Opinión | EL TRIÁNGULO

Contra tu pecho de niña

Nos decían que el siglo XXI sería el del entendimiento, y yo lo creía porque con siete u ocho años lo más fácil es creer

Mujeres ante flores colocadas en memoria de los fallecidos en el atentado de Moscú.

Mujeres ante flores colocadas en memoria de los fallecidos en el atentado de Moscú. / EFE / YURI KOCHETKOV

El mundo está loco y tan loco que parece imposible detener tanto odio y desprecio de unos contra otros y de otros contra unos. El atentado en Moscú vuelve a interrogarnos sobre el desafío de estar vivo cuando la vida depende del odio que en otros ha germinado por el odio con el que han sido cuestionados y la vida del ajeno no vale ni medio euro y la vida del propio constituye un arma de destrucción dispuesta a todo por algo que nadie en su sano juicio sabría explicar. Pero el mundo está loco y en esa locura todo puede pasar y lo peor que nos acaba pasando es el modo inquisitorial con el que hemos decidido entendernos y la forma casi faraónica con la que nos faltamos al respeto, incluso al respeto de estar vivos. Y por eso cada día hay más focos de violencia y menos voces influyentes que tengan veracidad y sean humanistas y constituyan un tesoro a salvaguardar, cuando todos los tesoros que deberíamos haber salvaguardado los hemos ido dinamitando uno tras otro.

Cuando yo era niña nos decían que el siglo XX tenía en sus entrañas las peores guerras y las más terribles dictaduras y que el XXI sería el siglo del entendimiento, de la ciencia y del pensamiento, porque tras dos guerras mundiales, otras tantas civiles, tras tantas dictaduras y barbaries el ser humano solo podía ser mejor. Y yo lo creía y lo creía porque con siete u ocho años lo más fácil es creer y sobre todo cuando te lo dicen tus padres o tus tíos que son delicadas piezas de sabiduría en un mundo en franca descomposición. Luego vives sin atender, porque bastante tienes con atenderte a ti en plena adolescencia y cuando vuelves al mundo las cosas no están mejor que antes y te desvirgas con una guerra, la de los Balcanes, que de alguna forma marcó la nueva forma de no entendernos, la nueva forma de no respetarnos y la forma perpetúa de odiarnos porque siendo vecinos no somos hermanos y siendo hermanos nos matamos porque hay un ADN étnico y religioso, que a su vez tiene mucho que ver con el poder territorial y que ha llegado para quedarse, que hace de cualquiera un enemigo al que destruir y si es con violencia mucho más eficaz. Mucho más ruidoso.

No es falta de esperanza, pero cada día queda menos espacio para el optimismo. Y cada día hay que preguntarse si hay algún sentido en prolongar la vida hasta los cien años cuando la vida en tantos y tantos lugares del mundo apenas vale y tener doce años no te protege de morir de un disparo, porque las balas vuelan a su libre albedrío contra tu pecho de niña.