Opinión | EL TRIÁNGULO

La fotografía

Me gustan todos los fotógrafos y todas las fotografías que son un momento que ya ha pasado

Una mujer con una cámara en mano.

Una mujer con una cámara en mano. / Ailbhe Flynn (Unplash)

Es cierto eso de que una imagen vale más que mil palabras, porque en ocasiones determinadas imágenes nos han explicado el caos, el horror y la mutilación, pero también nos han traído momentos de grandes triunfos para la historia y nuestra vida cotidiana, esa que se construye con retazos de las cosas que hemos ido hilvanando en ese inmenso faldón dentro del cual nos vamos haciendo mayores y viejos.

Me gustan casi todas las fotografías, unas porque me hacen viajar en el tiempo a lugares que conozco y momentos que ya no recuerdo y otras porque me hacen viajar igualmente en el tiempo a lugares que desconozco y momentos que aún no he vivido. Pero sin duda las que más me gustan son todas aquellas que no he visto, bien porque aún no han sido tomadas o porque todavía no han pasado por delante de mis ojos.

Me gusta el fotógrafo que ama París tanto como el que ama Barcelona o Nueva York; me gusta el fotógrafo que mira a las mujeres distinto y hermoso y el que graba en nuestros ojos la muerte inminente en la expresión de un anciano y el desamparo de un niño.

Me gusta el fotógrafo que defiende el paisaje y lo torna invencible y el que sucumbe a la belleza, tanto o más como el que trae el sosiego tras tardes de bullicio. Me gustan todos los fotógrafos y todas las fotografías que son un momento que ya ha pasado, pero sigue estando porque en él continúa la lluvia y tu bondad y nadie sabrá qué hubo justo antes y qué habrá después.

Me gusta mirarlas una y otra vez, como quien ve algo por primera vez, y detenerme en cada uno de sus ángulos y pensar que qué habría pasado de no haber retenido ese instante que quizá nos ayude a saber algo más de lo poco que sabemos cada uno de nosotros mismos.

Tengo un recuerdo que es casi como una fotografía y, sin embargo, no debería tenerlo, porque yo no tuve una máquina de hacer fotos y tampoco me gustaba exponerme ante los objetivos de los otros. Pero, sin embargo, en mi vida sí hay una fotografía que no retraté, pero existe en algún lugar: son calles que albergan casas sin cristales en las ventanas y apenas muebles en su interior.

Yo veo la imagen y pienso que no puedo ser vista porque es un sueño del que voy a despertar hasta que ella, la mujer de negro, sale por una de esas ventanas sin cristales y con crueldad me ofrece un mendrugo de pan que es como un corazón ensangrentado. No se escucha nada, ni siquiera mi llanto, mucho menos su dolor. Solo la fotografía.