Opinión | MOVIMIENTOS SOCIALES

Javier Paniagua

¿Han construido los camioneros en huelga?

Al margen de la intencionalidad política señalada, se han dado dos interpretaciones principales: unos lo han calificado de movilización social puntual y otros como un movimiento social

Los transportistas del puerto de Barcelona se manifiestan para denunciar el colapso de contenedores.

Los transportistas del puerto de Barcelona se manifiestan para denunciar el colapso de contenedores. / Kike Rincón / Europa Press

Con ocasión de la huelga de los camioneros han surgido interpretaciones varias sobre cómo calificar este movimiento de protesta por las condiciones de trabajo de estos trabajadores, en su mayoría autónomos, que han paralizado parte de los servicios de transporte de mercancías. Se les ha tachado de seguir las consignas políticas de partidos de extrema derecha, de explotar contra las plataformas de contratistas por los márgenes establecidos que recibían por su trabajo ante el aumento de los precios de los carburantes que les conducía a pérdidas.

Su protesta ha tenido un carácter autónomo, no vinculado a ninguna organización sindical, con representantes salidos de los propios camioneros que han articulado las reivindicaciones y que no reconocían los cauces establecidos para llegar a acuerdos con el Ministerio correspondiente. De hecho, exigían negociar directamente con la ministra de turno y no aceptaban a otros interlocutores distintos a los elegidos por ellos. Los analistas (periodistas, tertulianos y algunos académicos) han intentado explicar, más allá de las demandas exigidas, cómo calificar a este movimiento que surgió de pronto cuando se dispararon los precios del gasoil, casi el único carburante utilizado en sus vehículos.

Al margen de la intencionalidad política señalada, se han dado dos interpretaciones principales: unos lo han calificado de movilización social puntual, independiente de la acción sindical, ante un problema concreto, a la que se le podía unir otras intenciones, y otros han llegado a caracterizarlo como un movimiento social, como tantos surgidos en los últimos tiempos.

Ocurre que el término movimiento social tiene detrás una bibliografía ingente que hace difícil llegar a una conceptualización asumida de manera global. Las definiciones son varias y en general coinciden, pero aclaran poco su naturaleza, sus causas y su dinámica. Y así puede entenderse que un movimiento social es aquel que reúne un número indeterminado de participantes para concretar una acción colectiva, encauzar una protesta, a fin de articular una demanda, por encima de las instituciones consolidadas en el Estado para dirimir las peticiones y conflictos que se plantean en una sociedad (partidos políticos, sindicatos, patronales, o cualquier institución reconocida legalmente).

Los movimientos sociales surgen al margen de las mismas y se van consolidando a medida que crece el número de adeptos y se estructura una organización que los mantiene. Su proyección se realiza principalmente a partir de la segunda mitad del siglo XX, cuando los Estados de los países democráticos y desarrollados están asentados, con estructuras políticas y sociales que sirven para determinar los elementos legales con que cuenta la ciudadanía para reclamar sus peticiones. Por ello, un movimiento social se aparta de ellas porque considera que las instituciones en vigor no atienden los requerimientos que un grupo de personas plantean para que se asuman demandas hasta entonces no contempladas.

La plataforma de transportistas de mercancías que convocó el paro del sector se manifiesta en Madrid para que el Gobierno "visualice a las miles de familias" que representa el colectivo. EFE/Fernando Alvarado

La plataforma de transportistas de mercancías que convocó el paro del sector se manifiesta en Madrid para que el Gobierno "visualice a las miles de familias" que representa el colectivo. / EFE/Fernando Alvarado

Antropólogos, historiadores y sobre todo sociólogos, se han ocupado desde distintos ángulos teóricos de analizar y explicar las razones por las que surgió esta acción colectiva, generalmente transformada en protesta, y que, en ocasiones, consigue que las estructuras del Estado asuman de manera total o parcial las demandas interpuestas. El problema viene a la hora de determinar su denominación, por la variedad de situaciones planteadas.

