ENTREVISTA

Jostein Gaarder: "No deberíamos acostumbrarnos a las cosas importantes"

A sus 70 años, el autor de 'El mundo de Sofía' ha recogido sus últimas y más inquietantes cuestiones en un libro o carta abierta a sus nietos, los nietos del planeta, 'Somos nosotros los que estamos aquí ahora. Una filosofía de la vida'

El escritor Jostein Gaarder

El escritor Jostein Gaarder / EPE

Jostein Gaarder, a sus 70 años, después de vender sus libros a razón de millones (solo El mundo de Sofía ha sumado 50 millones de lectores), sigue siendo el mismo trol de los bosques más al norte, que te asalta con sus preguntas cósmicas, paradójicamente surgidas del inframundo o lo diminuto que encuentra en sus largos paseos sobre la Tierra.

El bosque alrededor de Oslo es su lugar habitual de trabajo, "no soy tan inteligente y fantástico sentado frente al ordenador". Ha recogido sus últimas y más inquietantes cuestiones en un libro o carta abierta a sus (seis) nietos, los nietos del planeta, Somos nosotros los que estamos aquí ahora. Una filosofía de la vida, editado por Siruela.

Interrogantes necesarios para evitar la catástrofe planetaria, para tomar conciencia de la condición de visitantes y la responsabilidad única y universal que nos atañe en esta pasajera identidad de carne y hueso; y la necesidad de no negarnos la curiosidad infantil y el deseo: sin deseo estás muerto.

Nos deja al fin una espesa sombra sobre el abuso de las pantallas online, que amenaza con vaciar el cerebro humano de aspiraciones. A principios de mes se publicó en 20 países el primer tomo de El mundo de Sofía en versión cómic: "Me parece una labor muy inteligente de los editores franceses, que son los mismos que publicaron la adaptación del Sapiens de Harari. Pero yo no he hecho más que aprobarla".

P. ¿Cómo puede estar tan seguro de la trascendencia de estos tiempos (mediados del siglo XX-finales del XXI) en la historia de la humanidad y del planeta? ¿No se trata de un error reticente, creer que vivimos el momento más importante de la Historia (mayúscula)?

R. Sí, es un error reticente, pero tenemos ante nosotros un reto extraordinario: por primera vez nos estamos preguntando cómo salvar las condiciones de vida en la Tierra. Nunca la situación vital ha sido tan radical.

P. ¿Está seguro de que nunca antes la humanidad se planteó esta pregunta en una situación extrema como por ejemplo la última glaciación, hace 12.000 años?

R. Los científicos del clima están realmente alarmados ante la evidencia. La ciencia está convencida; yo, no, por eso precisamente he escrito este libro a mis nietos planteándoles una pregunta: ¿cómo será el planeta a finales del XXI? Creo que este tipo de cuestionamiento es fundamental para evitar el gran colapso. No soy pesimista, al contrario, pero es vital cuestionarse.

P. En el fondo, esta filosofía de vida que ha escrito para sus nietos es una reflexión sobre el tiempo. ¿Es el paso del tiempo el más profundo y terrible misterio de la condición humana?

R. En cierto modo, pero a partir del momento en que uno se hace adulto sabe que la vida tiene un límite y que somos visitantes en la Tierra. La pregunta que esa consciencia sugiere es: ¿quién soy? Y yo siento que no soy solo este cuerpo, sino que mi identidad es más amplia, como representante de la vida en este planeta. Puedo reconciliarme con la idea de que un día me marcharé, pero nunca aceptaré que las condiciones de vida en este planeta son también limitadas. Admitir la impermanencia es triste, pero el único sentido que puede reconciliarnos con ello es pensar que otros seres a los que daremos vida representarán esta humanidad. No he escrito este libro solo para mis nietos sino para la gente del futuro. Y les dejo preguntas como si lograrán saber si hay o no vida inteligente ahí fuera en el universo. 

P. ¿Y qué cree usted, encontrarán la respuesta?

R. Imagina cuánto más entendemos ahora la naturaleza de la vida que hace 100 años, sitúate antes de Einstein o del descubrimiento del ADN, por ejemplo. ¿Cómo será la situación en el planeta dentro de otros 100 años? Con estas preguntas nos hacemos más conscientes de la situación y así procuraremos luchar por la supervivencia del planeta.

P. En esta especie de memorias habla de la influencia que tuvo en usted su abuelo, relojero y mago. ¿Cómo de necesario es para el ser humano mantener la ilusión y la fantasía, con la magia, por ejemplo?

R. Es algo realmente importante, y fue básico para mi condición de escritor. La fantasía es fundamental en la vida. Pero no me interesa la literatura fantástica sin más, sino acercarme al sujeto de la fantasía. Es decir, si tú me cuentas un sueño por un lado me transmites una historia y por otro, me revelas muchas cosas de ti; y eso es lo que me interesa, el factor psicológico o incluso sensual de las personas, sobre eso escribo. 

P. Gaarder, ¿fue la consciencia de soledad y finitud su primer pensamiento filosófico? ¿Fue así como perdió la inocencia?

R. Mi primer pensamiento filosófico fue ¡qué extraña maravilla es ésta de existir y estar en este mundo! Lo sentí siendo muy niño, con 11 o 12 años, la maravilla de formar parte de este mundo encantado.

