Opinión | ANÁLISIS POLÍTICO

Respecto al futuro

Insisto en que la modificación del sistema electoral quizá sea un tema que se pueda y deba plantear, pero siempre con debate público, seriedad y rigor

Alberto Núñez Feijóo.

Alberto Núñez Feijóo. / EP

Para ganar unas elecciones no es suficiente obtener más votos y escaños que los demás partidos, hay que ser capaz de reunir los apoyos necesarios en el Parlamento. Lo primero, es una victoria numérica; lo segundo, te permite gobernar.

Es necesario repetir esta cuestión para evitar discursos maliciosos que cuestionen la legalidad/legitimidad de la legislatura basándose en la presunta racionalización numérica de los resultados. Sabemos, por experiencias recientes, que poner en entredicho esta legitimación crea una elevada frustración entre una parte de la ciudadanía. Esto lleva a mayor tensión, crispación y polarización emocional entre los ciudadanos: sentimientos que afectan a la confianza de los ciudadanos en las instituciones y, por ende, a una mayor desconfianza en la democracia.

Esto no quita que no se pueda plantear un debate en torno al sistema electoral y a las posibles alternativas de forma que cada partido defienda la que considera más adecuada. A tenor de los planteamientos que han defendido los dirigentes del PP en los últimos tiempos, ellos parecen inclinarse por un sistema según el cual el partido que tenga más votos/escaños debería ser, por su condición de fuerza más votada, quien ocupara la presidencia del Gobierno. Es lo que por activa y por pasiva ha pedido Alberto Núñez Feijóo incluso antes de los comicios del 23J, intuyendo quizá, que, a pesar de los magníficos augurios de varias encuestas que manejaban los populares (alguna subía la apuesta hasta los 183 escaños de la dupla PP+Vox), existía la posibilidad de que, por primera vez desde la restauración de la democracia, se produjera una victoria coja: “ganar” sin gobernar.

Feijóo se lo propuso a Pedro Sánchez en el primer y único debate en el que coincidieron en la precampaña electoral: “Hagamos un acuerdo [...] Si usted gana las elecciones yo facilito su investidura y si las gano yo usted facilita la mía". Y este fue el tema que sobrevoló durante la fallida sesión de investidura a la que se sometió (y nos sometió) el líder del PP durante la pasada semana.

Insisto en que la modificación del sistema electoral quizá sea un tema que se pueda y deba plantear, pero siempre con debate público, seriedad y rigor: analizando las ventajas y desventajas que conllevaría cada sistema en la elección de nuestros representantes y en la gobernabilidad de nuestro país (incluidas las Comunidades y los Ayuntamientos pues entiendo que el PP plantea la extensión de esta propuesta a todos los niveles territoriales de gobierno). Lo que no se puede pretender es intentar cambiar las normas una vez que el partido ha terminado para que resulten favorables a tus propios intereses. Los ciudadanos tienen que saber de antemano las reglas de juego.

Todo sistema electoral provoca efectos psicológicos y mecánicos, esto es, tiene influencia en el comportamiento tanto de los electores como de los propios partidos políticos (propiciando en algunos casos, por ejemplo, coaliciones preelectorales que en otras circunstancias no se darían) y en la conformación del sistema de partidos.

Simplificando, no es lo mismo que la elección de nuestros máximos representantes se lleve a cabo en un sistema proporcional o en uno mayoritario. O que este último se celebre a una o a dos vueltas. Una parte del electorado no votaría igual en cada uno de estos casos, sino que, probablemente, adaptaría estratégicamente su decisión final en función del sistema. Los mayoritarios, por ejemplo, incentivan la concentración de votos en las opciones con posibilidades de ganar, favoreciendo el bipartidismo. Quizá este sea el objetivo último de Feijóo y del Partido Popular. Conscientes de que su necesaria alianza con Vox repele la posibilidad de acuerdo con otras fuerzas políticas parlamentarias la solución pasaría por crear las condiciones necesarias para dificultar o mitigar la presencia de otros partidos en el Parlamento.

En este sentido, cabe recordar que la mayoría de los españoles sigue manifestando su preferencia, como lo lleva haciendo desde hace años, por la existencia de múltiples partidos en nuestra vida política antes que por la existencia de dos grandes partidos (el 57% según el reciente dato del Estudio sobre Cultura Política de los españoles de la Fundación BBVA). Solo entre los españoles que se auto posicionan ideológicamente en la derecha (en los puntos 6 a 10 en la escala 0-10) son más quienes prefieren el bipartidismo al multipartidismo (50% frente a 43%). Y dentro de estos, claro está, son mayoría los votantes del PP porque los de Vox, por razones evidentes, se inclinan por la presencia de un mayor número de partidos.

Los sistemas electorales, en definitiva, traducen la voluntad de la ciudadanía en voluntad política y buscan representar los intereses y pluralidad de la sociedad. La cuestión es qué sistema refleja mejor estos intereses y esta pluralidad en la España actual y, no lo olvidemos, también en la España de los próximos años. Y aquí los jóvenes tendrían probablemente más que decir que los mayores, porque el futuro les pertenece.