Opinión | LA RÚBRICA

Control

El control se basa en la habilidad de gestionar recursos para cumplir los objetivos

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. / EFE

El poder tiende a controlar lo que no domina. El control, en cambio, se basa en la habilidad de gestionar recursos para cumplir los objetivos. La irracionalidad es poderosa y el autocontrol trabajoso. Nos gusta tener el poder para mandar, pero nos cuesta lidiar con los demás para articular respuestas comunes. Utilizamos los arreones como galones y despreciamos la mesura de la cordura. Dirigir es compartir. En cambio, regir es más de obligar a digerir. Los impulsos que nos desquician los vemos como entidades ajenas. Pero nos enajenan gracias a la propia complicidad.

Los humanos tenemos ansiedad de control. Aunque en realidad buscamos el dominio de los demás y de nuestro entorno. Los dislates propios los justificamos como una respuesta a las provocaciones. Claro que, si nos excita todo lo que nos incita, las hormonas se apoderan de las neuronas. El descontrol es la excusa más utilizada para evitar la culpa. Pero, curiosamente, la irresponsabilidad en nuestro comportamiento es la que provoca el desmadre de las respuestas que emitimos.

El autocontrol es la capacidad de imponer la propia contención a la motivación. Esa compostura autoexigida afecta a los pensamientos, las emociones y las conductas. No se trata de reprimir la exhibición del fuero interno. Sino de ajustar el equilibrio más adecuado para conseguir los fines que pretendemos. Nos vamos mucho de la lengua porque es el órgano más rápido y venenoso que poseemos. Con la tensión se dilatan más las papilas que las pupilas. Somos artistas ventrílocuos que escupimos lo que no podemos tragar.

Jugamos al despiste de la mirada, golpeando los labios, pero murmuramos lo que sale de las vísceras. Si cuesta controlar un cerebro, la articulación de diecisiete músculos linguales es una tarea titánica. No es que no podamos resistirnos. Es que no nos da la gana porque creemos que las tripas son más razonables que la cabeza. Desatado el ataque de verborrea asesina, se abre la veda de dar rienda suelta a la mano. Sola o en compañía de herramientas que perfeccionaron los huesos arrojadizos de nuestros antepasados. Puede ser una discusión de tráfico, el asedio machista a la pareja o un partido de fútbol.

La ansiedad de esa alteración culmina con la agresión. Tras este naufragio de humanidad sólo queda el remordimiento, en el mejor de los casos, o la cocción de una nueva ración de odio a fuego lento.

El control propio se aprende con los años y requiere madurez de nuestro sistema nervioso. No podemos demandar a los niños que sean comedidos porque no pueden serlo. Hablamos de un entrenamiento que requiere esfuerzo para gestionar las emociones.

No es cuestión de voluntad, sino de aplicar técnicas psicológicas que nos permitan mantener encarrilado el vehículo de la personalidad en la dirección adecuada y con la velocidad que necesita el camino emprendido. El primer paso consiste en apaciguar la hipermotivación que tanto nos daña. Las técnicas de relajación, o la detención del pensamiento que desarrolló el psiquiatra Joseph Wolke, nos ayudan a frenar las rumiaciones mentales que nos invaden y agotan en bucle. La dificultad de asumir el autocontrol, como necesidad, parte de no aceptar la realidad.

Tras la elección de Pedro Sánchez, sus adversarios niegan lo ocurrido y así lo convierten en el enemigo que justifica sus frustraciones. No hay duelo por una derrota que no se asume, así que no cabe reestructurar su espacio de oposición. Las derechas prefieren trolear en un metaverso tan irreal como el que se citaba en Ferraz.

Muchos asustan. Pero entre nostálgicos, los que rezan y frikis, la fauna ibérica daba más risa que miedo. Amén.

En la tribuna del público del Congreso, la mirada de Ayuso se coordinaba con su ida de lengua para desviar la atención del hundimiento de Feijóo. Mientras escuchaba al socialista, se acordó de su familia. Tras leer sus labios de fruta, dijo de todo sobre la madre del candidato. Le llamó hijo de iza. Los demás nos acordamos de los ancianos que murieron en las residencias de Madrid, por su dejadez inhumana durante la pandemia.

Tras unas jornadas de furia, siete días de noviembre, estaría bien que recuperáramos el sentido común. La mayoría progresista de julio nos vemos representados en la votación del parlamento.

A los que no estén cómodos, les pido que acepten la minoría en la que muchos nos encontramos bajo gobiernos municipales y autonómicos de coaliciones PP-Vox. Y por favor, menos vivir como un trol y más autocontrol.

Seremos más felices.