ENTREVISTA

Liliana Colanzi: "No conozco una sola autora que se identifique con ese 'boom' de mujeres escritoras latinoamericanas"

La autora boliviana se hizo con el Premio Ribera del Duero 2022 gracias a un libro de cuentos que tiene una importante carga política y en el que se mezclan mitos indígenas, modas globales y pasajes futuristas

La escritora Liliana Colanzi, en las oficinas de su editorial en Madrid.

La escritora Liliana Colanzi, en las oficinas de su editorial en Madrid. / Alba Vigaray

Bernardo Gutiérrez

Una maestra que enseña kárate a jóvenes aymaras. Campos magnéticos que cercan a comunidades religiosas. La banda Carne Radioactiva que toca en zonas contaminas por radiaciones. Cosmovisiones ancestrales. Fanáticos de música K-pop coreana. Praderas de hongos fosforescentes. Cóndores que se posan sobre electrodomésticos abandonados. Tecnologías de control. Culturas orales milenarias. La escritora boliviana Liliana Colanzi ha ganado el VII Premio Internacional Ribera de Duero con Ustedes brillan en los oscuro (Páginas de Espuma), un poderoso libro de relatos sazonado con mitos indígenas, paisajes insólitos, represión, atmósferas futuristas y un tiempo largo que excede la vida humana.

Colanzi, autora de los libros de cuentos Vacaciones permanentes (2010) y Nuestro mundo muerto (2016), confiesa que bebe de lecturas "eclécticas", que van de los escritores rusos clásicos al ciberpunk y la ciencia ficción, de la mexicana Amparo Dávila a Isaac Asimov, de la haitiana Marie Vieux-Chauvet a la argentina Marina Kloss, pasando por Alicia en el país de las maravillas, al que vuelve con frecuencia.

Liliana Colanzi, una de las voces más poderosas de la literatura latinoamericana actual, desborda el formato y las técnicas clásicas del cuento. Hilvana con maestría historias fragmentadas en las que los protagonistas no siempre son seres humanos. En Ustedes brillan en lo oscuro, la autora recrea obsesivamente "un tiempo cósmico que nos hace ver nuestra pequeñez" y "el escenario devastado de un presente en ruinas".

P. En el relato La Cueva hay un tiempo largo, un tiempo geológico, biológico. Los protagonistas son plantas, animales, hongos brillantes. La vida del ser humano se antoja minúscula.

R. Quería crear ese efecto, que se notara que el paso del ser humano es un capítulo breve en la historia del planeta. Años atrás, me daba cuenta que mi vida era absolutamente insignificante en relación con la vida del universo. Que nuestra historia como especie era minúscula. Pensar en este tiempo cósmico me generaba pánico y terror. Me sentía cayendo en un agujero negro. Con el paso del tiempo me he reconciliado con esta pequeñez. Me interesa cómo la ficción nos ayuda a explorar seres no humanos con los que compartimos el planeta, que no suelen tener una presencia en la literatura: micro organismos, insectos, murciélagos. Para mí las historias conectan con la idea de lugar. Un lugar, incluso sin ser humano, te puede contar una historia.

P. La violencia y la represión atraviesan el libro. Una violencia a muchos niveles: violencia policial, autoritarismo político, control tecnológico. ¿Por qué incluye estos elementos?

R. Empecé a escribir Atomito en medio de la pandemia, cuando todavía estaba fresca la masacre de Senkata, en El Alto, durante el gobierno de Janine Áñez. Cuando ciudadanos de El Alto fueron a protestar al lado de la planta nuclear fueron masacrados por fuerzas policiales. Se los responsabilizó de ser terroristas. Se estigmatizó a los salteños como hordas. ¿Y a qué nos remiten las hordas? A lo salvaje, a lo bárbaro. La caracterización de los salteños como terroristas, hordas salvajes, criminales, es ese legado colonial y racista con el que seguimos lidiando en Bolivia.

Elegir al antepasado europeo como nuestro origen y no al indígena es un proceso de negación de nosotros mismos, una forma de blanqueamiento"

P. En el cuento Los ojos verdes un personaje reivindica su sangre italiana frente a su sangre indígena. Otra forma de denunciar el racismo.

R. Me interesaba explorar el mito de que provenimos de herederos directos de los europeos. Elegir al antepasado europeo como nuestro origen y no al antepasado indígena es un proceso de negación de nosotros mismos, una forma de blanqueamiento.

La escritora, el día de la entrevista.