Para algunos, la movilización de un vecindario contra la decisión de instalar una planta de residuos cerca del barrio o establecer un lugar para acoger a personas drogadictas con antecedentes delictivos es ya un movimiento social. O la lucha contra lugares de ocio en una zona residencial por las incomodidades de tráfico y ruido, así como la demanda de un ambulatorio o una escuela constituyen parte del mismo ante la pasividad de las autoridades gubernamentales. No faltan autores, como M. Castells (Redes de indignación y esperanza. Los movimientos sociales en la era de Internet. Alianza Editorial, 2012), que consideran que son los principales agentes de desarrollo para lograr el cambio social.

Otros reducen el tema a elementos más globales, como la defensa ecologista del medio ambiente, el feminismo, la protesta contra la globalización, contra la guerra, el aborto o el antiaborto, la defensa de los derechos de los inmigrantes, la igualdad de derechos de todas las etnias que conviven en una sociedad o el derecho de los pueblos indígenas a mantener sus formas de vida en un espacio geográfico. Pero, además, se extiende también a las reivindicaciones nacionalistas de comunidades que optan por conseguir un Estado propio, o a las propuestas de poder ejercer opciones sexuales diferentes a la heterosexualidad (LGTBI)

La llamada sociología funcionalista de EE.UU. ha estudiado las características de los movimientos sociales, pormenorizando sus diversos elementos, como en una lección de anatomía. En general se circunscriben a las democracias consolidadas y desarrolladas económicamente. Escrutan sus maneras de organizarse, la formas de movilización, de estructurar los liderazgos, los recursos utilizados, su repertorio, las formas de ocupar los espacios públicos, cómo se interrelacionan con las organizaciones políticas o sindicales, la formas de crear sus propias referencias ideológicas y culturales, sus formas pacíficas o violentas de planificar la protesta, al tiempo que plantean cambios radicales al sistema constituido y buscan ideas compartidas para hacer posible un futuro distinto, o solo se conforman con reformas parciales.

Transportistas en huelga en un polígono industrial.

Transportistas en huelga en un polígono industrial. / EFE

Abordan cómo persisten, permanecen durante un tiempo en latencia o desaparecen y de qué manera acaban influyendo en los comportamientos sociales y en los cambios culturales: Sydney Tarrow (El poder en movimiento, la acción colectiva y la política,1997) o Charles Tilly (Social Movements, 1768-2004, 2004; dossier «Tilly: Estado y acción colectiva», Historia Social, núm. 15, 1993) son dos de sus representantes más significativos. También los historiadores han buscado las raíces históricas de los movimientos sociales mientras se iba formando la sociedad contemporánea desde finales del siglo XVIII, con la lucha contra la esclavitud, los experimentos utópicos y religiosos o el nacimiento del movimiento obrero, con sus partidos y sindicatos a partir de las interpretaciones del marxismo.

Es a partir de los años 60 del siglo XX cuando se pone atención a los mismos por el volumen que adquieren, y así marcaron un hito las protestas de los movimientos estudiantiles contra el sistema social imperante, las reivindicaciones por la igualdad de derechos de las personas de color en EE.UU., o las reivindicaciones contra la guerra del Vietnam. Las interpretaciones de la sociología funcionalista desgranan las características internas y externas, son descriptivas de los comportamientos, pero no explican, teóricamente, por qué surgen en sociedades avanzadas, qué representan con respecto a las instituciones políticas y sindicales vigentes, y cómo podemos analizarlos desde las clases sociales, habida cuenta de su diversidad y crecimiento, cuando muchos de ellos superan los cauces de los partidos políticos y sindicatos, y estos se ven en la necesidad de contar con ellos, o incluso estimular sus formas de protesta, lo que puede representar su desvalorización como interlocutores. Ocurre algo parecido a la utilización del término populismo, empleado de distintas formas, con significados distintos y para contextos diferentes.