Opinión | LAS CUENTAS DE LA VIDA
Tiempos difíciles
La crisis moral del país extiende su alargada sombra sobre una sociedad fracturada
Los indicadores adelantados de la economía europea siguen anunciando vientos recesivos, impulsados por el estancamiento de Alemania. Para el cierre de este año, el Bundesbak prevé una contracción en el PIB de entre un 0,2 % y un 0,4 %, unido al pico inflacionario que aqueja a todo el continente. La gripe de Alemania se traduce en tercianas para el resto de Europa, un malestar que abona la desestabilización política y social con el frío invierno a la vuelta de la esquina. El incremento de los costes energéticos, como consecuencia de la guerra de Ucrania y las tensiones con Rusia, ha impactado directamente sobre la potente industria militar sin que una nueva primavera asome por el horizonte. A ello se añade la debilidad china (una economía que atraviesa notables dificultades en su transición a un modelo productivo más moderno) y la fuerte competencia estadounidense, que disfruta de unos precios energéticos más competitivos y de una flexibilidad económica sin parangón. El enfriamiento alemán –y europeo– se superpone a una subida de los tipos de interés hasta niveles desconocidos durante la última década y cuyo alcance aún no resulta fácil de dictaminar, en parte por el efecto de los esteroides fiscales de que se han servido los gobiernos –y la Comisión Europea– para contrarrestar la crisis causada por la pandemia. Es cuestión de tiempo que este ajuste se haga notar en el empleo, la inversión y el ahorro, incluso en aquellos países –como el nuestro– que se encuentran más atrasados en su proceso de recuperación.
El invierno europeo plantea cuestiones muy concretas para España: cuestiones que no pueden ser obviadas por nuestra clase política y que el próximo debate de investidura –a celebrar dentro de un mes– debería poner sobre el tapete. Y estas preguntas resultan aún más urgentes para el PP de Núñez Feijóo que para el PSOE de Pedro Sánchez, en gran medida porque de los populares se espera una alternativa y de los socialistas ya se conoce cuál es su patrón. Mientras las portadas de la prensa se entretienen con la última polémica de Rubiales, el debate sobre nuestro modelo de futuro territorial, económico, social y cultural sigue siendo casi inexistente. El candidato gallego debería ofrecer algunas respuestas a estos desafíos: ¿cómo impulsará el crecimiento, el empleo y, aún más importante, la competitividad? ¿Cómo hará para reindustrializar el país, estabilizar las cuentas públicas y europeizar unos servicios públicos en franca decadencia? ¿Cómo afrontará el problema territorial –al parecer, irresoluble–, que consume tantos y tantos esfuerzos de los españoles, sin aparentes réditos positivos? ¿Y cómo dejará de lado lo que Helena Béjar, la socióloga madrileña recientemente desaparecida, llamaba la «dejación de España» para sustituirlo por el cuidado de nuestro país?
Al final, de lo que hablamos es de este esmero, de esta atención. ¿Vamos a ocuparnos de nosotros mismos o dejaremos que el resentimiento cainita siga guiando nuestros pasos en una especie de remolino suicida? Mientras la UE ofrecía un marco de crecimiento y de modernización estable, los desequilibrios nacionales quedaban compensados por el impulso del entorno. Con la llegada del invierno, la crisis moral del país no hará sino extender su larga sombra sobre el ánimo de una sociedad fracturada y desorientada. Se avecinan tiempos difíciles.
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