que comprendes cuando te haces mayor y, especialmente, escuchando aquel prodigio de Murcia que fueron Klaus & Kinski, de cuya ruptura –todavía muy traumática para sus fans- se cumplen precisamente ahora diez años.

Aquel dúo que comandaba el genio de Alejandro Martínez publicó en 2010 Tierra, trágalos, un disco glorioso en el que estaba Mamá, no quiero ir al colegio, una de las mejores canciones que se hayan escrito jamás en nuestro país y la que, de una forma aparentemente naif, mejor refleja el miedo a la muerte, al paso del tiempo, la rabia por una vida siempre demasiado breve: “Mamá, no quiero ir al colegio porque hay gente y no es para mí, mamá, no quiero levantarme porque no me quiero morir”.

Eso que canta Marina Gómez, entre la apatía y la tristeza infinita y a ritmo de ukelele country, es lo que le pasa a Calvin y lo que ahora me pasa a mí: ninguno de los dos queremos ir al colegio, lo que queremos es ir a montar en trineo con Hobbes, no queremos morirnos. Aunque os pueda parecer al revés, creo que dice mucho de mí que no tuviera tigre de peluche de pequeña pero sí lo tenga ahora.

Hobbes, en las tiras gráficas, representa la sensatez, el lado sarcástico que pone los pies en la tierra a Calvin, que siempre está buscando el placer inmediato, la procrastinación eterna, tanto que es capaz de perder más tiempo en inventar una máquina que haga sus deberes en lugar de hacerlos.

Todo adulto necesita un Hobbes, una parte que te diga que bajes del trineo y vuelvas a casa a hacer los deberes, pero todo Hobbes necesita un Calvin que te recuerde que hay que buscar la felicidad, alargar la vida, buscar las colinas con la mejor nieve, ahuyentar todo lo posible la muerte, volver a la cama las mañanas de invierno, en definitiva, huir del colegio.