Opinión | LIMÓN & VINAGRE

Alberto González Amador: el pescador que comparte cama con Ayuso

 Mientras el personal sanitario se dejaba la piel, mientras tantos pusieron su esfuerzo, su conocimiento y sus medios al servicio de la vida, mientras la inmensa mayoría cruzábamos los dedos y tratábamos de mantenernos a flote en un mar ignoto, unos pocos vieron en esos días de dolor la oportunidad para tender las redes. ¿Pescadores?

Alberto González Amador

Alberto González Amador / EPE

Ya lo dijo el poeta y dramaturgo Juan de Mal Lara en el siglo XVI: los refranes son la filosofía que no muere, son realismo, concreción y experiencia libre de los vaivenes ideológicos. Cuando una situación tiene un refrán, todo se ve más claro. Y si ese refrán es A río revuelto, ganancia de pescadores, no solo se encienden los focos del escenario, hasta se intuye el personaje y el inconfundible olor de la ganancia. Hablamos, pues, de un pescador. Un hombre de mar sin mar, sin barco y sin red, pero que navega como nadie en aguas revueltas y llega a puerto con la bodega rebosante de capturas. Entre ellas, un piso de lujo en Chamberí y un Maserati. 

Alberto González Amador (Ceuta, 1976) no fue siempre marinero. A principios de los 2000 se le ubica en un barrio humilde de Madrid, viviendo con su padre y un hermano. Hasta mayo de 2021, su imagen no saltó a los medios. La publicó la revista Lecturas, acompañada de esa prosa rosa chicle: "romántico fin de semana", "enamorada en secreto", "nueva ilusión". Ese desconocido era el hombre que había hecho que la «presidenta de la Comunidad de Madrid vuelva a sonreír». ¿Qué se sabía entonces de él? Poca cosa. Un hombre sencillo, discreto, eso se decía, técnico sanitario, divorciado y padre de tres hijos. De sus faenas en el mar, nada. Aunque, bien pensado, ¿y si no estamos ante un pescador?

No es fácil recordar aquellos días. Rodeados de una niebla espesa, conteníamos el aliento. Alargábamos las manos y sabíamos que no alcanzábamos a proteger a los más queridos. El ulular de las ambulancias nos situaba en un campo de batalla sin apenas defensas. Se improvisaban mascarillas con lo que se podía, los trucos abundaban en internet. La incertidumbre se alojó en multitud de hogares. En algunos, las cuentas no salían, el hambre rondaba y la angustia habitaba las noches. Mientras el personal sanitario se dejaba la piel, mientras tantos pusieron su esfuerzo, su conocimiento y sus medios al servicio de la vida, mientras la inmensa mayoría cruzábamos los dedos y tratábamos de mantenernos a flote en un mar ignoto, unos pocos vieron en esos días de dolor la oportunidad para tender las redes. ¿Pescadores?

Ahora lo sabemos. Sabemos que ese mar estaba infestado de tiburones. De personas que, comisión arriba, comisión abajo, mercadearon con la angustia y se enriquecieron de forma obscena. Hace una semana aún lidiábamos con la náusea del caso Koldo, cuando un nuevo nombre se sumó a la lista del deshonor. Pues sí, González Amador, la pareja de Ayuso. La cosa va de entramado de facturas falsas, sociedades interpuestas, empresa en Panamá y comisiones millonarias por hacer de intermediario en la compraventa de mascarillas en lo más duro de pandemia. La Agencia Tributaria detectó un aumento muy llamativo del volumen de negocio del empresario en los ejercicios 2020 y 2021 que, curiosamente, no iba acompañado de beneficios: González Amador alegaba un aumento de gastos que Hacienda consideró ficticios. Por ello, puso la investigación en manos de la Fiscalía y ésta lo ha denunciado.

Mientras Ayuso se presentaba como víctima de una cacería, apuntaba a una persecución de "todos los poderes del Estado", aludía directamente a la Moncloa y aseguraba que su pareja era víctima de una "inspección fiscal salvaje y sacada de quicio", resulta que Alberto hacía más de un mes que había reconocido a través de su abogado que se habían "cometido dos delitos contra la Hacienda pública". ¡Ay!

Una declaración más de la presidenta: "Soy libre de subirme en ese coche o de meterme en esa cama", decía en referencia a las dos grandes capturas de su pareja: el Maserati y el piso de lujo. Ya sabemos que libertad es una de sus palabras fetiche. Para Ayuso, libertad es tomarse unas cañas en una terraza o pasear por Madrid y no encontrarte con tu ex. Ahora ya sabemos que también lo es compartir cama y coche y no preguntar -en el mejor de los casos- de dónde ha salido el dinero que ha pagado tan flamantes capturas. 

No deja de resultar revelador que la presidenta en el punto de mira por las miles de muertes en residencias comparta cama con una persona que, presuntamente, se lanzó a pescar ganancias en el peor momento de la pandemia. Tan revelador como que él haya presentado dos ejercicios fiscales fraudulentos mientras comparte cama con ella. Al fin, los refranes siempre nos iluminan: Dime con quién andas [o con quién duermes], y te diré quién eres.