Opinión | PARECE UNA TONTERÍA
Un hipnótico desorden
Dos o tres veces al año también yo siento una genérica fiebre por ver las cosas muy ordenadas. Aunque solo sea sobre mi mesa
Cada uno maneja su propio estándar de orden. Hay personas que nunca tienen bastante. Para ellas no es una obsesión puntual, sino imperecedera. Creen que todas las cosas a su alrededor se reservan un lugar adecuado, y se pasan la vida echando de menos que no lo ocupen, en lugar echar de menos, yo qué sé, a Gil de Biedma. No quiero dar la impresión de que me gusta o me importa llevar la razón, pero esa obstinación en instaurar el orden conduce a cierta esclavitud, hacia uno mismo y también hacia el resto, que operará con estándares propios, e incluso con total falta de estándares a veces, fiando algunas cosas al caos, y a que este traiga buena suerte, por ejemplo.
Es facilísimo dejarse arrastrar por la aspiración del orden. A la vista desprende siempre comodidad. Espejismos, sin duda. En uno de esos días horribles que todos tenemos, que ni siquiera nos parece malo, sino muchísimo peor, levantamos la vista y sentimos que a nuestro alrededor todo se hunde por falta precisamente de orden. Es corrientísimo. Pero a continuación -lo digo de nuevo sin querer tener razón- conviene hacer como si nada, porque nunca la vida ha sido de otra manera, es decir, desorganizada, y la convivencia más llevadera como cuando lo nuevo se abre paso entre lo viejo, contrario a que las cosas cambien de sitio.
Dos o tres veces al año también yo siento una genérica fiebre por ver las cosas muy ordenadas. Aunque solo sea sobre mi mesa. Por suerte, el resto del tiempo -trescientos cincuenta y tantos días- la mesa puede estar atestada de libros, cables, libretas, calderilla, bolígrafos, trozos de papel. Aprendí a vivir durante largos períodos liberando apenas un angosto hueco para el ordenador y mis brazos, quizá bajo la idea de que el sitio más seguro para la mosca es el cazamoscas. Pero entonces llegan esos días en que enloqueces puntualmente, y el desorden te da ganas de llorar. Me pasó este fin de semana. Arrasé la mesa, hasta que quedó sobre ella solo el ordenador. Pero llegó el martes y ya se había instaurado el natural, hipnótico y conveniente desorden.
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