Opinión | EL REVÉS Y EL DERECHO

Colombine y Azorín en la vida del periodismo

La periodista y escritora Carmen de Burgos "Colombine".

La periodista y escritora Carmen de Burgos "Colombine". / EFE

Asunción Valdés, periodista, escritora, ha publicado en dos tomos (Revivir. La nueva Carmen de Burgos, Instituto Alicantino de Cultura) su suma de saberes sobre esta mujer de la generación del 98 que dejó en el periodismo la huella de su pasión por la libertad de pensamiento. La llamaban Colombine, con ese nombre vuela su recuerdo.

Anoche la Asociación de la Prensa de Madrid, junto con el Ateneo de Madrid, esta obra de Valdés sirvió también para hacerse eco de otro monumento de aquella generación, Azorín. Carmen de Burgos nació en Almería en diciembre de 1867, murió en Madrid en octubre de 1932. La guerra civil luego la convirtió en una olvidada a la que la posteridad le fue esquiva, como si hubiera muerto también su memoria. Hasta que en los años setenta regresó su ejemplo como parte del rescate que el periodismo le debe. Esta contribución de Asunción Valdés es ahora parte de ese rescate.

Valdés ha dedicado gran parte de su vida de lectora y de periodista a poner de manifiesto el ejemplo de esta ciudadana, Carmen de Burgos, que le arrancó a la historia la pasión por la verdad contada, civil, a la que nos debemos los periodistas. Ella lo ha hecho con ahínco y con afecto, como si estuviera rescatando del vacío a una colega y a una amiga. Hacer esto, escribir con afecto, ayuda al rescate. No se trata de buscar datos o cifras o fechas, sino de arrancar del meollo de la cuestión el significado que tuvo para la historia el personaje que ella busca.

Así que aquí, en estos libros, está Carmen de Burgos presente en su ser entero, como perseguida por las circunstancias políticas y también por la mezquindad humana de la época, así como la periodista, con las consecuencias morales y civiles que entonces, en su tiempo, tuviera aquella vicisitud. Es imposible no sentir el latido del tiempo, y de las barbaridades del tiempo, en cada uno de los párrafos de este testimonio de vida. Aquí, en este libro, reside una pasión, el periodismo, un testimonio, la vida. Ambos factores se juntan en Carmen de Burgos.

Las noticias que hay en estos dos tomos dedicados a Revivir a Carmen de Burgos provienen de la propia pasión por la libertad que exhibió esta ciudadana, y en concreto por lo que se llama la libertad del periodismo, y esta no es una libertad cualquiera. No es, como se suele decir, la libertad de expresión, sino la libertad de pensamiento y la libertad de expresión juntas, pues es notorio que se puede tener libertad de pensamiento y ésta no resultar transitiva.

Carmen de Burgos nació con la libertad de pensamiento y con la libertad de expresión, la practicó, la defendió, la dejó escrita. La historia le hurtó esta última libertad, la libertad de expresión, hasta después de muerta. Esto no es una leyenda, sino que constituye un hecho que simboliza el horrible acoso civil que ella y otros como ella sufrieron como parte de la continuación, por otros medios, de la guerra civil española.

Tratada entonces “como si no hubiera existido”, como registra Asunción Valdés en su obra, esta escritora de periódicos, esta periodista que luego de su muerte sufrió el “bibliocidio”, simboliza el largo calvario que supuso la posguerra del periodismo, tan duradera, que dañó, hasta hoy, el oficio de contar la verdad de lo que ocurre.

Estos dos libros hallan explicación en las consecuencias que tuvieron la guerra misma y la persecución posterior contra un país, una ciudadanía, y contra un oficio que no pudo resistir encarcelado y se entregó, durante años, a una lucha imposible contra la dictadura civil y moral que acalló la boca a la expresión libre de las noticias y de las opiniones que éstas pudieran suscitar.

Azorín fue el otro homenajeado de la noche. “Un clásico para leer a los clásicos”, como diría Mario Vargas Llosa. En aquel entonces, cuando se le leía con fervor, como a Pío Baroja o a Unamuno, era (me decía ayer Manuel Longares, uno de sus discípulos, que lo conoció, además) “germen del 98, escritor infatigable, inventor de un estilo que revoluciona la literatura española de su tiempo”, igual que De Burgos “se adelantó a la revolución feminista en sus relaciones con la vanguardia estética” de aquellos tiempos. Los dos fueron anoche convocados a revivir el recuerdo del periodismo, ambos como, dice Longares, “periodistas y adelantados literarios”, aun faltos de iniciativas como éstas que anoche los llevaron a la residencia civil de los periodistas madrileños.

Azorín me convocó a contar, a saber de las cosas por los libros, y a saber que contar obligaba a liberarse de los lugares comunes para ir, como él mismo decía, “derechamente a las cosas”. En ese tiempo de las primeras lecturas Azorín fue el piano en el que ensayé la música que luego, en el ejercicio del oficio, nunca quise que me abandonara: la exactitud, la búsqueda de la exactitud.

Quizá es tiempo, en este lugar de ruido que es ahora el oficio, de volver a ellos como una manera nueva de regresar al sosiego que una vez hizo sentir que el periodismo es parte de la literatura y no, como ahora, consecuencia del rumor y del insulto que, cada vez con más alevosía, nos junta hasta creer que eso, el sonido y la furia, es lo que hemos aprendido.