Opinión | VENGA, CIRCULE

Hometown cha-cha-cha

En la puerta del supermercado en el que suelo hacer la compra colgaron un cartel hace cuatro días: ¡Oferta! Una garrafa de cinco litros de aceite de oliva marca blanca cuesta ahora treinta y dos euros con noventa

Aceite de oliva

Aceite de oliva / Albert Olivé

Comienza a subir la marea. Está siempre al acecho el último día de la semana, apenas consigue una olvidar su existencia vuelve a aparecer otra vez el aliento pesaroso e incómodo en las nucas de quienes dentro de unas horas habremos de configurar la alarma del despertador del móvil. Una vez más. Mañana, antes de que salga el sol, muchos coincidiremos con tantas otras personas que se hacinarán con nosotros en el transporte público -sigo sin carné de conducir pero aunque lo tuviera, no iría al trabajo en coche-, la mayoría portando al cuello la tarjeta de acceso a nuestras respectivas oficinas. Nuestros dueños son personas jurídicas que se apellidan S.A.

En la puerta del supermercado en el que suelo hacer la compra colgaron un cartel hace cuatro días: ¡Oferta! Una garrafa de cinco litros de aceite de oliva marca blanca cuesta ahora treinta y dos euros con noventa. No la deje escapar. La verdad es que si en algún momento de mi vida soñé, ansié, quise o pretendí cambiar el mundo hoy casi que me conformo con que el mundo no me cambie a mí. Por ahora resisto pero quién sabe qué pasará en el futuro, todavía recuerdo cuando el litro de aceite no llegaba a los cuatro euros. Recién cumplida la veintena se me advirtió que el carácter se me iría templando y terminaría renegando de muchas ideas inocentes que defendía con uñas y dientes; sigo esperando a que llegue esa templanza. Ojalá me toque ya, todavía me hacen llorar los vídeos de desahucios.

Un truco de magia, abro la boca y escucho las voces de mis padres a pesar de ser yo quien está hablando. Hace cincuenta años quinientas pesetas eran un dinero serio, ahora mil euros no son más que miseria y ojeras sempiternas en la cara. ¿Quizá estemos todos hastiados de salvar constantemente los muebles por los pelos? Qué les pasa a los jóvenes que no se casan, no se compran casas, no se animan a tener hijos. Me preguntó hace unas semanas otra escritora cómo hacer para cobrar más dinero por sus textos y me imaginé a mí misma diciéndole que la cosa pinta regulera, la cosa pinta incluso peliaguda y que más le valía buscarse un trabajo que no estuviera relacionado con el tema de escribir porque esto, escribir, no da ningún dinero. No le dije nada de eso, claro, a mí lo de dar malas noticias no se me da muy bien; siempre escojo no decir nada si puedo evitar pronunciarme sobre según qué cosas. La ausencia de noticias no es una buena noticia, les diré, pero quién soy yo para romperle los sueños a nadie.

Me resultaron bastante cómicas las palabras de Armando Ravelo de hace unos días. Tras ser acusado durante días por varias actrices de abusos y maltrato, declaraba: "Me esperaba que algo así pudiera pasar". Él qué se esperaba, ¿que una mujer lo señalara por habérsele insinuado cuando ella apenas tenía quince años o que otra lo acusase de haberla obligado a mantener relaciones sexuales sin preservativo?

Vuelvo a esos años en la secundaria pero ahora soy yo la profesora, hay dos alumnos que no paran de reírse entre dientes, les pido que compartan esa cosa tan graciosa con el resto de la clase y rezo en mi fuero interno para que el chiste no sea sobre mí. Nadie se ríe. El día que la manta termine de caer a base de tirones de mujeres que callaron hasta que no aguantaron más aparecerá de la nada José Coronado disfrazado de cobrador del frac y se dedicará a perseguir a la gente por los pasillos de sus casas dándole golpes a una cacerola.

Hay que denunciar cuando él lo crea conveniente, no cuando una víctima quiera o pueda denunciar. Ah, qué cansada estoy de estos tipos con canas hasta en los pelos de la nariz que en vez de irse a darle la tabarra a algún psicólogo deciden enmendarnos la plana a las mujeres sobre lo mal que hacemos las cosas, será que en sus casas ya no los escuchan, será que se cansaron de ellos y de apretar los labios e intentar disimular los ojos que se giran solos y las cejas que llegan al nacimiento del pelo, no lo sé.

Silencio en los Feroz, no vaya una bromilla a poner más nervioso a nadie. El tiempo es una rata que todo se come.