Opinión | MUJERES

La brecha Goldin

El presentismo y las jornadas inacabables alimentan las desigualdades salariales entre géneros

Claudia Goldin.

Claudia Goldin. / REUTERS

Hay una brecha que atraviesa a las mujeres. Hay muchas, en realidad, pero de la que se trata aquí es de la brecha laboral y económica. Hay quien la niega, porque de todo hay negacionistas, pero quienes sigan confiando en el método científico tienen a su disposición los textos de Claudia Goldin, que la detectan y la explican.

La economista, catedrática de Economía en Harvard, es, ella misma, una excepción en esa brecha. La reciente concesión del premio de Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel a su trabajo pone en evidencia las diferencias entre géneros en la carrera profesional y académica.

Goldin es la tercera mujer en obtener el Nobel de Economía. Las primeras fueron, hace nada, Elinor Ostrom, en 2009, y Esther Duflo, en 2019. Desde 1969, cuando lo instituyó el Banco de Suecia, el premio se ha entregado en 55 ocasiones, a 93 investigadores, y entre todos ellos solo estas tres mujeres.

Goldin fue también la primera mujer en obtener una cátedra en el departamento de Economía de Harvard y eso sucedió tampoco hace mucho, en 1989.

Simplificando, porque sus investigaciones son extensas y muy diversas, Claudia Goldin ha puesto en evidencia que las mujeres siempre hemos trabajado, que nuestra contribución a la economía era notable en las sociedades agrarias y que nuestra participación en el mercado laboral no aumentó con la industrialización, sino al contrario.

Desde el siglo XIX, con el nuevo modelo de explotación laboral, las mujeres lo tuvimos más difícil para conciliar familia y trabajo; la economía progresaba, pero la situación laboral de las mujeres no tanto y esa brecha, que se expresa en menos ingresos para nosotras, se ha ido reparando, aunque lentamente, en el último siglo, cuando la prestación de servicios se ha impuesto a la producción industrial.

Goldin ha analizado el impacto de múltiples factores en la evolución de esa brecha –la educación, la tecnología, los movimientos migratorios– y, entre todos ellos, ha constatado que la introducción de los métodos anticonceptivos, sobre todo de la píldora, ha sido determinante en su reducción, al dar mayor control a las mujeres sobre nuestras vidas, permitiéndonos planificar nuestras carreras académicas y profesionales.

Aun así, la brecha se mantiene y Claudia Goldin la explica, en buena parte, por la creciente tendencia masculina al presentismo y la constante demanda femenina de flexibilidad, una contradicción que no es fácil resolver sin un alto coste personal y familiar. En fin, que la brecha empieza en casa. Si hombres y mujeres se repartieran igual las cargas domésticas y los cuidados, la demanda de flexibilidad sería la misma entre ambos sexos y la brecha salarial se disolvería.

No parece que vaya a ser así en un futuro próximo. Goldin habla en sus libros de la expansión del trabajo codicioso, voraz con el tiempo y la vida personal de los asalariados, con jornadas sin comienzo ni final, trabajadores siempre dispuestos a atender mensajes y mails, a posponer descansos y vacaciones y anteponer las obligaciones profesionales a todo.

Las empresas traducen eso como implicación en su proyecto y, como para las mujeres raramente es posible cumplir con ese grado de exigencia, las diferencias salariales se disparan.

En esas estamos, y en eso trabaja Claudia Goldin, que continúa investigando y que ha incluido en sus estudios el impacto de la pandemia en la situación laboral de las mujeres. Goldin ha dado un paso más allá y, desde hace tiempo, reclama políticas públicas que resuelvan esa desigualdad que atraviesa a las mujeres.