Opinión | LA RÚBRICA

'Aguirre, la cólera de Dior'

Asociamos la tristeza a un bajo estado de ánimo en personas desmotivadas, con poca energía y sin ilusión. Pero hoy sabemos que la hostilidad puede ser un síntoma de depresión

La princesa abre hoy una nueva página en la monarquía en España con su juramento

La princesa abre hoy una nueva página en la monarquía en España con su juramento / Chema Moya

La razón trata de decidir lo que es justo. La cólera trata de que sea justo todo lo que ella ha decidido. Esta frase de Séneca describe la tiranía de las emociones sobre nuestra capacidad de raciocinio. No es que haya emociones buenas o malas, sino necesarias y adaptativas o inútiles y disruptivas. Los que no se enfadan nunca ni existen ni son humanos. Quienes siempre expresan bondad son fantasmas insípidos que no pertenecen a este mundo. Los perennes cenicientos, amargados de bilis, protegen su particular terrón de azúcar del bullicioso almíbar social. Los enfurruñados vitales interpretan su papel de gruñón en el balcón amable de su temperamento. Utilizan su mal humor, cantando bajo una lluvia de sonrisas obligadas, como salvavidas de la comedia que nos diseñan a diario. Quizás estos especímenes de uniformidad variopinta buscan compulsivamente la aprobación de los demás. Pero en el silencio de su personalidad, no son del todo felices.

El enojo es habitual y el enfado circunstancial. Las falsas expectativas llevan a la frustración, por lo que respondemos con ira. A continuación, el descontrol de los impulsos conduce a la rabia y la furia desencadena violencia, hacia uno mismo y contra los demás. En cambio, la cólera anida en las vísceras y blanquea la materia gris del cerebro. Una persona encolerizada manifiesta irritación furibunda de forma vehemente. Lo más peligroso es que piensa que la represalia es el único antídoto para su odio. En ese momento, ese sujeto se despoja de humanidad y se transforma en un yonqui de la vendetta que necesita, como un vampiro, la sangre de venganza.

Asociamos la tristeza a un bajo estado de ánimo en personas desmotivadas, con poca energía y sin ilusión. Pero hoy sabemos que la hostilidad puede ser un síntoma de depresión. En psicología definimos la alexitimia como la incapacidad para reconocer y expresar las propias emociones. Y tiene mucho que ver con episodios de ira y comportamientos violentos en adultos. En niños y adolescentes vemos rabietas descontroladas que, si persisten, requieren de apoyo con psicoterapia. Lo denominamos, Trastorno de Desregulación Destructiva del Estado de Ánimo (TDDEA).

La toxina colérica provoca diarrea de agresividad y, por desgracia, tiene menos patología que malvadología. Las personas malas no son seres desequilibrados mentalmente sino, moralmente, hacia el lado oscuro de un perfil que preside su personalidad y actúa con malévola intención.

Los humanos somos agresivos porque es un instinto animal que conservamos y nos sirve para sobrevivir. Pero sólo somos violentos porque hemos aprendido a serlo, ejerciendo actos dañinos que son premeditados e intencionales. De hecho, somos más virulentos en grupo que individualmente porque diluimos la responsabilidad de la brutalidad en la «tribu» con la que nos identificamos o en la que nos dejamos llevar si nos acoge en su seno.

José María WeismüllerAnsar, lanzó su grito de Tarzán para marcar el territorio de la derecha a sus fieles, a su partido y a los caducos jueces afines. El problema es que le ha salido el gruñido de Chita y sólo han acudido a su llamada, como una manada, los orangutanes más asilvestrados. Prometieron a los suyos que habían ganado el «Dorado» de La Moncloa y resulta que Feijóo les ha timado con sus huevos kinderelecciones. La aventura en la selva madrileña de esta macedonia ultra tiene pintas de acabar como la película de Werner Herzog (Aguirre, der Zorn Gottes, 1988) en la que narra el viaje del explorador Lope de Aguirre por el Amazonas.

La protagonista actual sería la noble condesa Espe, nuestra Nakszynski ibérica. Le acompañaría en el libreto el misionero Gaspar de Abascal. Con este reparto no hay dudas del título: Aguirre, la cólera de Dior. Como traficante de atascos, dirige los altercados para detener coches en la Gran Vía de la capital. Junto a Ayuso, la expresidenta madrileña compone el dúo artístico: «la pija y la Kinski». El guion es tan lacrimógeno como el humo de los antidisturbios frente a la guerrilla urbana de la Caye borroka. Al final, de tanto mandarlos a la porra nos han hecho caso (literalmente) y, como en el culebrón televisivo, los ricos también lloran.

En fin, unos sueñan con que les toque la suerte el 11 del 11 y otros convocan rogativas el 12 a las 12, para exorcizar la democracia con la jaculatoria dominical del Ángelus. Los progresistas seguiremos el 13 en nuestras 13, defendiendo junto al nuevo gobierno de Pedro Sánchez el avance de los derechos en España.