Opinión | PARECE UNA TONTERÍA
Doblar calcetines
Me quejé de que era una de las tareas más aburridas y empobrecedoras de la vida humana
Me quedé tres días solo en casa, y al segundo me fui por diversión con dos bolsas de ropa sucia y una novela de Ariana Harwicz a la lavandería. Para mi alegría no había nadie. Cuando pasaba la colada de la lavadora a la secadora, se abrió una puerta prácticamente invisible, en la que jamás había reparado, y de ella salió una chica de unos 20 años. No sé cómo no me dio un infarto. Fue como ver salir a alguien del interior de un buzón de correos amarillo. Salió, digamos, de la nada. Me dijo buenos días, se los devolví, se fue a la calle, y yo me quedé reponiéndome de la sorpresa y estudiando la misteriosa puerta. A los 20 minutos, la chica regresó. Yo estaba doblando ropa. Volvió a saludarme y desapareció por la misteriosa puerta.
A los cinco minutos emergió de nuevo. Yo continuaba doblando la colada. "Si vuelves, seguramente voy a seguir haciendo bolas con los calcetines", le dije. Me quejé de que era una de las tareas más aburridas y empobrecedoras de la vida humana. Se rio y me respondió que eso no era nada. "A veces hacemos servicios a domicilio, y la semana pasada una pareja me encargó una colada solo de calcetines. ¿Sabes cuántos? 168". La cifra era muy precisa, y tan abultada que casi me mareé al imaginar los calcetines apelotonados, como en una granja. "¿Cómo puedes acumular tantos calcetines sucios?", se preguntó. "Es más", repliqué, "¿quién tiene 168 calcetines?"
Me pasé la tarde pensando en la pareja, que ya me parecía más misteriosa que la puerta invisible, y cómo sería acumular 168 calcetines sucios. Me acordé de la vez que yo llegué a acumular en el fregadero 19 tazas de desayuno sin lavar. Todas las que tenía. Al principio fue dejadez, y después ya no sé que fue. También es raro tener 19 tazas. Pero existió una época que todo el mundo regresaba de un viaje y te regalaba una de recuerdo. O la traías tú. Pero los 168 calcetines se situaban a otro nivel. Mi duda, de repente, radicaba en saber si cuando los enviaron a lavar ya no tenían ninguno que ponerse, o aún podían seguir ensuciando más.
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