Opinión | DESPERFECTOS

El finiquito del 'procés'

Desde el independentismo se usa del sarcasmo contra la 'pax' autonomista precisamente cuando ahí está la vía no traumática, el reencuentro en la vida pública

Manifestantes presencian el discurso del expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, este domingo.

Manifestantes presencian el discurso del expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, este domingo. / EFE

Postergar el diagnóstico terminal del 'procés' es hoy la dedicación exclusiva de una clase política ya tan caduca que ni piensa en pasado mañana. Es también el tránsito de un sistema político que ha dañado, quizás irremisiblemente, las instituciones autonómicas de Cataluña. Es como un coche con las ruedas atascadas en la arena, sin otro horizonte que la pugna entre ERC y Junts

¿Qué hay más allá? Al margen del deterioro propio del 'procés', hay lo que se proponga ser la sociedad catalana aunque de forma más inmediata tenemos la perplejidad y la indiferencia. En las autovías políticas de Cataluña siguen los atascos ante las cabinas de peaje que pretende regentar Carles Puigdemont mientras que el PSC recibe votos de forma incremental, a falta de un núcleo político que dé forma propia al 'posprocés'. Alguna importancia tiene que, fruto de un voto razonable, en el Ayuntamiento de Barcelona haya un alcalde del PSC y no de Junts, y que después de Ada Colau se estén dando gestos significativos por contraste con lo que fue la Barcelona antisistema.  

No todo ha concluido pero el desenlace es patente, a seis años del referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017una de las catástrofes institucionales más flagrantes de la historia de Cataluña. La secuencia ha sido muy aparatosa. Como en otros momentos de la historia moderna de Cataluña, existía previamente una sentimentalidad: ha sido políticamente muy mal instrumentada o solo en beneficio de un nacionalismo anacrónico, y por eso, aunque se invocó mucho el apoyo de una inmensa mayoría, acabó siendo una condensación fugaz, muy accidentada y finalmente estéril. Hubo simbolismos, problemas de orden público, urnas y recuentos fuera de la ley. La tensión fue extrema, con una declaración unilateral de independencia minimalista, la fuga de Carles Puigdemont y actos de desorden en la calle. Llegó la aplicación del artículo 155, más bien inocua y sin alteraciones.  

Es casi inevitable, dadas las características del momento, que ahora todo se centre en la figura de Puigdemont como si no hubiesen existido otros actores políticos pero es que no pocos de los personajes de aquel octubre han pasado por la cárcel o siguen inhabilitados. De todos modos, si quieres una república catalana y, si como dices, tienes el respaldo de una inmensa mayoría, no le pides una amnistía al Reino de España. 

Con el 'procés' ha llegado el final del catalanismo histórico. En gran parte, fue escorando hacia el nacionalismo del todo o nada de forma irreversible. Esas translaciones no han sido articuladas, sino todo lo contrario y es por eso que ahora mismo la sociedad catalana está en un momento de incertidumbre sin precedentes. 

En realidad, ahora tiene ante sí el menú propio de todas las opiniones públicas de Europa: inmigración, inseguridad, falta de competitividad, sistemas educativos de escasa excelencia, corrección política, desvinculación, la contundencia del imperio chino, las alteraciones climáticas, insólitos dilemas bioéticos y tecnológicos. 

Evidentemente no todo se solucionaría anticipando las elecciones autonómicas pero el caso es que la vida institucional de Cataluña está quebrada. Desde el independentismo se usa del sarcasmo contra la 'pax' autonomista precisamente cuando ahí está la vía no traumática, el reencuentro en la vida pública. 

Después del 'procés', las instituciones. Sería el finiquito menos irracional. Las instituciones de la vida civil estabilizan y dan continuidad. Su razón de existir es muy elemental: son duraderas, tienen la garantía de la ley y el valor de la experiencia colectiva. Es el entorno de seguridad que hace que las empresas no se deslocalicen, las libertades tengan garantías. Los inversores se fíen y las calles estén tranquilas.