ANÁLISIS

Es la hora de la salud mental, esperemos que los políticos no nos lo estropeen

Ahora más que nunca necesitamos más salud mental y menos política (de la mala)

El riesgo de suicidio aumenta después del diagnóstico del primer episodio psicótico.

El riesgo de suicidio aumenta después del diagnóstico del primer episodio psicótico. / FERRAN NADEU

Celso Arango | Presidente de la Asociación Española de Psiquiatría y Director del Instituto de Psiquiatría y Salud Mental del Gregorio Marañón

Esta pandemia, entre otros muchos efectos, ha dado visibilidad a una realidad silenciada por el desconocimiento, estigma, incomodidad y miedo. Es ahora, cuando la crisis global causada por la pandemia ha desnudado nuestras carencias en la atención sanitaria a personas con trastornos mentales, el momento en que se hace visible la importancia de la salud mental

Hoy, más que hace un año, muchos españoles saben que cualquiera de nosotros puede tener un trastorno mental y que, de hecho, uno de cada cuatro lo acabarán teniendo a lo largo de la vida, que la primera causa de muerte natural y la segunda causa de muerte en adolescentes es el suicidio. Saben que los trastornos mentales causan un mayor impacto entre los 10 y 20 años que el resto de las enfermedades médicas juntas. Saben que famosos, ídolos y grandes figuras tienen o han tenido un trastorno mental. 

Deberían saber también que en España se destina a psiquiatría y salud mental un porcentaje muy inferior que la media de la Unión Europea o que la ratio de profesionales, psiquiatras, psicólogos clínicos y enfermeras de salud mental es más de un 40% inferior que la media de la Unión Europea. Tenemos por ello una oportunidad única para que la gran olvidada de las especialidades médicas y parte fundamental de la atención sanitaria integrada por múltiples profesionales se haga visible y ese interés se acompañe de la inversión necesaria. 

El riesgo es que se intente aprovechar esta oportunidad de manera partidista e interesada, no haciéndose un análisis y planificación profundos y detallados y la avidez de poder e insignias distorsione la realidad de las necesidades que conocemos los que hemos dedicado nuestras vidas a esto.

En estos días hemos escuchado atentamente en sede parlamentaria aseveraciones que solo pueden ser vertidas por quien habla de oído, por quien tiene interés por edulcorar una realidad compleja o por quien está hablando de malestares subjetivos, reacciones adaptativas a situaciones estresantes que se dan en la mayoría de las personas. No se está hablando de trastornos mentales graves.

Sesuda investigación en psiquiatría

Alejados de la humildad del científico que intenta siempre demostrar que su hipótesis es errónea, he oído a varios políticos dar por seguro lo que solo existe en su ideario. No aspiro a que lean a Karl Popper o David Hume pero deberían abstenerse de disfrazar en forma de buena causa aquello que creen les puede dar rédito político aunque se lleve por delante décadas de sesuda investigación en psiquiatría. 

La psiquiatría es una especialidad que como disciplina médica está sometida al método científico, que ha atesorado conocimientos suficientes como para determinar que los trastornos mentales son patologías complejas que deben ser estudiadas bajo un acercamiento biopsicosocial. Escuchar a políticos estos días simplificar esa complejidad para intentar acercarla a posicionamientos teóricos cercanos a la ideología (la suya) y desde el mayor de los desconocimientos, produce congoja a cualquier profesional que tenga un acercamiento técnico a estas patologías. 

He oído decir que los trastornos mentales son un constructo social o que son debidos a la opresión del capitalismo. Estos comentarios simplistas y rechazados por décadas de investigación nos retrotraen a más de 50 años atrás, cuando se culpabilizaba a los padres en la interacción con su hijos como causantes de los trastornos mentales de éstos (madres esquizofrenógenas, sic).  

Culpabilizar de algo que ahora la sociedad reconoce como importante y dañino, los trastornos mentales graves, a causas simplistas, perjudica más que ayuda. ¿Saben acaso los que tales cosas dicen que el pronóstico de la esquizofrenia es peor en Estados Unidos que en la India? ¿Saben que en gemelos hijos de personas con esquizofrenia que son dados en adopción el riego de desarrollar la esquizofrenia (diez veces mayor que la población general) es el mismo independientemente de quienes sean los padres adoptivos o su situación socioeconómica?

¿Saben que el autismo no tiene nada que ver con la economía o que las personas con depresión y mayor poder económico tienen más riesgo de suicidio? ¿Saben lo que es la heredabilidad de los trastornos mentales o las necesidades de innovación en su tratamiento? No, porque eso no sirve para decir lo que interesa decir, desde la ideología, digan lo que digan los datos y la ciencia. 

Invertir en salud mental

En un mundo de posverdad poco importa que lo que se diga en sede parlamentaria sea falso, si sirve para la causa. Que esta ley lleve a un gueto a personas con trastorno mental y potencie el estigma separando los trastornos mentales del resto de patologías médicas, llevando la contraria a la OMS y a la evidencia científica, retrotrayéndonos 50 años atrás, parece importar poco. 

Las personas con trastorno mental, sus familias, los profesionales sanitarios dedicados a la salud mental no se merecen esto. Centrémonos en lo importante: invirtamos en salud mental, erradiquemos el estigma, desde el colegio; enseñando a manejar emociones, potenciando la resiliencia y empatía. Enseñemos a la población que hay muchas formas de enfermar y que, al igual que otras, la enfermedad mental nos puede afectar a cualquiera de nosotros.

Reduzcamos las listas de espera, hagamos más prevención basada en lo que sabemos que funciona, mejoremos el empleo en esta población, creemos recursos intermedios comunitarios adaptados a sus necesidades, pero sin negar la enfermedad mental. Negacionistas ya tenemos demasiados con los antivacunas. Ahora más que nunca necesitamos más salud mental y menos política (de la mala).