La escritora, el día de la entrevista. / Alba Vigaray

P. En Atomito se mezclan elementos de luchas ancestrales, tecnología, música coreana, cuestiones espirituales indígenas...

R. Porque eso es Bolivia. Por un lado, las múltiples culturas indígenas, pero también una relación muy vital y muy fluida con el afuera. En La Paz, en El Alto, el K-pop hace furor entre los jóvenes, lo mismo que en Santa Cruz el cosplay, el anime. Pero se sigue hablando aymara, quechua, guaraní. No me interesa una representación de lo boliviano como un lugar de esencialismo donde no pase el tiempo, sino más bien como esta mezcla tan vital entre tendencias globales y cultura popular. Adaptamos y utilizamos la tecnología, mientras siguen vivas muchas tradiciones

P. El cuento El camino más angosto me ha remitido a un relato de Las vías del futuro (Páginas de Espuma), el último libro de su coterráneo Edmundo Paz Soldán. En ese relato, nadie puede escapar en una comunidad religiosa cercada por el control tecnológico. En el suyo, describe una especie de neo esclavismo en la selva en un lugar regido por criptomonedas. Dictaduras algorítmicas y evangelismo, de la mano...

R. Me llama la atención pensar en espacios cerrados que están supuestamente aislados de la modernidad. En las colonias menonitas del oriente boliviano no hay celulares, no hay coches, no hay tendido eléctrico y las mujeres, en muchos casos, no hablan castellano. Mi cuento no es una colonia menonita, per se, sin embargo, es una radicalización de estas comunidades religiosas cerradas. Me interesaba ese contraste entre una barrera magnética conectada a la tecnología y la prohibición de tener cualquier tipo de posesión.

P. También está la radicalización como técnica en Fosforito. Exagera la influencia del K-pop. ¿La ficción sirve para llevar al extremo elementos que ya están ahí?

R. Es una característica de la ciencia ficción: desfamiliarizar un escenario, crear un mundo que tiene algunos elementos del nuestro, pero que están extremados y deformados. Al proyectar en escenarios diferentes elementos de nuestra realidad, hace que las veamos de otra forma. El (género) fantástico es esa grieta en lo cotidiano que nos muestra cuan extraña es la realidad. Me interesa lo cotidiano como una ventana hacia otro estado de percepción en el que todo se vuelve extraño.

P. La prensa española habla del nuevo boom latinoamericano, especialmente de mujeres. Me consta que a las escritoras latinoamericanas no les gusta demasiado esa etiqueta.

R. No conozco una sola autora latinoamericana que se haya identificado con esa etiqueta del boom. La escritura de las mujeres siempre ha estado allí, solo que ha sido ignorada. No se pude poner bajo una etiqueta sensibilidades muy distintas. Hay escritoras que reivindican el no escribir temas asociados con lo femenino, como la brasileña Ana Paula Maia, que explora personajes marginales, criminales, todos hombres. Ella dice, "para mí lo masculino es lo otro, y a mí me gusta proyectar en aquello que es otro". La escritura te permite ensanchar la imaginación y ser otros.

P. Pero sí reincide en su obra en relaciones difíciles entre madres e hijas.

R. No son cuestiones que me plantee, pero van saliendo. Lo mismo que los personajes femeninos que están a punto de mandar todo al diablo. Muchas de mis personajes son adolescentes. En la adolescencia decidimos si vamos a conformarnos con lo que la sociedad nos está exigiendo o si vamos a seguir ese camino radical que nuestros sueños nos indican.

P. Una frase de libro: "¿Qué es el cuerpo sino la criatura que respira? (...) el brillo de la muerte, la fosforescencia del pecado, el hombre que resplandece en las tinieblas"

R. Tengo presente mi propia educación, en la que el cuerpo femenino estaba tan satanizado, era el lugar del pecado. En el colegio la masturbación se presentaba como algo pecaminoso que podría mandarte al infierno. La educación católica nos decía que el cuerpo era nada, que nos íbamos a salvar a través del alma. Se nos aliena a las mujeres de la exploración de nuestro cuerpo. Teníamos que maltratar al cuerpo para llegar a una elevación espiritual que nos acercara a dios. De ahí surge cierta literatura que se aleja del cuerpo y prima una subjetividad, cuando en realidad aprendemos a partir de los sentidos, a través del dolor, del placer. El cuerpo es el lugar de lo político. Nos perciben de cierta manera a través de nuestro cuerpo. Hay lugares a los que tenemos acceso, o no, por cómo nos ven.

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