Opinión | ALTA FIDELIDAD

La sonrisa de Elis Regina

Tom Jobim y Elis Regina.

Tom Jobim y Elis Regina. / EPC

El milagro sucede, en realidad, cuando ya creíamos que había pasado. Tom Jobim y Elis Regina encaran el final de Águas de Março cuando ella, de pronto, se ríe sin parar de cantar. Escuchándola podemos ver que ha estallado en su cara esa luminosa sonrisa suya y que, por eso, mientras se pasan el uno al otro algo parecido a una letra (au, erda, im, inho…), Tom Jobim tampoco puede evitar reírse. Y la canción quedó así, fresca y viva, como esa lluvia del final del verano en Brasil de la que habla la letra y que no deja lugar a la tristeza, es la promesa de vida, la vida que pasa, pero vida al fin y al cabo.

Águas de Março es una canción perfecta, es ligera y profunda a la vez, tiene el alma de las cosas hechas desde la verdad, sin imposturas, en fin, es bossa nova, está todo dicho. Por eso Aguas de Março es la banda sonora perfecta para Cualquier verano es un final, la nueva novela de Ray Loriga en la que el narrador confiesa estar obsesionado con la sonrisa de Elis Regina, la mujer de su vida, como llega incluso a decir. No fue la de Regina una vida fácil, pero si buscas imágenes de ella es difícil encontrar una en la que no salga sonriendo.

Aunque en ningún momento de la novela se mencione, esa bossa nova es el ritmo de Cualquier verano es un final, hay algo de esa ligereza musical y de la sonrisa fácil de Elis Regina en el ritmo que Loriga ha querido imprimirle a esta historia sobre la muerte, el amor, la amistad y la invención del otro. La vida es tan patética como uno quiera que sea, tan grandiosa como uno quiera que sea, tan ligera como uno desee porque depende del relato que nos contemos sobre ella, parece decirnos Loriga que, incluso, es capaz de hacer humor al otorgarle a su protagonista el tumor cerebral que le ha costado al escritor un ojo, un oído y el equilibrio.

Yorick, el narrador, nos cuenta su historia de admiración y amor por su amigo Luiz, un elegante, fascinante y misterioso portugués a quien, por resumir, empieza a darle pereza vivir. Yorick, al que su padre apodó así de niño, no se sabe si en honor al bufón de Hamlet o a su tendencia al lloro, no se tiene en gran estima y su vida cobra sentido orbitando entorno a Luiz, un hombre que, quizá, no es quien Yorick cree que es, pero eso es lo de menos, quién sabe si quiera quién es uno mismo si somos porque nos ven y somos porque vemos a los demás.

SEMILLAS

Cualquier verano es un final sucede en gran parte en Portugal así que la banda sonora debería ser un fado, una canción melancólica y nostálgica, llena de saudade, pero a Loriga no le gusta ponernos la flor en la cara, prefiere repartir semillas con sus ideas sobre la muerte o el amor para que germinen en el lector cuando acaba el libro, para que el fado o el desfado empiece a sonar cuando acaba el verano, como las aguas de marzo. Entonces aparece la letra y luego la música y nos encontramos sin poder salir del ritmo de la novela, tan falsamente ligero, sin poder salir de ese universo de amistad, de estribillos como este: “Resumiendo, nos gustaba vernos a menudo y no incordiarnos demasiado. ¿No es eso también (simplificando mucho) el amor?”. Lo es, Ray, lo es.

En Horas de invierno (Errata Naturae), su autora, Mary Oliver, creo que escribe algo parecido: “Nos bastábamos mutuamente: acompañamiento, intimidad, cariño, arrebato. Cada vez que oigo algo horrible, quiero taparle los oídos a M. Cada vez que veo algo bello y me da un vuelco el corazón, es a M. a quien corro a contárselo”. Eso es también (simplificando mucho) el amor, o debería, si es que el amor es algo concreto, si es que alguien puede decir cómo son o deberían ser las cosas en lugar de simplemente dejarlas ser, como la risa de Elis Regina dejándose ser para iluminarlo todo.

Y ahí sí que no hay negociación posible: es la luz de las Elis Regina de nuestra vida la que tenemos que buscar como hace el incansable Yorick en Cualquier verano es un final, buscar y aferrarnos a las personas que alumbran los días e iluminan las noches.