P. ¿Y qué decidió entonces: dedicarse a la filosofía o negarse a ser adulto?

R. Decidí no crecer jamás o, lo que es lo mismo, no dar nada por sentado. Recuerdo preguntar continuamente a mis padres y profesores: ¿acaso no os parece extraño existir, que el mundo exista? Y los adultos: oh, no realmente. Y me sugerían que dejara de hacerme esas preguntas o me volvería loco. Pero yo sabía que estaba en el punto correcto, que ser parte de este mundo es una experiencia mágica, pese a que llegues a acostumbrarte a vivir con tu mujer o tus hijos o quien quiera que sea, lo que es una pena, porque no debiéramos acostumbrarnos a las cosas que realmente importan en la vida.

P. Hum… sabia reflexión señor Gaarder, ¡me gusta! ¿Es esta inocencia sin fin lo que le capacita para escribir desde el punto de vista y la curiosidad de un niño?

R. Así es, pero la razón por la que soy leído es por mi narrativa, porque el cerebro humano está configurado para entender las cosas como historias. Los niños necesitan saber qué ocurre en el cuento, e incluso las cuestiones filosóficas pueden presentarse como historias que suceden, y eso las convierte en atractivas, para niños y adultos. Si algo no interesa a un niño de 11 o 12 años, probablemente sea así porque es basura. Los niños son esponjas para los asuntos vitales como el amor, la vida, la amistad…

P. A los nietos del planeta le deja un mensaje principal: "No debéis molestar ni herir a los otros, pero sí debéis hacer lo que realmente deseáis". ¿Puede el deseo ser la base moral y ética de la vida?

R. Lo que trato de decir es que lo más importante para una persona joven es saber qué deseo y qué objetivos me planteo en la vida, y seguir mis sueños y aspiraciones. Pero que hay que tener en cuenta una especie de reglamento: uno no puede enfocarse en el corto tiempo que vive, que obviamente es lo más importante para ti mismo, sino que debe pensar en los que vienen detrás.

P. Realmente es tan triste cuando un joven no tiene ningún tipo de aspiración en la vida… ¿Tiene esto algo que ver con sus referencias a la libertad de la vida anterior a los satélites y los teléfonos móviles?

R. Es muy triste observar que la gente va por la vida permanentemente atenta, obnubilada por una pantalla, por las reacciones que ha recibido su mensaje en las redes sociales… Es comparable a ser alcohólico: al principio uno bebe de la botella y la vacía, pero al final la botella te bebe y te vacía. Admito la importancia de la comunicación que nos brindan las redes o los medios, pero es tan fácil abusar de ello. El consumo excesivo de internet puede conducirnos a la pasividad, vaciándonos de aspiraciones. No puedo imaginarme a nadie que esté muriéndose y diga, oh, me hubiera gustado haber visto más televisión o haber sido más activo en las redes sociales. 

P. Y usted, ¿cuál sería el mayor reproche que se haría a sí mismo, qué cambiaría de su tiempo vivido?

R. Cosas banales como que me hubiera gustado no haber fumado nunca, o haberlo dejado antes, porque me parece lo más estúpido que he hecho jamás. También, y no tan banal, haber prestado más atención a las personas mayores de mi familia. Pero lo que más lamento es no haber tenido más tiempo para pasear en la naturaleza: he viajado demasiado y muy rápido a lo largo del planeta y muy poco y lentamente en mi mente, porque no soy capaz de moverme mentalmente si no lo hago físicamente al mismo tiempo. Es mi mejor modo de pensar y existir, mientras paseo por las montañas: no soy tan inteligente ni capaz de fantasear sentado frente al ordenador como lo soy cuando camino. Así que ahora cuando terminemos la entrevista me iré a andar unas tres o cuatro horas con mis pensamientos por las montañas que circundan Oslo. 

P. ¿Usted cree que los jóvenes tienen esa sensación de vivir bajo control que a nosotros nos produce internet y sus malditos algoritmos?

R. Creo que no, porque nacieron con toda esta tecnología y ruido de pantallas: forma parte de su vida y son incapaces de imaginar un mundo sin conexiones globales. Pero necesitan unas reglas, mis nietos (entre 1 año y 19) tienen lo que llamamos ‘tiempo de pantallas’, está prohibida en la familia esa conexión permanente. 

P. Gaarder, ¿usted todavía se siente extraterrestre?

R. Sí, soy un alienígena, absolutamente; no en el sentido de un extraterrestre que de repente te tropiezas en tu jardín, sino que yo he tropezado conmigo mismo y todavía experimento este misterio dentro de mí: soy un ciudadano cósmico.

P. ¿Cree probable que haya existido una civilización previa a la nuestra en el universo, y que haya podido colapsar debido a una crisis climática como la que nosotros estamos provocando?

R. No sabemos nada sobre la existencia de vida o inteligencia ahí afuera en el universo. Es posible que seamos las únicas criaturas del universo con conciencia cósmica, capaces de comprender el enorme misterio del que formamos parte, y esto supone una motivación extrema para preservar las condiciones de vida en la Tierra.

P. Y así llegamos a la pregunta que dice “olvidó” plantear en El mundo de Sofía (1991): ¿seremos capaces de preservar la vida humana en la Tierra y cómo?

R. Tenemos que ser capaces. Si respondiera que no, sería un pesimista, lo que es sinónimo de vago. Es fácil adoptar esta actitud; y ridículo, cómo también lo es ser hoy un gran optimista. Pero entre ambas posiciones tenemos una categoría que es la esperanza, lo que implica lucha: si uno espera algo, lucha por conseguirlo. 

P. Esperanza, ¿es ésta la palabra clave en su glosario personal?

R. Absolutamente, ser pesimista para mí no es una opción, como tampoco lo es ser un gran optimista. La esperanza es mi territorio, no solo con respecto al planeta o la política, sino también conmigo mismo: yo espero todos los días que algo suceda, incluso en mis sueños.